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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Primero, los padres
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
27 de septiembre de 2018
alcalorpolitico.com
El nivel académico de los padres influye de forma determinante en el nivel educativo de sus hijos. Las probabilidades de que un joven continúe estudiando más allá de la enseñanza obligatoria se disparan si sus padres también tienen estudios superiores. Esta es la conclusión a que llegan los expertos de la Organización para el Desarrollo Económico, en el informe Panorama de la Educación 2018 que presentó recientemente en París. Esta conclusión es respaldada por el autor del libro Equidad y educación (Catarata, 2017), José Saturnino Martínez, profesor de Sociología de la Universidad de La Laguna, España, quien considera que el principal motivo es el «capital cultural familiar»: «Más que los recursos económicos, pesan las aspiraciones que los padres transmiten a sus hijos. En las familias de clase alta se vive como una tragedia que el hijo baje en el escalafón social con una profesión de menor nivel y, por ello, se hace un sobreesfuerzo si el hijo presenta dificultades educativas» (https://elpais.com/sociedad/2018/09/10/actualidad/1536603590_485026.html).
 
Por su parte, Carlos Gil, investigador en Sociología del Instituto Universitario Europeo de Florencia añade: «A los dos años de edad ya se puede medir la gran diferencia en el número de palabras que los niños han escuchado en casa. A edades tempranas y antes de entrar en la escuela algunos presentan un uso del lenguaje y una facilidad para la lectura más desarrollados, y esa diferencia se suele mantener durante toda la primaria».
 
Desde luego, como lo indica el informe de la OCDE, si bien el problema de la deseducación o bajo nivel educativo no reside sustancialmente en la situación económica de las familias, sí es muy importante el papel que juega el estado en el ámbito educativo. En ese mismo informe, la Organización indica que México sigue rezagado en gasto educativo: en 2015 –último dato disponible– gastó algo menos 2 900 dólares por alumno de educación primaria, juntando gasto público y privado, «notablemente por debajo (un 66 %) de la media de los países miembros de ese organismo (casi 8 500 dólares por alumno)». En educación secundaria la situación es peor: México gasta algo menos de 3 130 dólares por alumno, el 68 % menos si se compara con las del resto de países de la OCDE, que es de cerca de 9 870 dólares por estudiante.
 

En cuanto a la educación superior, México invierte 6 400 dólares por alumno, siendo también muy inferior (el 42 %) a la media de los países que integran el organismo mencionado, que es de 11 050 dólares por alumno. En promedio, en el 2014, México gastó 3 703 dólares por estudiante en instituciones educativas de primaria a educación superior, considerablemente por debajo (el 66 %) al promedio de la OCDE de 10 759 dólares. Este es el nivel de gasto más bajo entre los países de la OCD. Con esa inversión (sumadas pública y privada), menos de la cuarta parte de los mexicanos culmina su formación con un título de educación superior. (http://www.oecd.org/education/skills-beyond-school/EAG2017CN-Mexico-Spanish.pdf).
 
«Aunque el gasto educativo no es el único factor explicativo del nivel formativo de la población de un país, señala el informe, la escasez de recursos destinados a esta área sí afecta a los resultados. Y el fracaso escolar es el gran damnificado por la baja inversión: más de la mitad de hombres y mujeres mexicanos de entre 25 y 34 años ni siquiera ha terminado la secundaria –la cifra más alta de los países estudiados» y esto, dice, se relaciona directamente con los «elevados niveles de desigualdad en el mercado laboral». (https://elpais.com/sociedad/2018/09/11/actualidad/1536641266_136927.html).
 
Relacionando ambas informaciones: el gasto en educación y la preparación de los padres de familia, la conclusión es que ambos factores están coludidos en los resultados que se obtienen del sistema educativo nacional.
 

Falta ver y analizar otros dos factores: el referido a los docentes, en cuando a su preparación académica y pedagógica (y los recursos didácticos y metodológicos con que cuentan) y la actitud que asumen los estudiantes frente a su propia educación.
 
Respecto a los docentes, ya hemos insistido en que la formación profesional que reciben en las Normales, con programas y planes de estudios dictados obligatoriamente por las autoridades educativas, deja mucho qué desear. Esto en cuanto a la educación primaria y secundaria. En cuanto al bachillerato y la educación superior, se da una ausencia total de programas permanentes de formación docente. En general, los maestros de bachillerato y de estudios superiores no tienen carrera pedagógica: son profesionistas habilitados como docentes que hacen el esfuerzo por encontrar, entender y utilizar las mejores metodologías y técnicas de enseñanza.
 
Por lo que respecta a los alumnos, a falta de investigaciones especializadas, la experiencia nos habla de una acuciada desorientación en cuanto a la importancia de adquirir los conocimientos, habilidades, destrezas y actitudes indispensables para llevar a buen término su formación y ser competentes en su ejercicio. Desafortunadamente, recursos tan valiosos como los proporcionados por internet se toman como sucedáneos del esfuerzo y cuidado que se deben prestar para lograr eso que se llama una educación de calidad.
 

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