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Columnas y artículos de opinión
Causas y efectos
Inaudita la infiltración delincuencial
Alfredo Ríos Hernández
12 de marzo de 2019
alcalorpolitico.com
*El zarandeo de “un tsunami delictivo”
*Pobreza causa el desarrollo delictivo
*Combatir el origen debe ser prioridad
 
No se podría coincidir del todo con el alcalde de Xalapa, Hipólito Rodríguez Herrero, cuando sostiene que las causas del desarrollo delincuencial en tierras veracruzanas, son “porque en las últimas administraciones estatales, se abandonaron las acciones y los programas para dotar a la colectividad de apropiados sistemas y personal capacitado de seguridad”.
 

Porque en realidad sí se crearon estrategias y se generaron recursos financieros para la dotación de equipo apropiado al servicio de los cuerpos de seguridad, al tiempo que se construyeron centros de seguridad en puntos estratégicos con mandos regionales, que incluso despertaron esperanzas en la colectividad veracruzana.
 
No, no fue descuido ni falta de recursos lo que aconteció, tanto así que investigaciones periodísticas e incluso valoraciones de la sociedad civil en aquellos días, referían que en determinadas áreas incluyendo los ámbitos de la Procuración de Justicia que luego dio curso a la creación de la Fiscalía, se presumía sobre la existencia de infiltraciones de núcleos delincuenciales, los cuales incluso ejercían presiones no sólo en los ámbitos judiciales y policiacos, sino en diversos niveles de Gobierno sumando a ello amagos hacia medios de comunicación.
 
La penetración de la actividad criminal y de presiones de diversa naturaleza en los distintos círculos de la actividad social, empresarial, financiera, de seguridad, de la administración pública e incluso en ámbitos religiosos y periodísticos, ha formado parte de nuestra realidad y constituye más que una causa del crecimiento delincuencial, un efecto de esa desproporcionada ola delictiva que invadió a Veracruz y al país y que, incluso, originó el desarrollo monstruoso de brazos distintos que se esparcieron ya no sólo en los ámbitos del tráfico de estupefacientes, sino en el robo y comercio ilegal de combustible; en los asaltos en carreteras, comercios, bancos y empresas; en el secuestro y levantones; en el cobro de piso por doquiera; en los diversos tipos de extorsión, en la explotación bajo amenaza de campesinos y ganaderos, e incluso en algunos casos en la imposición de candidatos a cargos de elección popular.
 

De ese tamaño es la cadena delictiva en el país y sus extensos y variados tentáculos, por lo que no podemos referirnos sobre el tema en deducciones simplistas de que todo se debe al abandono en el pasado reciente de estrategias apropiadas para combatir al crimen organizado, ni mucho menos referir que la culpa es “la colusión” porque todos los funcionarios de alto nivel “estaban coludidos y no hicieron nada para detener al monstruo delincuencial”, cuando en realidad ese monstruo se vino desarrollando en el transcurrir de varias décadas e incluso en el trayecto de periodos con excelentes alcaldes y gobernadores.
 
Ciertamente, fue en las últimas dos décadas la etapa de mayor gestación (si así le queremos llamar) delincuencial, pero tales dimensiones no se previeron sino hasta que el “tsunami delictivo” nos zarandeó y ello lo detectamos cuando ya nos encontrábamos inmersos en el torbellino.
 
Claro que son las instancias oficiales responsables de dotarnos de seguridad las que, en el transcurrir de varios periodos gubernamentales, incluyendo los municipales, no alcanzaron a detectar lo que ya había advertido décadas atrás el veracruzano Jesús Reyes Heroles, cuando como titular de Gobernación refirió en respuesta a señalamientos sobre el narcotráfico proveniente del sur del continente hacia Estados Unidos, que lo pretendido por algunos políticos estadunidenses, dejaba entrever el pensamiento que para combatir el narcotráfico “México debía poner la muralla de muertos y Estados Unidos sólo pondría a los consumidores”.
 

Tal histórica referencia apunta los orígenes y en gran medida el comportamiento delincuencial en la historia moderna de nuestro país, que no es tan simple como el referir que los gobernantes de atrás “no hicieron nada” para frenar la ola criminal, porque en realidad sí se han emprendido acciones y estrategias, que en su momento fueron efectivas, pero que en últimas fechas resultaron rebasadas no por mera colusión entre mandos del sector público y núcleos delincuenciales, sino porque el núcleo criminal sobrepasó en sus estrategias y tentáculos a los endebles sistemas de seguridad y blindaje para tratar de evitar que se esparciera la contaminación criminal.
 
El crecimiento poblacional quebrantó la potencialidad de los programas de apoyo social, al tiempo que sobrevinieron cambios en las conductas comerciales que desplazaron productos y espacios laborales nacionales, ello sumado a la incapacidad presupuestaria para apoyar con mayores efectos positivos los sectores empobrecidos, fortaleció la capacidad de atracción de los rangos fuera de la Ley, originándose grupos criminales con tentáculos crecientes que han desorientado y desestabilizado al país.
 
El actual reto es disponer de la capacidad requerida, contar con la infraestructura necesaria y los programas y estrategias apropiadas, para lograr no sólo los objetivos adecuados en el ámbito policiaco en el marco del crimen y el castigo efectivo e inmediato, sino conjuntamente aplicar programas que favorezcan la apertura y reactivación de empresas, al tiempo de revitalizar y reorientar la productividad rural, fomentar el turismo y elevar la capacitación, fortaleciendo opciones laborales y el bienestar en lo general.
 

Aparejado a la eficacia en materia de seguridad y de justicia pronta y expedita, se debe obligadamente fomentar la creación de fuentes de trabajo rurales y urbanas, lo que no será posible en un marco de disgusto, separaciones y distanciamientos entre la administración pública y el sector empresarial, relaciones que constituyen requisito insustituible para un gobierno productivo en beneficio de un país con oportunidades para alcanzar el bienestar de sus habitantes.
 
Está claro que el desarrollo delincuencial ha frenado el desarrollo de la sociedad, pero es preciso identificar las verdaderas causas que dieron origen a un país plagado de violencia y combatir de inmediato las raíces que le dieron origen, que no es otro que vivir en la angustia de la pobreza sin la oportunidad de encontrar senderos laborales para mejorar el nivel de vida de nuestra familia.
 
Claro que aparejado a la generación de nuevas oportunidades laborales deben existir condiciones de seguridad para el inversionista, por lo mismo se hace urgente dejar a un lado argumentaciones banales y confrontaciones perniciosas, para tomar las rutas que suman voluntades cuando en esos senderos se abren reales perspectivas para el desarrollo compartido, al margen de los colorines partidistas y las confrontaciones sectarias, porque siempre se ganará más sumando esfuerzos que debilitando posibilidades de integración por mantener posturas extremas que sólo conllevan a la improductividad.
 

La suma de voluntades siempre será de mayor beneficio para la colectividad que la actividad en los patíbulos para los culpables, porque es mejor invertido el tiempo en aprovechar la suma de esfuerzos compartidos en la búsqueda de mejores niveles de vida, que dedicar nuestro empeño para que “la pague quien la debe”, eso vendrá sólo cuando prive el imperio de la justicia, pero primero se debe cimentar ese imperio con la suma de voluntades para que cada quien alcance y disfrute exactamente lo que merece… Ahí la dejamos en los ámbitos de ésta Cuarta Transformación.
 
Atenderé sus puntos de vista en
 
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