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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Los pacientes del doctor García
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
14 de marzo de 2019
alcalorpolitico.com
Él se llama Guillermo García Medina, nacido español, médico, pero ha tenido que cambiar varias veces de nombre desde que cumplió los 25 años. También ha tenido que renunciar a ejercer públicamente su profesión, y a emplearse en una simple empresa de transportes por casi 40 años. Es republicano durante la guerra civil española, pero aparentará ser filonazi al terminar la segunda guerra mundial. Es huérfano y ha vivido con su abuelo enfrente de otro anciano, este monárquico. Esto no ha sido obstáculo para que ambos abuelos jueguen interminables partidas de ajedrez. Allí ha conocido a Amparo, la nieta del monárquico, quien le ha enseñado algo más que el escondite que su abuelo tiene atrás del armario. Y tampoco su contraria filiación política ni las bombas nazis que caen sobre Madrid ni su absorbente dedicación a practicar trasfusiones de sangre para salvar heridos impiden que ella quede embarazada de un hijo que a él le será usurpado durante media vida.
 
Él se llama Manuel Arroyo Benítez, también español y republicano. Ha tenido una infancia triste y solitaria y solo el afán de salir adelante lo ha impulsado a hacer carrera diplomática. También ha cambiado de identidad al menos seis veces, también ha tenido que aparentar una filiación nazi y expatriarse también por media vida.
 
Ambos son amigos desde el momento en que el primero salva la vida del segundo, y refrendan su amistad cuando el segundo salva la vida del primero. Y aunque dejan de verse durante casi treinta años de vivir vidas separadas, la misma lucha los ha mantenido unidos con un hilo invisible.
 

Ellos son los protagonistas de Los pacientes del doctor García, la hasta ahora última novela que ha escrito Almudena Grandes de la serie Episodios de una guerra interminable.
 
La novela, histórica en esencia, abarca un largo período de la vida española. Desde la caída de Madrid bajo las armas del franquismo (1936) hasta la consumación de la vergüenza nacional y mundial el día en que «Francisco Franco, que espera en la escalerilla del avión, se funde en un cariñoso abrazo con el presidente norteamericano Eisenhower en Torrejón de Ardoz… (y así) el vencedor de la Segunda Guerra Mundial absuelve de todos sus pecados al Caudillo por la gracia de Dios, protegido y aliado de Hitler y de Mussolini» (678).
 
La historia ha dado la vuelta. Quien fue «protegido y aliado» de los nazifascistas, quien protegió a los criminales nazis al fin de la guerra mundial, quien propició el impune saqueo y trasiego de las propiedades y tesoros arrebatados a los millones de judíos, quien se burló de los juicios de Núremberg y pactó con Perón y los gobiernos de Bolivia, Perú y Chile para cobijar con su negro sarape de dictador la red de trásfugas asesinos organizada y dirigida por Clara Stauffer en su propio territorio, ahora, gracias a la vuelta de tuerca de la historia, es amigo y socio de sus propios enemigos, los países aliados, ahora que todos ellos cuentan con un enemigo común: Stalin. «Franco nos conviene mucho. Será un tirano, pero es un gran enemigo de Stalin y eso es lo que importa ahora, ¿no? Mala suerte para los españoles, los sentimos, pero…». «El fascista que triunfó gracias a la ayuda del Eje aplasta con su bota a un país entero, sembrado de cadáveres, y vosotros le dais la vuelta a cualquier lógica, le bendecís, le apoyáis, no estáis dispuestos a molestarle, ni a él ni a los criminales a quienes protege» (639).
 

Entretanto, los dos amigos, Guillermo y Manuel, que han arriesgado su vida, su derecho a vivir con su propio nombre, a ejercer digna y libremente su profesión, a andar sin miedo, a tener una vida familiar apacible y tranquila, todo lo han sacrificado al ser infiltrados para descubrir esa red de connivencias que libra de la justicia a los criminales del Tercer Reich.
 
Al reencontrarse después de tres décadas de lejanía, comparten el diario sabor agrio de la derrota, de ser nuevamente y definitivamente los perdedores de aquella, de esta y de todas las guerras. «¿Qué hemos hecho nosotros para que nos vaya peor que a los nazis?», se preguntan al tiempo en que descubren que su larga vida dedicada peligrosamente a desentrañar las redes de evasión de los criminales nazis no ha servido de nada. «Nuestro error fue luchar, intentar vivir, no querer morir. Nos habría ido mejor si hubiéramos muerto… Eso ya lo sabía, con eso ya contaba, pero no esperaba que las pilas de cadáveres de las cámaras de gas os importaran lo mismo que nosotros. Qué ingenuidad, ¿no? Total, los judíos que murieron, muertos están, y a los que siguen vivos, ya les habéis hecho muchos homenajes, así que, ¿qué más quieren?» (ibid).
 
La autora de esta impresionante novela, en la que mezcla magistralmente los datos históricos con los vuelos de la fantasía («la norma de la historia es la verdad, la norma de la literatura es la verisimilitud»), logra un trabajo literario excepcional, y una lección no solo de historia sino de filosofía de la vida.
 

«El mundo no cambia cuando se vive bajo una dictadura»...
 
(Almudena Grandes, Los pacientes del doctor Garcia. Tusquets, 762 pp)
 
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