icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
La escuela, lugar de tormento
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
29 de noviembre de 2018
alcalorpolitico.com
Desde que tenemos memoria, la escuela ha representado para muchos niños, adolescentes, jóvenes e incluso adultos, un lugar de tormento, y esto por diversas razones.
 
Actualmente, según los datos revelados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), resultado de la encuesta realizada en 2015, un 20% de los estudiantes en México declaró sufrir acoso escolar (bullying) al menos unas pocas veces al mes. Esto es, uno de cada 5 estudiantes. Ese acoso se manifiesta en varias formas: el 9% señaló «Otros alumnos me han excluido a propósito», el 13% «Otros alumnos se han burlado de mí», el 4% «Otros alumnos me han amenazado», el 5% «Otros alumnos me han quitado o destruido mis cosas», el 5% «Otros alumnos me han golpeado o empujado», el 9% «Otros alumnos han hecho circular rumores desagradables sobre mí». En todos los rublos, el porcentaje es mayor al promedio de los países de la OCDE (http://www.oecd.org/pisa/PISA2015-Students-Well-being-Country-note-Mexico.pdf).
 
Cuando un alumno se siente acosado, molestado, insultado, agredido física o sicológicamente, a veces hasta por los propios directores y maestros, y comúnmente por sus mismos compañeros, el resultado inmediato es una baja importante en su rendimiento escolar. El mismo informe indica que «En México, las escuelas con altos niveles de acoso escolar (donde más del 10% de los estudiantes son frecuentemente víctimas de intimidación) obtienen un promedio de 34 puntos menos en ciencias que en las escuelas con bajos niveles (donde menos del 5% es frecuentemente intimidado)».
 

Por otra parte, tenemos el sentimiento de desarraigo de su escuela. El alumno agredido lo que menos quiere es acudir a un lugar en donde es rechazado, y más si la institución no aporta ningún principio de solución. Y ya no digamos si es el mismo directivo o algún maestro el acosador, causante de las burlas, las ironías o el desprecio. Basta que el niño, adolescente o joven resienta las burlas de uno o varios compañeros para que su desarraigo de la escuela se haga patente. La OCDE indica: «Los estudiantes mejicanos reportan un sentido de pertenencia a su centro educativo menor que el promedio observado entre los países de la OCDE. Así, un 25% de los alumnos se siente marginado en el colegio (media OCDE: 17%) y un 21% se siente solo en el colegio (media OCDE: 15%)». Y esto incrementa los niveles de ansiedad y de insatisfacción con su propia vida: «Alrededor del 14% de los estudiantes en México que declaran haber sido víctimas de acoso frecuentemente… informaron que no están satisfechos con su vida», y sienten que sus padres no les ayudan con sus dificultades en la escuela.
 
Este fenómeno indeseable del acoso escolar no es, como se puede comprender, un fenómeno ni propio ni particular de México. La misma OCDE da datos comparativos: en Singapur es el 27,5%, Japón 21,9%, Macao 27,3%, Canadá 20,3%. Estonia 20,2%, Finlandia 16,9%, España 14%, Taiwán 10,7%. Estos datos no son para consolarnos, sino para espantar, preocuparse y buscar soluciones.
 
En Finlandia, país que constantemente obtiene resultados muy altos en las pruebas PISA, al analizar este fenómeno y buscar las fórmulas para solucionarlo, ha descubierto que no basta que el bullying se trate de contener enfocando el problema desde los extremos del acosador y el acosado. Las humillaciones del acosador solo tienen sentido si hay una audiencia que las aplaude. «Los investigadores están de acuerdo en que una de las principales razones del acoso escolar es la gran necesidad de estatus, visibilidad y dominio de algunos estudiantes», explica Christina Salmivalli, profesora de sicología de la universidad Tyrku, en Finlandia, quien, por su experiencia de 25 años estudiando este fenómeno, fue comisionada por el Ministerio de Educación de ese país para presidir un grupo de investigadores encargados de desarrollar un proyecto al respecto.
 

Como resultado, los investigadores elaboraron el proyecto KiVa (Contra el abuso) en que exponen que «Con el abuso —ya sea físico, psicológico o social— sobre los estudiantes con menos poder, otros demuestran su estatus y el grupo, a menudo, lo refuerza». Este programa «se basa en la idea de que el cambio positivo en el comportamiento de la clase puede reducir la recompensa que obtienen los acosadores del bullying y por tanto, su motivación para acosar». El objetivo «es incrementar la conciencia de su papel como testigos y cómo esos espectadores (mirones) podrían responder para acabar con un potencial caso de acoso, en lugar de mantenerlo o incluso alimentarlo» (https://elpais.com/elpais/2018/11/06/planeta_futuro/1541516726_663171.html).
 
No basta, pues, atacar el problema desde los polos: acosador y acosado, sino evitar el reforzamiento del espectador cómplice. Es lógico: mientras el acosador tenga público que le aplaude y el acosado sienta que ese público se confabula en la burla o, simplemente, la refuerza con su anuencia y su silencio, el resultado es evidente: el bullyng seguirá. Cuando no hay público cómplice, la conducta del acosador decaerá. Y lo han comprobado: tras probarlo en 234 colegios con 30 000 estudiantes, aseguran que se acabó con el acoso en un 79,4% de casos y se redujo en un 18,5% de las ocasiones.
 
No bastan actos punitivos, se requiere pedagogía.
 

[email protected]