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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Herejes
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
17 de enero de 2019
alcalorpolitico.com
Hace dos meses, en noviembre del 2018, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, se disculpó ante el Congreso y públicamente por un acto de cobardía que protagonizó el gobierno de su país hace casi 80 años.
 
Sucedió en 1939. Un barco, el MS St. Louis, con 907 pasajeros judíos que huían del nazismo, solicitó permiso para desembarcarlos como refugiados, después de haberles sido negado el permiso en EEUU y en Cuba. El primer ministro canadiense de entonces, Mackenzie King, se negó rotundamente. El barco tuvo que regresar a Europa. 254 de ellos fueron exterminados en los campos de concentración.
 
Entre los pasajeros de aquel barco venían el padre, la madre y la hermana del niño Daniel Kaminsky. Daniel, acompañando a su tío Joseph, vivía en Cuba gracias a una oportuna huída de Polonia cuando todavía era posible. Esperaban a su familia. El gobierno cubano retardaba su decisión de aceptarlos. Tiempo que era aprovechado por venales funcionarios para extorsionar a los pasajeros. Los Kaminsky no fueron la excepción. Entre sus ralas pertenencias, traían un valiosísimo y pequeño lienzo de Rembrandt, pintado en 1647, que pertenecía a la familia. Lo entregaron a un funcionario cubano, el infame Román Mejías, para que los desembarcara, pero este lo que hizo fue apropiarse del lienzo. El barco, con los 907 pasajeros, tuvo que regresar a altamar bajo la desalentada y triste mirada de Daniel que nunca volvió a ver a su familia.
 

Y ahí se inicia la apasionante historia contada por Leonardo Padura en su novela Herejes, mezcla de historia y ficción, en la que hace derroche de suspenso, intriga, erudición, ingenio y galanura en el arte de escribir.
 
Pasados 68 años de aquel triste episodio, un hijo de Daniel, el pintor Elías, llega a La Habana y contrata a un perspicaz, deshilachado y simpático expolicía, Mario Conde, para que investigue la suerte de ese cuadro del holandés Rembrandt, valuado en más de un millón de dólares, que está siendo subastado en Londres. Conde acepta a regañadientes el encargo. No le interesa ser detective, pero nadie en esta Cuba de hoy está para despreciar unos dólares a cambio de un trabajo en los ratos libres que le quedan después de andar traficando con libros viejos.
 
La historia de Daniel Kaminski y su tío Joseph en La Habana comprende la primera parte de la novela. Los herejes son ellos, por supuesto. Judíos que en su religión no encuentran el sentido de todo lo que les acontece: una trama de dolor, separación, desarraigo, pérdida, sufrimiento y lucha.
 

La segunda parte nos remonta a Ámsterdam, siglo XVII, en donde encontramos a otros «herejes». Entre ellos, el jovencito sefardí Elías Ambrosius tenazmente lucha contra sus mismos correligionarios judíos para lograr el anhelo más grande de su vida: ser pintor. Si bien Ámsterdam se enorgullece de ser una ciudad tolerante con todas las religiones, los más fundamentalistas judíos se esmeran en perseguir a quienes consideran «herejes» por no acatar al pie de la letra las esclavizantes normas de su doctrina. Entre estos está el joven pintor, quien, haciendo grandes sacrificios y luchando contra todo y contra todos, logra ser aprendiz en el taller de Rembrandt y llega a ser precisamente el modelo que le sirve al gran maestro del claroscuro para retratar al fundador de cristianismo. Imagen que es, ni más ni menos, el cuadro que pertenecía a la familia Kaminsky desde 1648. El jovencito modelo usado por Rembrandt, al huir de la masacre de judíos perpetrada por sus mismos correligionarios en Polonia, donde se hallaba refugiado, lo encargó a un rabino amigo suyo y este lo entregó al médico Moshe Kamisky, antepasado de Daniel.
 
En la tercera parte, de regreso a La Habana de inicios del siglo XXI, encontramos al reticente investigador perseguir las huellas de Judy Torres, jovencita amiga de una sobrina política de Elías, que ha desaparecido. Las pesquisas llevan al expolicía a sumergirse en el mundo de los «militantes de una filosofía autodestructiva»: darketos, emos, mikis, rockeros, punks, rastas, freaks, góticos; lectores de Nietzsche, Milan Kundera, Ciorán, Tolkien, A. Rice, Murakami. Allí encuentra la razón de la muerte de la jovencita, militante de una de esas pandillas urbanas, verdaderos «herejes con causa» quienes, hastiados de una sociedad asfixiante, han decido segregarse y formar un mundo aparte, muy sui generis. Dice Padura: «Los desastres de los cuales estos muchachos habían sido testigos y víctimas, engendraron a unos individuos decididos a alejarse de todo compromiso y crear sus propias comunidades, espacios reducidos en donde se hallaban a sí mismos, lejos, muy lejos, de las retóricas de triunfos, sacrificios, nuevos comienzos programados (siempre apuntando hacia el triunfo, siempre exigiendo sacrificios), por supuesto que sin contar con ellos».
 
En ese intento por descubrir las causas de la muerte de Judy, el expolicía hallará el hito que lo conducirá a reconstruir el camino que ha seguido y las manos criminales por donde ha pasado el famoso cuadro de Rembrandt, objeto de sus pesquisas.
 

Herejes es una novela dolorosa, retrato de seres desarraigados que luchan por su libertad y terminan por perder sus esperanzas, sus anhelos, sus ilusiones. Singular historia que tiene la virtud de los libros extraordinarios que se convierten en preferidos: son esos libros que no solo sacian al lector y lo dejan con un cúmulo de emociones, sino que lo motivan a indagar más, a saber más, a leer más y disfrutar el inigualable placer de la lectura.
 
(Leonardo Padura, Herejes. Tusquets, 528 pp).
 
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