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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Hablar en masculino, femenino o neutro
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
30 de agosto de 2018
alcalorpolitico.com
Cuando nos comunicamos, utilizamos un lenguaje, un sistema de signos y símbolos, entre los cuales escogemos para lograr nuestro cometido, nuestra intención. Ese lenguaje puede ser a base de gestos, imágenes, palabras, etc.
 
Sin entrar en la discusión de si una imagen dice más que mil palabras (eslogan de los publicistas gráficos) o si una palabra evoca más de mil imágenes (sobreentendido de los escritores), lo cierto es que el lenguaje a base de palabras siempre manifiesta o lleva por lo bajo un sistema de valores, de creencias, de sobreentendidos, esto es, una cultura y, en muchos de los casos (o siempre, según se entienda) una ideología.
 
Últimamente ha resurgido con mayor denuedo (‘brío, esfuerzo, valor, intrepidez’) la discusión de si el lenguaje español o castellano está marcado por un sexismo, específicamente, por un machismo, por un androcentrismo. Especialmente del lado feminista, se han exhibido múltiples palabras cuyas acepciones, recogidas por el diccionario de la Academia de la Lengua, se prestan a o declaran abiertamente este argumento. Pero, más allá de esas acepciones, a cuyo respecto los directivos de la Academia de la Lengua han explicado (por lo que se ve, no muy convincentemente) que un diccionario no crea los sentidos que tienen las palabras, sino solo los «recoge» para que un lector pueda consultar el significado que se le está dando en un contexto, los y las feministas argumentan, a veces muy seriamente, que, en general, el lenguaje es marcadamente machista. Y arguyen que para rescatar la dignidad femenina y remarcar que son existentes con los mismos derechos que los hombres, se debe modificar de raíz el vocabulario y crear un lenguaje no sexista, en el que las mujeres se sientan perfectamente identificadas y se les reconozca su lugar en el centro del poder, al menos, al parejo de los representantes del sexo masculino.
 

Sucede que en el español, o castellano, cuando se debe aludir a personas o seres de cualquier clase, en los que estén representados individuos de los dos sexos, se usa el llamado masculino genérico. Es decir, por solo poner un ejemplo entre miles, si en el salón hay niños y niñas, el maestro dice: «A ver, niños» y no «A ver, niñas». Y niños y niñas se deben sentir identificados en ese «masculino genérico».
 
Entre las propuestas está la de eliminar esa terminación «-os» por un más genérico e indiferenciado «-es», y decir, «A ver, niñes», y así sucesivamente. Otra propuesta, más conciliadora, es que el maestro o maestra digan: «A ver, niños y niñas», como ya ha sido utilizado por algunos políticos, más preocupados por ganar adeptos y adeptas que por hacer justicia a ellas.
 
A propósito de ambas propuestas, la Academia de la Lengua ha respondido que eso sería complicar mucho el idioma y abolir el «principio de economía», que se puede traducir como «las palabras no deben multiplicarse sin necesidad». Lo discutible es si hacerlo es una necesidad o no, y si la multiplicación de los vocablos enriquece o complica. Lo que sí es que ambas propuestas no han tenido mucho éxito porque, efectivamente, un discurso de mil palabras se convierte en uno de mil doscientas o más, y ya podemos imaginar la arenga de un político o, simplemente, una clase en una escuela o un libro cualquiera.
 

Últimamente, de parte de quienes conocen y saben más del lenguaje español, ha habido otras ideas: emplear ciertos recursos expresivos que ya existen en este idioma. Por caso, dicen, usar vocablos genéricos o nombres abstractos: por ejemplo, diríamos, «A ver, alumnado», «la dirección», «ser humano», «personas», «individuos», que son palabras genéricas o abstractas. O utilizar sustantivos epicenos, como estos que se usan para nombrar a animales sin especificar sexo; elefante, jirafa, jabalí, serpiente, salamandra, lagartija, etc. Por ejemplo: «personal solicitante», «la ciudadanía». «la autoridad», O nombres comunes. En estos casos, digamos por ejemplo: «cónyuge», «estudiante», «oyente», «pretendiente», «pianista», «conserje», «profesional», etc. Y eso, sin ponerles el artículo, que es el determinante que marca el sexo del sujeto y el género de la palabra en cuestión.
 
Otra propuesta es usar pronombres comunes: tú, ustedes, algún, ningún (por alguno y alguna y ninguno y ninguna). Por ejemplo: «A ver, ustedes, abran el libro». Otra más, es no nombrar al sujeto, y así decir, simplemente, «A ver, habrán el libro».
 
En fin, sin duda la imaginación continuará haciendo surgir otras formas de evitar que las mujeres se sientan excluidas, ignoradas, ninguneadas por el poder «patriarcal». Como dijo una catedrática de la Universidad de Barcelona: «Si las mujeres no aparecemos ¿dónde estamos? Ocultas, silenciadas, en casa. Como nos quiere el patriarcado», y por ello sentencia: «el lenguaje no sexista es un arma ideológica y política capaz de reflejar otra realidad y contribuir a la destrucción del poder patriarcal».
 

Por mientras, en España, las feministas han exigido que su Constitución sea reformada totalmente para que sea redactada en lenguaje no sexista. Por su parte, la Academia de la Lengua volteó a un lado y otro para ver a quién le hablaban…
 
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