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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Un problema que no se va a resolver por obra y gracia de nadie
Miguel Molina
1 de febrero de 2019
alcalorpolitico.com
El miércoles fui a recoger el correo que todavía me llega a la casa de Londres, y mientras revisaba lo que había me sorprendió el estrépito del camión de la basura, que pasa cada semana y se lleva lo que hay en los contenedores.
 
En Ginebra uno lleva la basura a los depósitos que hay en la planta baja del edificio. El conserje los saca muy temprano los miércoles, y el camión pasa y se lleva lo que hay. Uno lleva la basura orgánica hasta el depósito más cercano, y aprovecha para dejar vidrio, plástico y aluminio en sus respectivas cajas.
 
Hasta donde sé, ninguna de estas dos ciudades en que ha tocado vivir tiene problemas con la basura ni con los basureros. Hay desaseo porque la gente es cochina y tira lo que sea donde sea, pero en general uno (es decir: casi todos) cuida el lugar en que vive, aunque las calles y los parques están limpios.
 

En Londres la basura se procesa y se usa para producir energía, mientras que los residuos tratados se usan en proyectos de construcción. En Ginebra (donde se producen seiscientos kilos de basura por persona cada año) se reciclan dos terceras partes de los desechos para producir electricidad.
 
Hay lugares en México donde no pasa lo mismo. Veracruz (el ejemplo podría ser cualquier otro lugar) vive y padece las consecuencias de años de tirar la basura donde caiga. Hasta la fecha se producen cerca de quinientas toneladas diarias en el estado, y quién sabe qué pasa con ellas.
 
Durante años hubo tiraderos donde se arrojaba todo sin ver y sin pensar: la basura veracruzana se fue juntando en mil doscientos lugares más o menos clandestinos, casi todos a cielo abierto, y ya nadie sabe qué hacer. Los tiraderos siguen siendo un problema que no se va a resolver por obra y gracia de nadie.
 

La mitad de los desperdicios – de los veracruzanos, de los mexicanos – termina en esos tiraderos, y las autoridades no saben qué hacer o no les importa mientras la cosa no se convierta en problema. Aunque la mejor idea es hacer rellenos regionales, en muchos casos el orgullo provincial priva sobre el interés colectivo, y la gente se opone a recibir la basura de otros, como ya se ha visto aquí y allá.
 
En México – en Veracruz – la basura se deja donde cae hasta que se convierte en un problema sin solución. En muchos lugares hay incendios que llevan años jodiendo a los vecinos con humos nocivos y pestilentes sin que nadie sepa ni pueda cómo se puede resolver un problema de esa naturaleza.
 
No se ve que nadie esté haciendo algo serio, a nivel personal o de manera institucional, para que las cosas cambien. Para muchos, es natural que el ambiente sea un asunto de segunda mientras no haya crisis. Pero si esperamos a que haya una crisis ambiental puede ser que el remedio sea más difícil y más caro. Y entonces puede ser también demasiado tarde, como ya veremos la semana que viene, o la otra.
 

Muhammed Sabir
 
Una de mis ex alumnas contó la historia en Facebook. Muhammed Sabir no abrió su puesto de té en el centro de Delhi porque murió a la una de la mañana del viernes pasado. Llevaba veinte años en el mismo lugar, de nueve y media de la mañana a ocho y media de la noche, calentando agua en un brasero hecho con ladrillos sueltos, rodeado de bolsas con hojas de té, cartones de leche, vasos de papel, azúcar, gengibre y semillas de cardamomo.
 
Le iba bien. Sus clientes trabajaban en las oficinas de los edificios de la zona, y quien – conocido o desconocido – se acercaba al puesto de Muhammed siempre se iba con un vaso de té en la mano, aunque no tuviera para pagarlo. Kabhi toh aap vaapas ayenge, decía el vendedor de té: algún día volverás...