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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Noticias del imperio
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
22 de noviembre de 2018
alcalorpolitico.com
Fallecido físicamente, Fernando del Paso permanece y seguirá estando presente por el resto de la historia de México.
 
Su excelente novela Noticias del imperio le ha valido el reconocimiento y los premios necesarios y justos a una obra de gran valía.
 
Publicada en 1987, está diseñada en dos grandes apartados: uno es un largo monólogo de Carlota, en el que el autor hace alarde de una erudición impresionante respecto a los principales acontecimientos históricos de la Europa del siglo XIX, y especialmente de las dinastías, reyes, emperadores, etc., de las monarquías inglesa, francesa, austriaca, española y belga. La otra parte es la narración en secuencia de lo sucedido históricamente entre 1862 y 1867: la fabricación y derrumbamiento del Segundo Imperio mexicano.
 

La primera parte de la obra representa la interpretación de lo que va sucediendo realmente, es decir, históricamente, porque es una especie de rememoración y valoración que hace Carlota de todo lo vivido en ese sueño imperial, pero ubicada en el año 1927, en el que ella murió.
 
Estos doce capítulos contienen la enumeración de las dinastías y las relaciones de las cortes principescas europeas, tan ostentosas y tan corruptas. Sin embargo, aparte de destacar el paciente trabajo de recopilación de los datos históricos, el autor hace que Carlota sea quien realiza la hermenéutica de la historia. Casi me atrevería a decir que Carlota es la Historia, es decir, la descifradora del entramado sutil y enrevesado de los acontecimientos históricos. No por nada la frase que sirve de entrada al primer capítulo de la obra es una frase atribuida a Malebranche: «La imaginación, la loca de la casa». Carlota es la demente, la imaginación es la demencia, la Historia es una locura..., o al menos así nos parece la tragicomedia del imperio de Maximiliano y Carlota. No de otra manera puede entenderse que un heredero del trono de Austria y una hija del rey de Bélgica acepten ser emperadores de un imperio inexistente, el mexicano, solo y simplemente para dar cabida a las desproporcionadas pretensiones de la facción de los conservadores mexicanos y a las ambiciones y prepotencias –estas sí, temibles– del emperador francés Napoleón III, el Pequeño, quien, al final de cuentas, hizo gala de su falta de nobleza al abandonar a su triste suerte a Maximiliano y Carlota.
 
Prescindiendo de la retahíla de los personajes de la nobleza europea, hay en los capítulos denominados «Castillo de Bouchout» elementos claves para entender la historia y la psicología de los personajes. Destaca el hecho de que el primer capítulo es la presentación que de sí hace Carlota: «Yo soy María de Bélgica, Emperatriz de México y de América. Yo soy María Carlota Amelia, prima de la Reina de Inglaterra» (9) etc., etc., y el último remata con un «Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Princesa de la Nada y del Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira: hoy vino el mensajero a traerme noticias del imperio, y me dijo que Carlos Lindbergh está cruzando el Atlántico en un pájaro de acero para llevarme de regreso a México» (746)...
 

La segunda parte de la obra, que comprende once capítulos entremezclados con los llamados «Castillos de Bouchout», contienen la narración secuencial de los acontecimientos que van, desde los pormenores y avatares que precedieron a la elección de Maximiliano para cumplir los deseos imperiales de los conservadores y de Napoleón, hasta el fusilamiento de Maximiliano y sus generales, Miramón y Mejía, en el Cerro de las Campanas en Querétaro, acontecimiento que dio fin al sueño del Segundo Imperio Mexicano. Es decir, de todo lo sucedido entre 1861 y 1867.
 
El penúltimo capítulo es una inserción interesante, puesto que el autor se ve obligado a cubrir el largo período que va de 1867, cuando fue fusilado Maximiliano, a 1927 en que muere Carlota. ¿Qué hacer para no alargar aún más la obra? La respuesta la da el autor con un capítulo en el que se interpela a un triunfador Benito Juárez, que se reintegra a la presidencia de la república al derrotar a los imperialistas y muere «de angina de pecho y con el pecho en carne viva, a las once y media de la mañana del día 18 de julio de 1872» (699). Y ya está cumplido ese período.
 
Acto seguido viene la segunda parte: «El último de los mexicanos», en la que se enumera, en una escueta cronología, los sucesos históricos, sociales y culturales del período 1872-1927 (muere Napoleón III en 1873, el «principito» Agustín de Iturbide hijo, a quien Maximiliano pretendió adoptar para heredarle el trono mexicano, Juan Nepomuceno Almonte, Miguel Hidalgo y Eznaurrízar, Porfirio Díaz, Santa Ana, el coronel Du Pin, Lorencez, Forey, Lenin, Madero, Zapata, Pancho Villa, etc., etc.).
 

En el mismo capítulo, el autor introduce una larga consideración sobre su trabajo (páginas 715-720), pues se siente en la necesidad de reflexionar, al margen de su papel de novelista, sobre los acontecimientos narrados y también sobre el hecho mismo de escribir novela histórica. Cita a Jorge Luis Borges a quien «le interesaba más que lo históricamente exacto, lo simbólicamente verdadero», y a Gyorgy Luckas, quien afirmaba en su libro La novela histórica que «es un prejuicio moderno el suponer que la autenticidad histórica de un hecho garantiza su eficacia poética» (715). El autor se plantea así el problema de la autenticidad histórica o el vuelo imaginario. Él mismo, en esta obra, es escrupuloso en dejar constancia de las circunstancias espacio-temporales en que se desarrolla cada episodio. Es decir, que es novela histórica pero con una gran fidelidad y un minucioso registro de los hechos. Sin embargo, dice él mismo: «uno podrá siempre –talento mediante– hacer a un lado la historia y, a partir de un hecho o de unos personajes históricos, construir un mundo novelístico o dramático autosuficiente. La alegoría, el absurdo, la farsa, son posibilidades de realización de ese mundo: todo está permitido en la literatura que no pretende ceñirse a la historia» (716). El autor quiere y logra ubicarse en un muy difícil y justo medio: « ¿qué sucede –qué hacer– cuando no se quiere eludir la historia y sin embargo al mismo tiempo se desea alcanzar la poesía? Quizá la solución no sea plantearse una alternativa, como Borges, y no eludir la historia, como Usigli, sino tratar de conciliar todo lo verdadero que pueda tener la historia con lo exacto que pueda tener la invención» (716).
 
El autor puede estar tranquilo, porque estas reflexiones que se hace al final de su magnífica obra –y que seguramente fueron propósitos al iniciarla– están cumplidos en su trabajo: su novela es ya un clásico en su género y ha escrito con elegancia y propiedad un episodio importante –como dice Carlota– de este «carnaval del mundo, la fiesta delirante de la historia» (125).
 
Estilísticamente, el autor utiliza una variedad de personas para la narración: de pronto es el narrador en primera persona del plural, de pronto es la primera del singular (sobre todo los capítulos de Carlota), de pronto interpela al personaje en segunda persona. Esta variación le permite una buena dinámica a una obra que es bastante extensa. El lenguaje es propio, los personajes bien perfilados y la apreciación siempre mesurada.
 

(Fernando Del Paso, Noticias del imperio. Planeta DeAgostini, 746 pp)
 
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