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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
'Si Eva hubiera escrito el Génesis'
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
22 de agosto de 2019
alcalorpolitico.com
«Si Eva hubiera escrito el Génesis, ¿cómo sería la primera noche de amor del género humano? Eva hubiera empezado por aclarar que ella no nació de ninguna costilla, ni conoció a ninguna serpiente, ni ofreció manzanas a nadie, y que Dios nunca le dijo que parirás con dolor y tu marido te dominará. Que todas estas historias son puras mentiras que Adán contó a la prensa» (Eduardo Galeano, Patas arriba, 70).
 
Y si Eduardo Galeano viviera aún, y hubiera escrito su libro Patas arriba en estos días, también hubiera escrito que esta sociedad, nuestra sociedad, lejos de progresar en el respeto a las diferencias de sexo, está más empeñada que nunca en fabricar escenarios en donde la mujer, las mujeres (porque ellas son cada una: abuela, mamá, esposa, hija, maestra, médico, adolescente, niña, y son muchas, y no solo un «género») están cada día más expuestas a la manipulación, a la injuria, al maltrato, al abuso, a la muerte. Están confinadas, como lo venimos presenciando con mayor desencanto cada día, a ser las protagonistas de historias inventadas, trastocadas, manoseadas, televisadas. A ser las villanas de historias armadas para ser denostadas, para borrar sus historias verdaderas, las de cada día, cada empleo, cada noche, cada abuso, cada maltrato, cada asesinato.
 
Triste es una sociedad que padece crónicas, endémicas y pandémicas enfermedades de mentiras, corruptelas, abusos de poder, demagogias, discriminaciones, y apatía e incapacidad para frenar los abusos, las vejaciones, los asesinatos, y todo lo cubre con un paliacate amarrado en la cara para ocultar su origen mercenario, su padrinazgo, la mano que la engendra y alimenta.
 

En México, cada día son asesinadas nueve mujeres. Solo en enero de 2019 se dieron 70 feminicidios y 11 víctimas eran menores de edad. Seis de cada diez mexicanas han sido víctimas de violencia a lo largo de su vida; de los 46.5 millones de mujeres mayores de 15 años, el 61% ha enfrentado violencia de cualquier tipo y el 41.3% ha sido víctima de agresiones sexuales. Pero la mayoría de las mujeres violadas callan por miedo y por evitar ser sometidas al ultraje social, a la deshonra de pasar por los manoseos de los tribunales y a ser exhibidas y descalificadas, añadiendo violencia a violencia, abuso a abuso, violación a violación. Y hay entidades, como Veracruz, el Estado de México y la Ciudad de México, que se distinguen por encabezar las estadísticas. Y no importa si el gobernante es hombre o mujer (cuando esta ya ha sido tocada por la mano del poder).
 
Los números, aunque fríos y descorazonados, crean panoramas de horror. ¿Cuántas mujeres, en este país, en otros países y esperamos que no en otros mundos, son rehenes de una mentalidad que discrimina por razones biológicas? ¿Miles, millones? Son multitud, pero aunque solo fuera una sola, sería una injusticia absoluta, porque así es, así debe ser reconocido el valor de una persona. «La mujer, dice Galeano, nacida para fabricar hijos, desvestir borrachos o vestir santos, ha sido tradicionalmente acusada, como los indios, como los negros, de estupidez congénita. Y ha sido condenada, como ellos, a los suburbios de la historia» (71). Y si de pronto se vuelve protagonista, como hoy, como aquí, lo es para ser acusada de provocadora, de violenta, de extremista, de montonera, de soberbia, de vandalismo, de conducta antisocial. Y de esta manera se acallan los gritos, estridentes o silenciosos; las pancartas que claman con letras rojas y negras la desesperación de ser arrinconadas y vejadas y asesinadas incluso por supuestos agentes de seguridad, que son bien asegurados, encubiertos y resguardados por sus jefes (o jefas), porque el mal desciende con mucha mayor facilidad y rapidez que las que sigue el bien para ascender.
 
De nada sirve escupir millones de spots gritando que ahora hay «paridad de género» en las cámaras de legisladores o en las asignaciones de los puestos públicos, si el poder y el bastón de mando siguen estando en las manos de los mismos soberbios, altaneros y demagogos, dueños absolutos de la verdad y de la palabra. «No hay tradición cultural, insiste Galeano, que no justifique el monopolio masculino de las armas (de la fuerza) y de las palabras (y de las manifestaciones, añado), ni hay tradición popular que no perpetúe el desprestigio de la mujer o que no la denuncie como peligro… En la vigilia y en el sueño, se declara el pánico masculino ante la posible invasión femenina de los vedados territorios del placer y del poder» (72).
 

No hay ser humano que arriesgue su salud, su integridad, su vida si no es en extremo obligado a ello. Si una persona deja el hogar, deja la familia, deja el trabajo, y toma una bandera, toma un cartel y sale a la calle a gritar su coraje y su impotencia, es porque el dolor ha superado todas las barreras.
 
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