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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
'Confieso que he vivido'
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
11 de julio de 2019
alcalorpolitico.com
Por una coincidencia, termino de leer un libro que no puedo explicar por qué no había caído en mis manos, aunque sí en mi conocimiento. Se trata de la autobiografía de Pablo Neruda, que él mismo tituló Confieso que he vivido. Y es coincidencia porque termino de leer la obra este lunes 8 de julio y este escrito tal vez salga publicado un día antes de que se cumplan 115 años de su nacimiento, ocurrido el 12 de julio de 1904, cuando junto con él apenas despuntaba el siglo XX.
 
La obra la empecé a leer por casualidad. Me encontraba frente a un paisaje boscoso, con una pertinaz neblina que poco a poco caía sobre los Alpes suizos para luego levantarse hacia los cielos y cubrirlos con un manto gris de inminente lluvia. Y su primera hoja sobrecogió mi espíritu: «Os traigo hoy parte de las esencias devoradoras de mi poesía, del frío y del fuego que me han acompañado en el camino, adelantándose muchas veces a mis pasos, impregnándose de cuanto encontraron abierto, golpeando las cerradas matrices del mundo en su extensión […] Qué es mi poesía? No lo sé. Es más fácil preguntar a mi poesía quién soy yo. Ella me ha guiado en la noche oscura del alma, ella me ha desencadenado y me ha encadenado, ella me ha conducido a través de las soledades, a través del amor, a través de los hombres» (14).
 
Ahí quedó el libro, a un lado. Porque mi corazón evocó aquel mes de septiembre de 1970, en la biblioteca de un legendario colegio donde me inicié formalmente como artesano de la educación, con un sueldo simbólico y con el compromiso de catalogar debidamente aquellos cinco mil libros. Entonces estaban ubicados siguiendo dos criterios ramplones: algunos, por orden de antigüedad; otros, simplemente por tablas. En una de aquellas mañanas, saqué de un estante un pequeño libro de poesías, de la editorial Losada. Me llamó la atención su título sugestivo: Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Dejé a un lado la libreta en donde elaboraba a mano la ficha bibliográfica, que luego, en casa, trascribía a máquina en una tarjetita de 7.5 por 12 cm, y leí y leí aquellos versos que, como al poeta, «caen al alma como al pasto el rocío»… Y me dije: esto debe de ser de un premio Nobel. Pablo Neruda recibió el premio Nobel en 1971. El libro lo escribió poco antes de cumplir 20 años y yo tenía dos décadas de vida.
 

Confieso que he vivido es su autobiografía poética, que cerró el 14 de septiembre de 1973, nueve días antes de la muerte del poeta y tres días después del golpe de estado en que los gorilas castrenses asesinaron a Salvador Allende.
 
La obra, extensa y ahora adicionada con otros textos aportados por la fundación que lleva su nombre, es un relato ameno, impregnado de anécdotas de la inquieta y azarosa vida de Neruda, de su fiel militancia en el partido comunista, de las persecuciones y represiones que sufrió de los políticos chilenos y de otros países, de sus incontables viajes por el mundo, de sus pintorescas y algunas difíciles misiones diplomáticas, así como de sus poéticas reflexiones sobre su propia vida y su labor de artesano: «Yo siempre he sostenido que la tarea del escritor no es misteriosa ni trágica, sino que, por lo menos la del poeta, es una tarea personal, de beneficio público. Lo más parecido a la poesía es un pan o un plato de cerámica, o una madera tiernamente labrada, aunque sea por torpes manos» (68).
 
Esa es, exactamente, la impresión que provocan las poco más de 500 páginas del libro: es el recorrido por los más variados senderos de la vida de un hombre en el que la poesía bulle con su sangre y recorre sus venas impulsada por un corazón fuerte y sencillo, doloroso y atormentado por el amor, impregnado de la sutil belleza de las cosas sencillas, oloroso a las maderas en las que se forjó su vida juvenil, armonizado por el canto de los bosques, perseguido por sus sueños de justicia social, criticado y simultáneamente adulado por algunos, amigo de grandes poetas de su tiempo, e incansable labriego que sembró de millones de versos los más dilatados campos, los más estrechos senderos, las más recónditas tierras heladas y los páramos más asurados por el tórrido sol.
 

Y cierro este lírico comentario con las mismas palabras de Neruda: «Que la vida, las alegrías y los dolores del mundo entren cada día en nuestra casa derribando las puertas. La vida está hecha de las misteriosas sustancias de la noche que muere y del alba que va a nacer» (403).
 
(Pablo Neruda, Confieso que he vivido, Seix Barral, 532 pp.)
 
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