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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Un aviso oportuno
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
28 de marzo de 2019
alcalorpolitico.com
La llegada al poder del reaccionario Bolsonaro ha hecho pensar a más de uno acerca de los riesgos que tiene la democracia, o mejor, de los riesgos a que se enfrenta ella. Desde la Grecia antigua, allá por el siglo IV a. n. e., Aristóteles escribía que la democracia cae en la anarquía y esta conduce infaliblemente a la tiranía. Ahora, ya matizadas las cosas, se ve que la democracia lleva en sí misma sus propios riesgos.
 
 Concretando, en Brasil, por ejemplo cercano, la ultraderecha (o de centro derecha como él se define) logró, con Jair Messias(¡!) Bolsonaro, auparse al poder y no mediante algún golpe de Estado, sino gracias a la misma democracia, al voto directo y efectivo de los electores. Apoyado por el Partido Social Liberal (noveno partido al que ha pertenecido) llegó a la presidencia con un poco más del 55 % de los votos, dejando muy atrás al candidato opositor Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores.
 
Pero no fue ciertamente su personalidad ni sus ideas y exabruptos lo que le consiguieron tantos votos: fue la arrasadora decepción de los electores, hastiados de tanta ineficacia y corrupción de los gobiernos emanados del Partido de los Trabajadores, de corte social. Según Paulo Guedes su principal asesor económico, uno de los mayores problemas de la Economía de su país es el "Estado disfuncional", sobre el cual señala que "La centralización de recursos y poder acaba corrompiendo la política y estancando la economía. Es un Estado que interfiere en todo e interviene en todo, pero es mínimo en la entrega y máximo en el consumo de recursos" (https://es.wikipedia.org/wiki/Jair_Bolsonaro).
 

Ante este escenario en que se mueve actualmente la democracia brasileña y ante el horizonte que se perfila no tan lejano para otros países, los periodistas Carla Jiménez y Xosé Hermida, del diario El País entrevistaron al expresidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, hombre de 87 años, quien durante su mandato (1994-2002) logró sacar a su país de una crisis económica, con una hiperinflación que empobreció a muchísimos brasileños.
 
Con su innegable experiencia, reflexiona con claridad y contundencia sobre la situación de las democracias. Y, aunque su perspectiva siempre deriva de su vivencia como jefe de gobierno de Brasil, su reflexión y advertencia tienen una dimensión más amplia, digamos, más universal. “Hoy en día, señala, mueren (las democracias) de esta manera, no es preciso un golpe: solo que se degraden las instituciones. La democracia es una planta tierna que precisa ser regada todos los días, no nos es dada para siempre. Y ahora está en peligro porque las sociedades y las formas de relación entre las personas han cambiado mucho. Tenemos que estar atentos, puede haber un cambio antidemocrático, pero debemos luchar para que eso no ocurra” (https://elpais.com/internacional/2018/11/11/actualidad/1541952038_929926.html).
 
La degradación de las instituciones. Una realidad que parece asolar a los países que, tras años de dictaduras, sean militares o de cualquier otra índole, han experimentado un cambio de sus formas de gobierno. “Tenemos además el crimen organizado y las investigaciones contra la corrupción, que revelaron que las bases del poder estaban podridas y quebraron la confianza de la gente. Con todo eso la sociedad se atemorizó. Y cuando la gente tiene miedo, a veces también tiene rabia”. Y cuando tiene rabia, actúa muy visceralmente y con razón busca el lado contrario, aunque sea la esperanza in extremis.
 

Y según el expresidente brasileño, solamente reafirmando, limpiando, aseando, aseptizando, corrigiendo, depurando esas instituciones puede librarse un pueblo de caer en el extremo opuesto que, como sabemos, llega a pegarse al anterior como serpiente que se muerde la cola.
 
¿Cuáles son esas instituciones? Todas aquellas que permiten o deben permitir al ciudadano vivir decente, humanamente: instituciones de salud, seguridad, educación, trabajo, producción agrícola, comercio, representación social, control de los actos de gobierno, legitimidad en las elecciones, información y comunicación, justicia, práctica de la libertad, derechos de los minusválidos, niños, mujeres, ancianos y de todas las minorías.
 
Y esos son los órganos vitales de la sociedad, y si estos se pudren, no falta el líder que pretende, con esta razón, denigrarlas en su conjunto, atacarlas, achacarles a ellas mismas la corrupción y pretender rehacer todo el andamiaje social a partir de su sola y única voluntad. Este es el riesgo, este el horizonte previsible cuando el pueblo mismo, en lugar de contribuir a sanear y fortalecer sus propias instituciones, las sataniza y las degrada hasta el extremo de aplaudir cualquier intento de abolirlas.
 

“La gente, dice Fernando Henrique Cardoso, ahora decide por sí misma; las palabras de los líderes ya valen poco. Ese es el gran cambio que está sucediendo en la sociedad contemporánea: cada uno, con su teléfono móvil, se comunica con el otro y forma su opinión. Cuando un liderazgo coincide con un sentimiento que se extiende, parece que ese liderazgo lideró. No lideró, es una ola que se forma”.
 
Y esta ola puede llevar a fortalecer el sistema democrático o a propiciar el arribo de cualquier dictadura.
 
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