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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
La mala fama y la moral
Miguel Molina
17 de enero de 2019
alcalorpolitico.com
Claro que recuerdo. Pasó hace veintitantos años, a principios de los noventa, en el juicio a Rubén Zuno Arce y Juan Ramón Matta Ballesteros, entre otros acusados de haber participado en el secuestro, la tortura y el asesinato del agente Enrique Camarena Salazar, de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos. No vale la pena entrar en más detalles.
 
Había pasado un par de semanas de audiencias cuando apareció El Enviado, un hombre joven de traje impecable de tres piezas, zapatos sin duda Ferragamo, aroma de tienda de aeropuerto, corbata de Armani, cuaderno Moleskin, pluma Montblanc, Rolex. Llegó tarde. Se sentó junto a mí.
 
Mientras el fiscal o la defensa interrogaban a uno de los testigos cruzó la pierna, sacó la pluma, abrió el cuaderno, miró para todos lados y me dijo en un susuro: "No jodas, escribe en español". Trabajaba para un diario de la Ciudad de México, y no hablaba inglés ni entendía lo que estaba pasando.
 

Me acordé de El enviado porque ahora sigo – aunque sea desde el otro lado del mundo – otro juicio. Y entonces como ahora me doy cuenta de que los medios mexicanos tienen la culpa de su mala fama.
 
Según las crónicas que la prensa ha publicado sobre el juicio a Joaquín Guzmán (El Chapo), Alex Cifuentes – colombiano, narcotraficante arrepentido, testigo del gobierno – declaró que el procesado habría pagado un soborno de un millón de dólares a Enrique Peña Nieto, quien fue presidente con más pena que gloria.
 
La prensa, que muchas veces – casi siempre – repite sin pensarlo mucho, repitió las declaraciones de Cifuentes como si fueran un hecho comprobado. Pero no: en el derecho de Estados Unidos (y en el derecho procesal de prácticamente todo el mundo), el rumor o las declaraciones de oídas no sirven como elemento de prueba.
 

Lo más que puede aceptar cualquier tribunal es que la declaración se produjo (El Chapo le habría dicho a Cifuentes sobre los presuntos sobornos), pero no puede aceptar como cierto algo que no le consta al declarante. Y en México todo mundo lo da como un hecho porque la opinión pública no tiene en cuenta esos detalles legales a la hora de juzgar.
 
Y si eso pasa en un proceso como el de El Chapo, no quiero imaginarme qué puede pasar en un juzgado mexicano donde haya un juicio oral...
 
El periodismo "ciudadano"
 

Pero una cosa es la opinión pública y otra cosa es la prensa. El público puede decir lo que quiera y pensar lo que quiera, porque no tiene la responsabilidad de los medios, cuyo compromiso es informar sobre los hechos y guiar a la opinión pública. En fin. Necesitamos ser más cuidadosos en lo que hacemos.
 
Basta con ver los ejemplos que ofrecen las redes sociales, que muchos consideraron como un posibilidad de ejercer un periodismo "ciudadano", para darnos cuenta de dónde está el punto débil: los reporteros no preguntan ni se preguntan ni dudan. Y eso es algo muy grave sobre todo en tiempos del huachicol, porque cualquier cosa, cualquier invento, cualquier chisme, cualquier rumor, puede llenar el vacío informativo.
 
Hace un par de días ví fotos que mostraban anaqueles vacíos en varias tiendas Walmart de Zacatecas, Querétaro, Nuevo León y otros estados. La escasez se debía, según los "corresponsales", al desabasto de gasolina. Pero ninguno de los "periodistas ciudadanos", si es que existen, contó con que la gente se daría cuenta de que era la misma foto atribuida a cuatro o cinco sucursales en Zacatecas, o que ojos atentos notarían que se trataba del mismo texto.
 

Eso no fue obstáculo para quienes buscan descalificar al gobierno a cualquier precio, como si exhibir como incompetente al equipo político de Andrés Manuel López Obrador resolviera los problemas del país en vez de exacerbarlos. Lo que hacen no es periodismo. Ni es ciudadano.
 
Cartilla moral
 
También pensé en Marguerite Yourcenar, que anduvo por las calles de Ginebra y vio tal vez los paisajes que miro. La primera mujer que ocupó un asiento en la Academia Francesa visitó a Jorge Luis Borges, para entonces ya enfermo y quizá recluido en su casa de la Ciudad Vieja, entre edificios antiguos y altas murallas de piedra, y le preguntó cuándo iba a salir de su laberinto. "Cuando hayan salido todos", le respondió el argentino.
 

En eso estaba cuando leí la noticia de que el gobierno ya publicó la Cartilla Moral, que ofrece un sentido del ser a los mexicanos, aunque lo hace de una manera confusa y catequizante, por decir lo menos.
 
Aunque uno entienda que la idea de la transformación de la República pasa por el cambio de los mexicanos, es claro que la reforma de la sociedad tiene que ser producto de una reflexión profunda de cada uno de nosotros y no resultado de un sermón que no tiene ya que ver con nuestro siglo.
 
El Adriano de Yourcenar fue claro y contundente: "La moral es una convención privada; la decencia, una cuestión pública". Nada va a cambiar si no salimos del laberinto.
 

Meseguer
 
Se llamaba Meseguer aunque también se llamaba Arturo. Nos conocimos hace cuarenta y tanto años en la primera Tasca del Cantor, que era una bodega casi a la mitad de la cuesta de Bravo, donde cantábamos y leíamos versos hasta que era demasiado tarde o muy temprano porque el mundo era joven y, sobre todo, bueno. Hoy descansa en paz, aunque sigue llevando la música por dentro. Qué gusto haberlo conocido.