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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
La vocación del dominador
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
9 de agosto de 2019
alcalorpolitico.com
Recientemente, la empresa holandesa de ferrocarriles se sumó a los actos de desagravio que, por lo que se ve, andan de moda. Ya gobiernos de varios países (Alemania, Canadá, Japón, etc.,) y dirigentes de algunas instituciones se han adelantado a pedir disculpas y hasta erigir monumentos a los caídos en sus manos durante los mandatos de sus más deplorables gobernantes. Lo último ha sido este «desagravio» de los Ferrocarriles Neerlandeses (FN) que han estado indemnizando con fuertes sumas de euros a los judíos sobrevivientes o a sus familias que, como animales, fueron transportados en sus vagones a los campos de exterminio durante la Alemania nazi. «Son entre 5 000 y 6 000 personas, y los pagos son individuales: 15 000 euros para los que regresaron con vida, 7 500 euros para las viudas y entre 5 000 y 7 500 para los hijos… Es la primera vez que la compañía ferroviaria paga a sus compatriotas víctimas del Holocausto por un transporte que le reportó unos 409 000 florines, cerca de 2,5 millones de euros al cambio actual… Entre 1942 y 1945, 107 000 judíos fueron transportados desde Westerbork, esta vez por los nazis, a campos de concentración» (https://elpais.com/internacional/2019/06/26).
 
En el artículo «Las fechorías del homo europeo», publicado en La Jornada el 22 de julio pasado, Herman Bellinghausen pone el tiro exactamente donde debe al referirse a la deshumanización que, si no todos, sí muchos gobiernos han hecho, históricamente, de los pueblos que han tenido la mala suerte de caer en sus miras y en sus garras.
 
El articulista dice certeramente: «Lo que ha hecho el homo europeo…es adueñarse del concepto de humanidad, y, desde una jerarquía perversamente determinista, y con el tiempo darwiniana, aplastar a las civilizaciones del mundo en nombre de un dios, muchos reyes, y gracias a la democracia-de-los-menos, inventada por los “padres fundadores” de Estados Unidos, los señores presidentes»…
 

Este es el hilo conductor de todas las dictaduras y conquistas. Sea por la superioridad de las armas o por el derecho que se arrogaban de estar convencidos de su labor «civilizadora», siempre bendecidos desde el más allá, cayeron sobre países, pueblos, etnias, para extraer de ellos todo aquello que les resultaba útil y necesario para consolidar su poderío, su «superioridad» sobre quienes consideraban «salvajes» (según el término empleado por los inventores de la antropología). Así cayeron en manos de ingleses, holandeses, alemanes, franceses, españoles, portugueses, pueblos enteros, etnias completas, argumentando que la fuerza de sus armas les permitía conseguir o «recuperar» para sus reyes tierras, propiedades, riquezas que les eran absolutamente ajenas.
 
«Allí empezó todo, señala Bellinghausen. La civilización del homo europeo se arrogó el derecho de animalizar, degradar y criminalizar a los otros, oscuros, amarillos, verdes, morenos. Todo aquello que fue “descubrir”. Con esa naturalidad los marinos españoles se apropiaron de imperios enteros en un continente “nuevo”, que sencillamente consideraban propiedad de su rey. Enseguida se sumaron los portugueses para repartirse “América”, despertando la envidia de las viejas pandillas de cruzados ahora convertidos en reinos que se volvieron antipapistas convenientemente. El homo europeo había descubierto su destino: apropiarse de todo, exprimirlo poniendo a trabajar en ello a los naturales que degrada y deshumaniza, concediéndoles la limosna de cristianización o muerte». Y cuando estos son exterminados, recurrir a la explotación de la riqueza negra de África, apropiándose y explotando miles y miles de esclavos traídos para sustituir la fuerza de trabajo nativa que se había agotado.
 
Ahora son otros tiempos, pero no otras intenciones y otras artimañas. Aquellos que cometieron las atrocidades por razones de ambición, hacen actos de contrición y, con palabras o con euros, tratan de saldar las cuentas pendientes.
 

Desafortunadamente, gobiernos actuales en este «nuevo» mundo se justifican con una adecuación de la «democracia» a sus falaces prácticas: ahora ya no es el gobierno ni del pueblo ni para el pueblo, sino de unos elegidos para otros elegidos.
 
Certeramente escribe Herman Bellinghausen: «Así como las Indias bañaron de oro al Vaticano y los reinos de España y Portugal, India, Indochina y África alimentaron la voracidad del Albión y la Francia que, llegada su hora, devendría napoleónica en su gran invento racionalista: no sólo Dios hace a los reyes, también el individuo con su regalada gana. Lo de hoy son presidentes y primeros ministros, el tiempo de los dictadores europeos ya pasó y sólo quedan tiranías en países parias o en guerra… Los verdaderos dictadores son electos democráticamente».
 
Y se sienten tranquilos y algunos, y con la garantía de su éxito político, buscan eternizarse en el poder. A esto, como sentenciaba el poeta Ovidio, principiis obsta, ‘Oponte desde el comienzo’, porque, después que algo ha tomado vuelo, es más difícil contenerlo.
 

Entretanto, «El mundo de los “que nunca han inventado nada, nunca explotado nada, nunca han domado nada” (Amié Césaire), colonizado, exprimido, doliente y milagrosamente vivo toca las puertas de la fortaleza de la civilización superior, la ganadora, la dueña. Y ésta los rechaza, los criminaliza, los vuelve a degradar, ahora como “ilegales”»…
 
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