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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Silencios, comentarios y olvido
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
27 de junio de 2019
alcalorpolitico.com
Generalmente recibo algunos comentarios (no muchos, por supuesto) de los artículos que escribo y se publican por diversos medios, físicos y electrónicos, y que me atrevo a «subir» a las redes sociales solo por insistencia de una persona amiga, ya que estoy convencido de que estos últimos medios no son muy propicios para difundir artículos dado su carácter proclive a la brevedad e inmediatez. Siempre he pensado que en eso son muy buenos y cumplen una función social muy clara y precisa, pero alejada de los propósitos, fines y formas de editoriales y artículos de opinión.
 
En fin, que en ocasión de mi anterior artículo, en el que apenas asomé uno de los «detalles» sobre los que se ha tejido una fábula acerca de la Conquista de México, solo un gran amigo y, por esto mismo, lector y comentarista de lo que escribo, me hizo saber su propia opinión sobre el asunto en su Misiva 99: «Se me ocurre pensar –me escribe– que ese embrollo histórico, que usted sugirió en su último artículo, deviene de tratar de ajustar las decisiones papales y la repartición del mundo y avenirlas con el acontecer histórico. Pero me sorprende que tantos historiadores a lo largo de la historia no hayan podido sacudirse ese lastre mental que les ha obnubilado el razonamiento y los ha mantenido en ese pantano que trata de justificar lo injustificable de la invasión europea cobijada en dos banderas: Primera: la sustracción de las riquezas de ese Nuevo Mundo. […] Esto, como inicio en las tierras continentales, porque ya del Caribe habían salido riquezas que colmaban ambiciones y justificaban lo invertido en la expediciones; independientemente de las defenestraciones de Hernán Cortés, los encomenderos y los etcéteras que han seguido. Segunda: la cristianización. Cansa e indigna ese machacar de los autores que dan por buenos todos los excesos, porque cada día, según ellos, la iglesia ganaba nuevas almas: “…Comenzaremos guerra justa y buena y de gran fama. Dios poderoso, en cuyo nombre y fe se hace, nos dará la victoria; y el tiempo traerá el fin que de continuo sigue a todo lo que se hace y guía con razón y consejo…”. (Oración de Cortés a los soldados)», según testimonio de Francisco López de Gómara, confesor de Hernán Cortés.
 
Entiendo (esto le contesto) que el tema sigue siendo tabú, porque no somos aún capaces de hacer una justa y apropiada reescritura de nuestra historia. Ya me imagino lo que le pueda suceder a quien se atreva a resucitar las confabulaciones de Juárez con los gringos para que estos le surtieran de armas, dinero y apoyo político para su movimiento liberal a cambio de maltratar indígenas y casi regalarles el istmo de Tehuantepec con su Tratado McLane-Ocampo, ahora que se pacta con Trump contra los emigrantes a cambio de lo mismo de hace 160 años...
 

Cortés y compañía muy bien disfrazaron sus ambiciones con el señuelo de aportar riquezas a su soberano y de convertir a estos infieles adoradores de «demonios», como llamaron a sus dioses, y encauzarlos por el «buen camino». Hace unos días leí una entrevista a una escritora española quien despepitó una serie de estupideces respecto a ese asunto, y llegó a decir que los españoles, a cambio de unas cuantas baratijas de oro, nos trajeron la indiscutible joya de su religión, y que esta para nada fue impuesta sino producto de un fraternal convencimiento, al que contribuyó la humana, caritativa y suave mano de la inquisición... En fin, le digo a mi estimado amigo, que solo leí toda la entrevista para constatar hasta donde llega el vasallaje de la mujer para quedar bien con su soberano...
 
En una larga y sabrosa entrevista a David Alfaro Siqueiros, que la televisora de la UNAM retrasmitió hace unos días, después de hablar muy sabida y bellamente de la cultura de los indígenas mexicanos, expuso que, a cambio de los ultrajes y abusos propios de la conquista, recibimos el valiosísimo recurso de la lengua española. Y en esto, el gran muralista mexicano coincide con lo que Pablo Neruda escribió de la conquista de este «México, florido y espinudo», de este «mundo mexicano, reprimido, violento y nacionalista, envuelto en su cortesía precolombina»: «Qué buen idioma el mío, qué buena lengua que heredamos de los conquistadores torvos… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras».
 
Y ahora dejaré descansar un poco a los conquistadores, que los conquistados ya reposan, ellos sí, en la santa paz del olvido.
 

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