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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Los bandazos del poder
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
15 de noviembre de 2018
alcalorpolitico.com
La separación del expresidente Felipe Calderón del partido que lo llevó al poder, el PAN, no resulta una sorpresa. Después de las últimas crisis internas de ese partido y, especialmente, después de la postulación de su esposa como candidata «independiente» a la presidencia y su propia renuncia al mismo partido contra el que descargó su furiosa decepción, era lo más lógico y predecible.
 
Pero con una perspectiva más allá del escándalo político y mediático, lo que se vislumbra es el surgimiento de una estrategia que tiene la mirada puesta en lo que se puede venir dentro de cinco años. El propio Calderón ha dicho que su salida obedece a una descomposición del PAN, partido que ya no representa una alternativa. Y, por supuesto que no la representa, después de que Fox y él mismo se aprovecharon de ese partido y del poder que la democracia les concedió para frustrar, una vez más, las esperanzas que muchos pusieron en ellos, en aquella alternancia del poder.
 
La historia nos dice que la elección de Fox fue resultado del acumulado fracaso de las administraciones priístas. Más precisamente, desde Díaz Ordaz hasta Salinas. Uno, desde el ejercicio de la represión violenta (Díaz Ordaz), otro desde una supuesta «izquierda» (Echeverría), otro desde el vedetismo (López Portillo), otro desde la mediocridad (De la Madrid) o desde el origen oscuro de su ascenso al poder y su lamentable y despiadado liberalismo a ultranza (Zedillo y Salinas); todos ellos fueron acumulando el odio, el desprecio y el resentimiento del poder votante. Este, poco a poco, en un proceso lento pero implacable de convencimiento de que con una simple papeleta podía cambiar el rumbo de la historia política.
 

La alternancia PRI-PAN fue tan sorpresiva como desafortunada. Y, lo que es más grave, la decepción de la gente fue tan fuerte que le restituyó a los anteriores dueños del poder, al PRI, en un figurín, la máxima gubernatura del país. No obstante su evidente pertenencia a la oligarquía familiar que lo había expoliado durante años, el votó permitió el regreso al poder de ese partido político. El resultado fue desastroso, como que siguió acumulando, y con mayor denuedo, el deplorable sistema de gobierno ejercido por sus ancestros políticos, acompañado por el vedetismo, la frivolidad, la corrupción, la impunidad y la incapacidad de entender que no hay mal que soporte indefinidamente todo un pueblo.
 
El resultado está a la vista. El electorado dio un viraje y dio el poder a un movimiento (ni siquiera partido político) al que antes se lo había negado con su sufragio o, al menos, no apoyando el argumento del fraude electoral. Como sucedió en Brasil, en donde un partido de izquierda perdió la confianza popular al acumular años de corrupción. El electorado, como tratando de demostrar que, aún desde su limitada capacidad de ejercer el poder, podía virar el rumbo del país o, al menos, del gobierno, la presidencia fue depositada en un individuo cuya ideología y dirección política se ubican en la ultraderecha y, más aún, en la peligrosa ruta de la dictadura fascista.
 
Sin mencionar lo sucedido en otras naciones, estos casos (México y Brasil) ponen la mira en la supurante herida: si las instituciones democráticas, aunque precarias aún funcionales, no son abolidas de un plumazo, el dedo acusador del voto puede seguir ejerciendo su función ejecutora. Y esto es lo que deben entender todos, absolutamente todos quienes ejercen un poder, sin distingos de ideologías, credos políticos o simples pragmatismos.
 

No se trata de convencer para vencer, como rezaba el lema de aquel veleidoso presidente de México, sino de convencerse ellos mismos que el poder que se tiene en las manos, si no se ejerce con el debido respeto, mesura y discreción, puede dar por resultado un viraje, un bandazo pendular que pondría al país entero en riesgo de caer en una deplorable dictadura fascista.
 
En esto parece estar pensando el expresidente ahora desertor panista. No se requiere consultar a una avispada sibila ni a un farsante intérprete de horóscopos para saber que todo extremo se toca con el otro, como serpiente que se lame la cola. Como formación reactiva, de un opuesto se llega al otro y el viraje puede resultar el peor presagio.
 
Si el nuevo gobierno no procede con la debida prudencia, trastorna las instituciones y la débil democracia y favorece el caudillismo y la exclusión (que es lo más conveniente incluso para los mismos empoderados), podemos temer que esa agrupación que se pretende crear u otra similar acoja como bandera el extremo opuesto, el manotazo castrense (que por ahí ya se acumulan los resentimientos) y entonces no sepamos a donde huir para respirar la libertad perdida y donde encontrar los agrios ajos y cebollas para calmar el hambre acumulada.
 

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