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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Historia: ficción y realidad
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
20 de septiembre de 2018
alcalorpolitico.com
En polémico artículo que publica en su edición de este 14 de septiembre pasado el diario El País, el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa comenta el libro Imperiofobia y leyenda negra, de María Elvira Roca Barea, en el que esta se refiere a la «leyenda negra antiespañola […] que hacía de España un país intolerante, machista, lascivo y reñido con el espíritu científico y la libertad».
 
El escritor peruano (incuestionable excelente novelista) dice textualmente: «De esta manera indirecta, el libro de Roca Barea, sin siquiera habérselo propuesto, cuestiona las bases mismas de la historia como una ciencia objetiva, pues su investigación demuestra que en muchos casos en ella se filtra, en razón de las circunstancias y las presiones religiosas y políticas, la ficción, como un elemento que desnaturaliza la verdad histórica y la acomoda a las urgencias ideológicas del poder establecido. Y no hay ácido más eficaz e inescrupuloso en la alteración de las verdades históricas que el nacionalismo» (https://elpais.com/elpais/2018/09/14/opinion/1536926149_207429.html).
 
El comentario resulta polémico porque, en esta era del posfranquismo, han proliferado los libros y hasta series de ediciones en las que se narran casos y más casos de abusos, vejaciones, ejecuciones, persecuciones, etc. de los esbirros de Franco, al grado de exigirse al gobierno (excluido, desde luego, el rey) que fueran exhumados los restos del dictador de su tumba ubicada en el majestuoso e imponente Valle de los Caídos.
 

Vargas Llosa alaba a la escritora por su profunda investigación y añade: «El ensayo de Roca Barea prueba todo ello de manera inequívoca, pero también inútil, pues, según muestra su libro —es lo más inquietante que hay en él—, cuando una de esas ficciones malignas (ahora diríamos posverdades) se encarna en la historia sustituyendo a la verdad, alcanza una solidez y realidad que resiste a todas las críticas y desmentidos y prevalece siempre sobre ellos. La ficción se traga la historia» (Ibid).
 
Desde luego que en eso tiene mucha razón el Premio Nobel. Una ficción, o como él mismo dice, una «posverdad», puede engullirse a la historia, es decir a lo que realmente sucedió. De esto, no creo que ningún país del mundo pueda excluirse. Ha sucedido en Rusia, China, Estados Unidos, Nicaragua, España, Francia, Escocia, Venezuela, Cuba, México…
 
Sucede que, en la mayoría de los casos, es la misma historia oficial la que se encarga de hacer ficción. Se hace ficción histórica (no confundir con novela histórica) no solo por los historiadores que forman parte de los perdedores en una guerra o en una refriega electoral, sino sobre todo por los que resultaron ganadores o aún lo son. Y podemos decir que, con documentos o sin ellos, o con las diversas interpretaciones que las ideologías imponen, se miente o al menos se deforman parcialmente los hechos, eso que se llama la verdad histórica.
 

En México nos hemos enfrentado a esta manipulación fictiva durante siglos. Desde la interpretación de los gobiernos prehispánicos (denominados erróneamente «imperios» por los conquistadores), pasando por la versión de la conquista, la colonia, la guerra de Independencia, la Reforma, la Invasión francesa, la restauración de la República, la Revolución y sus gobiernos heredados, etc., etc., sin dejar de mencionar las biografías ficticias de los «héroes» de esos capítulos de la evolución del país: las figuras de Cortés, de la Malinche, Moctezuma, Miguel Hidalgo, Morelos, Iturbide, Benito Juárez, Maximiliano, Porfirio Díaz y sucesores; hasta el último informe del actual presidente que, en sus acaramelados y perfumados comerciales, trata de imponer en las mentes de quienes los escuchan una imagen falseada del país.
 
Hemos escuchado, así, la versión de que el México que vivimos no es el verdadero, sino el que nos dice el gobierno en turno: la pobreza ha sido abatida, los empleos se han multiplicado, la reforma educativa ha sido un éxito, las inversiones extranjeras han crecido más que en los dos sexenios anteriores, la deuda ha disminuido, etc., etc. Cuando las estadísticas no manipuladas nos hablan de más millones de mexicanos pobres que hace seis años, de un aumento de los empleos informales, de una severa ineficacia del sistema educativo (véase el último informe de la OCDE), de una persistente política de endeudamiento (casi seis billones de pesos más en el sexenio) y de la verdadera y mediocre inversión extranjera (véanse las columnas de Enrique Galván Ochoa (https://www.jornada.com.mx/2018/09/17/opinion/006o1eco) y de Carlos Fernández Vega (https://www.jornada.com.mx/2018/09/17/opinion/032o1eco).
 
De poco sirve, como lo hace Vargas Llosa en su artículo, mencionar que en otros tiempos y lugares se dieron masacres más cuantiosas o sanguinarias que en España: («las degollinas o descuartizamientos de católicos en la Inglaterra de Enrique VIII y la reina Isabel, y en los Países Bajos de Guillermo de Orange, fueron infinitamente más numerosos que las torturas y ajusticiamientos en toda la historia de la temible Inquisición española»). El sufrimiento no se mide por cantidad sino por intensidad. Y el dolor de cada uno por su familiar muerto o desaparecido es absoluto, total.
 

Historia manipulada la tenemos también cuando se trata de historias locales, en las que los intereses de clase imponen una versión que contrasta con la realidad. Función importante de los historiadores independientes y no sometidos a ningún político ni partido es la de rastrear los hechos y las acciones de los eventuales protagonistas para revelar con la mayor honestidad y objetividad posibles la verdad de lo ocurrido y no permitir que la ficción engulla la realidad.
 
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