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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
A favor de la verdad
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
9 de agosto de 2018
alcalorpolitico.com
La verdad, sobre todo la verdad moral, es decir, aquella sincronía, perfecta adecuación entre lo que se piensa y lo que se dice, y la verdad lógica, que es la relación adecuada entre lo que uno piensa y la realidad, han entrado en terreno peligroso.
 
Los escépticos y los agnósticos mantienen una postura quizá demasiado humilde, para decirlo de esta forma, frente a la verdad. Los escépticos, especialmente los que adoptan esta postura de forma radical, piensan que al ser humano le es imposible saber a fondo qué son las cosas, qué es la realidad. Basados en los «engaños» de los sentidos, en la contradicción permanente entre los grandes pensadores que nunca se ponen de acuerdo, y en la «imposibilidad de demostrarlo todo», sostienen que lo mejor es mantener en «suspenso» la razón y quedarse simplemente en las opiniones. Yo opino esto, tú estotro, aquel esotro: todos felices y contentos. Los agnósticos, más o menos asimilables a los escépticos, sostienen que hay ciertas realidades o campos a los que no podemos tener acceso. No a todos, como los escépticos, pero sí a algunos cuya comprobación o desaprobación nos están vedadas. Es decir, ni lo afirmo ni lo niego, simplemente no me siento capaz ni preocupado por saber si es o no es.
 
Estas posturas respecto a la capacidad humana para saber han existido desde tiempos remotos. Pero a lo que ahora nos enfrentamos es a dos posturas que más tienen que ver con lo político –especialmente con la demagogia– que con la teoría del conocimiento o con la filosofía de la ciencia. Estas son la posverdad y la autoverdad.
 

En la posverdad, el valor de la verdad tiene que ver con la realidad, con los hechos. Aunque el sujeto esté frente a una realidad, es decir, a algo que tiene su existencia más allá de que la conozcamos o no, de que nos guste o no, simplemente la niega y afirma algo total o parcialmente ajeno. Como el marido infiel sorprendido in fraganti: no es cierto, no es lo que parece, te engañan tus ojos; lo que viste no existe. En la autoverdad no se trata de negar la realidad, de sustituirla por otra más acomodada a las necesidades del sujeto; no está en la producción de mentiras, porque estas de una u otra forma terminan por crear realidades.
 
El poder de la autoverdad no está en lo que se piensa o en lo que se dice, está en el mismo hecho de decir, sea o no adecuado a la realidad, sea o no independiente de lo que se piensa. Hay un desplazamiento del contenido de lo que se dice al solo acto de decirlo. Si se ajusta o no a los hechos, si se adapta o no a lo que el mismo sujeto está pensando, eso no importa. Aunque los hechos demuestren que el hablante miente, que es deshonesto, incongruente, inconsecuente, mediocre, eso no importa. Lo que importa es que hable, y que hable enfáticamente, «honestamente», «sinceramente», «bonito», «simpático»; que diga lo que sea con tal de que lo diga. Si un día suena bien decir que es rojo, decirlo; si al otro día conviene decir que es morado, hay que decirlo sin importar nada más que el propio valor de la palabra. Y si lo que conviene un día es denostar y al otro exculpar, también es válido, mientras se haga con un lenguaje autosuficiente, divertido; y si frente a un señalamiento contesta con un chiste, no importa: que la gente ría y listo.
 
La autoverdad, al igual que la posverdad y que las noticias falsas ganan adeptos en un público ideologizado y aletargado en falsos nacionalismos y fundamentalismos, y no solo muchas veces ayuno de educación, o al menos, de cierta instrucción, sino (lo más importante) privado de oportunidades para tener una vida digna, a veces cargando un resentimiento fatalista, y muchas más veces llevando sobre sus espaldas un continuado desengaño, un permanente desencanto de una pirámide del poder y de una estructura social en cuya base está atado de pies y manos.
 

Solo hay un camino válido y eficaz para hacer frente y deconstruir estas posturas anti racionales: el pensamiento crítico, abierto, libre y el debate de las ideas, de todas las ideas. Solo de esta manera se puede construir una verdad y restablecer el valor de los hechos frente a las ideologías, frente a las falsificaciones de la realidad. Y revitalizar el valor de la verdad, lógica y moral. Solo de esa manera se puede aspirar a una vida verdaderamente digna y libre, sin sometimientos a nuevos dueños y amos disfrazados de redentores.
 
Por esta razón los filósofos y los maestros de filosofía insisten en que debe reposicionarse la enseñanza y la práctica de la filosofía en todo sistema educativo. Es un llamado oportuno y urgente. Si la escuela (es mucho pedir que suceda en familia o en grupos de trabajo o profesionales) no enseña a hablar bien y a pensar correctamente, tendremos más y más generaciones de niños y jóvenes víctimas de la mentira, el engaño y la deshonestidad.
 
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