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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Ciencia, profesión y ética
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
14 de febrero de 2019
alcalorpolitico.com
En noviembre del año pasado, He Jiankui, un científico chino, sorprendió a científicos de todo el mundo con un anuncio espectacular y espeluznante. En un congreso celebrado de Hong Kong, los cerca de 700 desconcertados asistentes y miles más por internet le escucharon anunciar que, mediante una alteración practicada en el ADN de dos bebés, Nana y Lulu, había logrado hacerlas resistentes al virus del SIDA, cuyo portador era uno de sus progenitores.
 
Los científicos apenas lograban asimilar la noticia, cuando He se escabulló por una puertecilla del escenario y desapareció. La controversia que desató fue inmediata por varias razones: el experimento no había sido publicado previamente en ninguna revista científica, no existían registros de los ensayos previos, ningún otro científico estaba enterado de lo que hacía Jiankui, quien no dio detalles de lo realizado, a más de que no existía prueba de haber sido practicado cumpliendo con los protocolos internacionales relativos a la experimentación con embriones humanos.
 
A instancias de la comunidad científica internacional, el gobierno chino inició una investigación minuciosa de todo lo realizado por el genetista y encontró, además de los anteriores, otros «detalles» impresionantemente inmorales: «el científico manipuló el código genético de varios embriones que implantó en el útero de mujeres voluntarias… falsificó documentación para aparentar que un comité ético había dado el visto bueno al experimento, convenció a ocho parejas heterosexuales para que se sometieran a la prueba… organizó un equipo que intencionalmente evitó los controles y utilizó tecnología de efectividad y seguridad inciertas para desarrollar actividades de edición de embriones humanos con fines reproductivos, algo que está oficialmente prohibido… y dado que las parejas en las que al menos uno de sus miembros está infectado con el VIH no pueden beneficiarse en China de tratamientos de fertilización in vitro, He dio instrucciones para que otras personas suplantaran a los voluntarios en los análisis de sangre necesarios». En conclusión… «Las actividades violaron seriamente los principios éticos y la integridad científica, así como la legislación china» (https://elpais.com/elpais/2019/01/21/ciencia/1548083958_898506.html).
 

Por si esto fuera poco, según los científicos, hay maneras mucho más simples y sumamente efectivas de prevenir el contagio: «La medicina ya ha logrado desde hace años evitar la transmisión vertical del VIH de los padres a sus hijos en más del 98% de los casos, utilizando antirretrovirales y sin necesidad de recurrir a modificaciones en el ADN de los embriones, ya que la edición genética en embriones viables puede tener efectos desconocidos y perjudiciales para los seres humanos resultantes» (https://elpais.com/sociedad/2018/11/26).
 
Para mayor sorpresa de los congresistas, Jiankui dijo que estaba «orgulloso, muy orgulloso» de lo que había hecho; que no busca alteraciones eugenésicas, que solo lo mueve el interés por ayudar a familias con enfermedades incurables y que él también es padre de familia. Además, desmintió todas las acusaciones y dijo que todo lo hizo acatando los protocolos de investigación sobre embriones humanos. Todo lo anterior fue inmediatamente recusado por los investigadores que, siempre con información deformada o sesgada, habían tenido noción de algo de lo que hacía el investigador chino.
 
Jiankui no es un científico loco, ni un ignorante atrevido: cursó Física en la Universidad de Ciencia y Tecnología de China, hizo un doctorado en Biofísica en la Universidad de Rice y un postdoctorado en Stanford, en donde investigó sobre secuenciación genética. El problema medular de Jiankui es su ausencia de conciencia ética. Y esto es algo que, como el buen gusto estético, no se hereda por el ADN sino que se aprende en el hogar, se desarrolla en la escuela y es por formación humanística que alcanza un alto nivel. De ahí la imperiosa necesidad de que la escuela vaya más allá de la adquisición de saberes y el desarrollo de habilidades científicas y tecnológicas. Fundamental es el encuadre ético, la formación de un «buen gusto ético» que implique un autojuicio, una conciencia ética, sobre las conductas relativas a la práctica y ejecución de esos saberes científicos y técnicos y el ejercicio de una profesión.
 

Los filósofos mexicanos, conscientes de esta urgencia, han expresado su constante preocupación por la omisión de la formación humanística en la escuela. En su Pronunciamiento sobre la crisis de la educación, publicado en junio de 2018, expresan claramente: «la dimensión técnico-productiva es una condición necesaria que debe satisfacer un proyecto educativo en la llamada sociedad del conocimiento, pero no puede ser comprendida como una condición suficiente, puesto que la técnica, en sí misma, no soluciona problemas sociales como la exclusión económica, la desigualdad social, la violencia, la corrupción ni la discriminación de género. Necesitamos por ello una educación integral que incorpore a las humanidades y a la filosofía paralelamente a las tecnociencias justamente para atender problemas como los anteriormente mencionados sin cuyo esclarecimiento, diagnóstico y eventual solución el propio desarrollo de la ciencia, la técnica y la sociedad en su conjunto pierden su sentido… Reducir la educación al ámbito de las tecnociencias está dando como resultado una dinámica social que afecta, incluso, a quienes abogan por una educación reducida estrictamente a la adquisición de saberes y competencias científico-técnicas» (http://www.ofmx.com.mx/2018/07).
 
De no ser así, el fruto del Edén seguirá tentando la ambición de quienes carecen de principios éticos en su profesión.
 
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