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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Lo que la primavera hace con los cerezos...
Miguel Molina
18 de abril de 2019
alcalorpolitico.com
Una tarde de hace tiempo, Joaquín me dijo que quería ir al cine a ver Batman Returns. Ya la viste, le dije. Se quedó callado. Íbamos de regreso a la casa cuando me preguntó cuál es mi libro favorito. Le dije. Y cuántas veces lo has leído, me dijo. Fuimos a ver Batman Returns.
 
Con el gusto que da contar – porque leer es escribir y es decir en voz alta aunque nadie nos oiga – una y otra vez la misma historia, aunque ninguna historia es igual dos veces, regreso al momento de hace muchos mil años en que Ishtar se enamoró de Tamuz.
 
Ishtar (conocida por los griegos como Astarté) hacía que pasaran cosas en el mundo, era la razón de que el sol fuera más intenso en la primavera y motivo de que la vida animal y vegetal floreciera en todas partes, y era deidad del deseo, que orienta las intenciones y nubla la razón y entorpece las expresiones y deja las rodillas trémulas.
 

Gilgamesh – el rey sumerio que inventó la escritura – cuenta que Tamuz, conocido entre los fenicios y los griegos como Adonis, era deidad de las cosechas, patrono de los pastores, padre de la abundancia y señor del alimento y la bebida. Todo iba bien. Hay poemas de ese tiempo que celebran las cosas que hacían humanos a los dioses. Pero todos, dioses y humanos, tienen un destino.
 
Ishtar y Tamuz retozaron contentos hasta que llegó el otoño, que hace caer las hojas de los árboles y arruga los frutos, y enfría los ánimos, y Tamuz murió en lo que ahora llamamos septiembre u octubre y pasó al otro mundo, bajo la tierra, listo para esperar su renacimiento.
 
Pero Ishtar era una diosa y no sabía esperar. Más o menos por estas fechas, bajó al infierno por Tamuz mientras el mundo sufría su sufrimiento, porque cuando la diosa no estaba la procreación se detuvo, se apagó la luz, se desvanecieron los deseos y languidecieron las pasiones. Las plantas no dieron flores, las cosechas entristecieron y no hubo frutas en los árboles. Los días eran grises, siempre iguales...
 

No vamos a entrar en detalles: el caso es que Ishtar encontró a Tamuz, lo roció con el agua de la vida para resucitarlo, y lo trajo de regreso al mundo, donde los dos se regocijan sin descanso desde entonces, creando y recreando la vida y sus maravillas.
 
Pero a veces los dioses deciden recordar la temporada que pasaron en el subsuelo y se recogen a descansar en la penumbra, y de su fasto y su recogimiento se producen las estaciones. Quien quiera saber más sobre esta historia de amor tendrá que preguntarle a la diosa Google.
 
El tiempo, que todo lo cambia, cambió los nombres y los dioses, (Ishtar se volvió Íster, Easter) pero conservó la historia. Muchos nos vamos de vacaciones a celebrar lo que sea, y muchos van a las iglesias y los templos y meditan sobre el profundo sentido de la vida y la muerte, que es igual en todas partes. Muchos no hacen nada y esperan a ver qué pasa.
 

Pero si uno presta atención, si uno mira bien y escucha con cuidado, nota que en los rincones frescos de las casas, en los crepúsculos que despiden al día en el campo, en los amaneceres que despiertan a los pájaros mucho antes de que salga el sol, hay algo semejante a un eco regocijado y antiguo.
 
Son Ishtar y Tamuz, que hacen al mundo lo que la primavera hace con los cerezos.