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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
«Al perderte yo a ti...
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
21 de febrero de 2019
alcalorpolitico.com
«Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:/ yo porque tú eras lo que yo más amaba/ y tú porque yo era el que te amaba más. / Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:/ porque yo podré amar a otras como te amaba a ti/ pero a ti no te amarán como te amaba yo».
 
Quizá estos versos, sencillos, tiernos, dulces, nostálgicos, hayan sido escuchados o leídos por muchos jóvenes enamorados. En la calle Juárez, de Xalapa, alguno los mandó escribir en el frontispicio de una casa. Allí, anónimos, permanecieron durante mucho tiempo.
 
Ahora, su autor, Ernesto Cardenal, se encuentra en una cama de dolor.
 

Hace muchos años, en 1962, fueron publicados en forma anónima, en la colección Poemas y Ensayos, de la UNAM, donde el poeta había terminado su maestría en Letras. Forman parte de Epigramas, un poemario de versos amorosos y políticos, dulces e irónicos, tiernos y terribles, que unen el dolor y la dicha del amor, el sufrimiento y la lucha por la libertad de un pueblo al que el tirano Anastasio Somoza (paradigma de muchos otros, antiguos y nuevos) asoló durante infinitos días, meses y años.
 
El poeta nicaragüense nació en 1925, estudió filosofía y letras en la UNAM y luego posgrado en la universidad de Columbia. Sus creaciones, aparte de los Epigramas, comprenden los maravillosos Salmos, Vida en el amor, Homenaje a los indios americanos, El estrecho dudoso, Canto nacional, Oráculo sobre Managua, El evangelio en Solentiname y otras obras que le ganaron el odio furibundo y la persecución implacable del dictador Anastasio Somoza, quien lo encarceló esperando, como lo hace todo déspota, que su palabra fuera acallada, silenciada, enmudecida.
 
Sin embargo, Ernesto Cardenal continuó su lucha contra las dictaduras con las mejores armas que tenía: sus versos como cincelados en mármol, sus palabras incendiarias, su amor incondicional a la libertad, su deseo ferviente de igualdad, justicia y democracia.
 

A los 31 años, su vida da un vuelco: cambia la ruta de su destino y entra como novicio en un monasterio trapense en Kentucky, en cuyas celdas curte su espíritu con el silencio y la meditación, y de donde sale convencido de que las tiranías tienen raíces más profundas de lo que creía: están, latentes o descubiertas, en el corazón del hombre envilecido.
 
Firme en su propósito, se refugia en Cuernavaca, México, y luego en Colombia, en donde estudia teología y posteriormente es ordenado sacerdote en Managua. Va a ejercer su trabajo y aplicar sus convicciones a favor de los nativos a la isla de Solentiname. Allí, su espíritu libertario lo impulsa a renovar su lucha abierta y decidida contra la dictadura hecha carne en quien tiraniza a su pueblo. Se une al movimiento sandinista y, tras el derrocamiento de Somoza, acepta formar parte del nuevo gobierno encabezado por Daniel Ortega.
 
Esta decisión y su convicción de que la religión no debe ser droga sino levadura de libertad, lo enfrentan a la iglesia católica, o mejor, a quien la gobierna en ese momento: el papa Juan Pablo II, quien, en 1983, en un acto de autoridad, lo humilla públicamente y luego lo suspende de todas sus funciones ministeriales. Así lo relató en el suplemento Ideas el periodista Juan Arias: «Yo estaba a su lado cuando se acercó el Papa. Cardenal hincó una rodilla en el suelo y tomó su mano para besársela. Juan Pablo II se la retiró. Y cuando el sacerdote le pidió la bendición, el Papa, señalándolo amenazador con el índice de su mano derecha, le dijo: “Antes tiene que reconciliarse con la Iglesia”»...
 

Ernesto Cardenal, confirmando su pensamiento de que los dictadores renacen como las cabezas de Hidra, ha sufrido la nueva tiranía de Daniel Ortega: «soy un perseguido político en Nicaragua. Perseguido por el Gobierno de Daniel Ortega y su mujer [Rosario Murillo], que son dueños de todo el país, hasta de la justicia, de la policía, y del Ejército. No te puedo decir más, porque esta es una dictadura» (https://elpais.com/internacional/2019/02/16).
 
Cardenal, a los 94 años, en su lecho de enfermo recibe una carta sellada: es del nuevo jerarca católico, el papa Francisco, quien le informa del levantamiento de la suspensión que le había sido dictada hace 35 años. En el hospital lo visita el obispo de Managua quien, de rodillas, le pide su bendición…
 
«Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido/ ni asiste a sus mítines/ ni se sienta en la mesa de los gánsteres/ ni con los Generales en el Consejo de Guerra/ Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano/ ni delata a su compañero de colegio/ Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales/ ni escucha sus radios/ ni cree en sus slogans/ Será como un árbol plantado junto a una fuente». (Salmo 1)
 

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