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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
La pesadilla de huir
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
25 de octubre de 2018
alcalorpolitico.com
«“¿Que cómo se soporta esto? Solo con la ayuda de Dios”, dice exhausta Carolina Castillo, una inmigrante hondureña de 40 años. Castillo tiene los pies llenos de ampollas, deshechos. Ha caminado durante ocho horas sin parar. Desde la madrugada. Con temperaturas superiores a los 30 grados, bajo un sol inclemente. Sin conocer el camino. Sin cargar agua ni comida. Sin saber si la Policía Federal iba a detener a la caravana de miles de inmigrantes centroamericanos que este domingo salieron desde Ciudad Hidalgo, en la frontera con Guatemala, hacia Tapachula, 30 kilómetros adentro de territorio mexicano». (https://elpais.com/internacional/2018/10/22/actualidad/1540171146_773800.html?rel=mas)
 
Este párrafo puede ser la síntesis del drama que viven los miles de hondureños (la inmensa mayoría) que tratan de atravesar todo México para llegar a los Estados Unidos. Sin un aparente líder (a pesar de lo señalado por el gobierno de su país), los emigrantes salen huyendo de su tierra fundamentalmente por dos razones: la violencia y el hambre. Nada nuevo entre los móviles de toda emigración. Aunque los países a donde se dirigen y el que atraviesan no pueden ofrecerles nada, absolutamente nada, ellos persisten en un sueño. Ellos creen que su lucha tiene un sentido, una razón y una finalidad razonablemente alcanzables.
 
Si bien en México se han encontrado un pueblo que de alguna manera, aunque precaria, trata de paliar su sufrimiento y alentar sus esperanzas, también se han enfrentado a una realidad (legal o de facto) que los trata de desanimar: no solo unas leyes que, a diferencia de las que rigen en los países por los que han pasado: Guatemala y El Salvador, les exigen una visa o el trámite de un documento que los acredite como refugiados políticos, sino también la amenaza de un bloqueo por la fuerza (disimulada) que tanto exige el presidente de los norteamericanos.
 

Independientemente de que los dos presidentes que tenemos en México se pongan de acuerdo, o por lo menos, uno de ellos sea el que asuma la responsabilidad del caso y decida lo que sea mejor (o lo que pueda), la cuestión fundamental son las causas que motivan este éxodo. Y no pueden ser otras que las apuntadas líneas arriba: los emigrantes huyen de su país porque ya les es imposible sobrevivir en sitios en donde los gobiernos se han convertido en dictaduras (abiertas o simuladas, de derecha o de izquierda). En el caso de Centroamérica, cada año salen unos 400 000 emigrantes y las solicitudes de refugio aumentaron un mil por ciento entre 2013 y 2017, siendo mínimo el porcentaje de las aceptadas. A estos hay que agregar los ahora desplazados por los regímenes dictatoriales de Nicaragua y Venezuela, que han abarrotado las fronteras de los países vecinos.
 
No es fenómeno nuevo, pero lo inusual es que esos gobiernos han llegado al poder bajo el signo de una democracia, al menos entendida solo como la ejercida por el voto y este logrado por medio de partidos políticos que ejercen el poder haciendo exactamente lo contrario de lo que ofrecieron. O, lo que quizá sea peor: ofreciendo una dictadura un tanto disfrazada con la piel de oveja de la seguridad, austeridad y anticorrupción, y siendo esta aceptada por los votantes solamente porque están hasta la coronilla de partidos y políticos que han sido ejemplo decantado de ineptitud para gobernar por el bien común.
 
Un caso, mirando para otro lado, es lo que ahora sucede en Brasil. Bolsonaro, el candidato ultraderechista, está a un paso de ser elegido presidente. Según datos, cuenta con 1 700 000 seguidores en Twitter, 4 600 000 en Instagram y 7 400 000 en Facebook, lo que ha logrado con la promesa de acabar de destrozar la Amazonía, fomentando la deforestación para favorecer la instalación de más agroindustrias y ganadería.
 

«Esta semana no envidio a los brasileños, comenta Jorge Zepeda Patterson, columnista de El País, de la misma manera en que tengo dos años de no envidiar a los estadounidenses. No debe ser sencillo saberse miembro de una sociedad política que convierte en presidente a un narciso fantoche como Donald Trump o a un neo fascista como Bolsonaro (lo sé, los mexicanos tampoco cantamos mal las rancheras: asumo que la votación por el regreso del PRI en 2012 no fue un signo de salud mental). Pesadillas colectivas que dejan en entredicho la peregrina tesis de que la historia camina indefectiblemente en pos del progreso. Si lo hace, está claro que se toma libertades, atajos y extravíos con preocupante frecuencia…Solo la vida diaria in situ permite entender, y a veces ni eso, los veleidosos procesos que configuran la opinión pública y el comportamiento en las urnas. Y en ese sentido todos tenemos motivos para ruborizarnos…» (https://elpais.com/internacional/2018/10/17/mexico/1539810631_567758.html).
 
Y otro articulista del mismo diario, José Ramón Cossío Díaz, comentando el libro de Stephen Greenblatt en que analiza los modelos de tiranos en las obras de Shakespeare, señala que estos « creen resolver los problemas mediante la adquisición del poder total: mandar siempre y mucho. Ahí, dice Greenblatt, se observan algunas constantes. La capacidad de adquirir el poder mediante cualquier medio y la incapacidad de ejercerlo ordenada y racionalmente; la imposibilidad de controlar la impaciencia y las emociones en la constante cotidianeidad de los días…Lo dice bien Greenblatt: cuando un gobernante autocrático, paranoide y narcisista le exige a los servidores públicos una completa lealtad personal, el Estado está en peligro». (https://elpais.com/internacional/2018/09/05/mexico/1536106169_756469.html).
 
Y sus pueblos tienen que huir…
 

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