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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Lo que no se cuenta de la Conquista
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
20 de junio de 2019
alcalorpolitico.com
¿Qué es lo particular, único, irrepetible y sorprendente en la Conquista de México, episodio aún traumático para el pueblo mexicano, que no se cuenta en la historia oficial y que los españoles ignoran o evaden en su discurso sobre el tema?
 
En las conferencias que impartí recientemente en Suiza, hubo, en general, una manifestación de sorpresa de parte de los asistentes. Tanto los originarios de México como los provenientes de otros países se admiraban, puntualmente, de dos aspectos: unos, de por qué la historia de México, y especialmente en lo relativo a la conquista española, no se enseña con una información e interpretación más amplia y distinta; los segundos, de ignorar o desconocer los pormenores de un episodio de la historia mundial único y singular precisamente por la forma en que se dio, muy alejada de las conquistas de pueblo sobre pueblo que, por lo cierto, abundan en la aventura de los humanos en este planeta.
 
Dejamos en suspenso, por sabida y manida, la explicación de que esta conquista se dio como una manifestación más del espíritu expansionista español y como consecuencia del descubrimiento, en gran parte apoyado o financiado por su monarquía. Asimismo, evitamos el simplismo y la tergiversación en la interpretación de episodios muy particulares, muchos de ellos relatados por sus cronistas, especialmente por el mismo Hernán Cortés y el soldado Bernal Díaz del Castillo. Tal es el caso, por ejemplo, del intercambio de regalos entre Cortés y Moctezuma al arribo de las huestes español-indígenas a la capital náhuatl, y que tiene una importancia fundamental. En efecto, mientras Cortés (como él mismo dice en su segunda Carta de Relación) se quitó un «collar de margaritas y diamantes de vidrio» y se lo echó al cuello a Moctezuma, este le hizo entregar «dos collares de camarones envueltos en un paño, que eran hechos de huesos de caracoles colorados, que ellos tienen en mucho… y de cada collar colgaban ocho camarones de oro de mucha perfección».
 

Este episodio ha sido malinterpretado y/o evadido por la historia oficial. En efecto, lo del collar de vidrio ha dado pie a decir que los ingenuos nativos se dejaron conquistar por cuentas de cristal, mientras ellos entregaban toneladas de oro a los conquistadores. Nunca hubo (o no está nada claro) que los españoles intercambiaran vidrios por oro. Esta es una simplificación falaz de aquel episodio que reviste un acto de cortesía, inexplicable para la mente española.
 
Pero, por otra parte, el regalo que Moctezuma da a Cortés tiene una muy importante y definitoria significación de lo que verdaderamente acaeció. Los collares «hechos de huesos de caracoles colorados» y que los nativos «tenían en mucho» no era un regalo tan simple: se trataba del Ehecacózcatl, el «Joyel del viento», un corte transversal de un caracol marino que era el valiosísimo atributo y símbolo del poder exclusivo de Quetzalcóatl.
 
Moctezuma, gran conocedor de la teología náhuatl, estaba haciendo la temida confirmación de las profecías que resultaban de la confluencia de un cúmulo de creencias mitológicas, creencias que daban explicación no solo de la precaria estabilidad del ciclo cósmico y de la urgente necesidad que imponía la nobleza de restituir a sus dioses la sangre que ellos les habían entregado y por la cual existían, sino también de la situación provisional de un gobierno que su dios tutelar, Huitzilopochtli-Tezcatlipoca, estaba detentando en tanto su rival, Quetzalcóatl, no viniera a exigir su restitución. Ellos (pueblo del Sol) bien sabían que su ubicación en el valle del Anáhuac había sido posible por la expulsión del legendario rey-dios de los toltecas, el sabio, prudente y bienhechor Quetzalcóatl.
 

En su discurso de bienvenida a Cortés, relatado por Fernando de Alva Ixtlilxochitl y fray Bernardino de Sahagún, Moctezuma, de pie pero profundamente inclinado, le dice: «Señor nuestro, te has fatigado, te has dado cansancio, ya a la tierra tú has llegado, has arriba a tu ciudad, México. Aquí has venido a sentarte en tu solio, en tu trono, Oh, por breve tiempo te lo reservaron, te lo conservaron los que ya se fueron, tus sustitutos […] Como que es lo que nos habían dejado dicho los reyes, los que rigieron, los que gobernaron tu ciudad: que habrías de instalarte en tu asiento, en tu sitial, que habrías de venir acá… Pues ahora se ha realizado, ya tú llegaste, con gran fatiga, con afán viniste. Llega a la tierra, ven y descansa, toma posesión de tus casas reales, da refrigerio a tu cuerpo. Llegad a vuestra tierra, señores nuestros».
 
El desengaño, que se fue gestando paso a paso y que llegó muy tarde para los aztecas, vino a culminar gracias a la imprudencia del Tonatiuh español, Pedro de Alvarado.
 
Estas palabras del tlatoani Moctezuma revelan mucho, muchísimo más que la manida interpretación de su «cobardía» y de la supuesta abyección de un pueblo ignorante que se enfrentaba con arcos y flechas a los poderosos cañones de los audaces conquistadores…
 

Simplemente, la historia fue otra.
 
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