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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Basura: usar lo que tenemos
Miguel Molina
23 de agosto de 2019
alcalorpolitico.com
Unos eran funcionarios, otros son funcionarios, y otros serán funcionarios. Unos dicen –o dijeron­– que había ochocientos basureros a cielo abierto en Veracruz, otros que cuatrocientos, otros que doscientos, otros que ciento veintiséis, otros que treinta y ocho, aunque no todos de ellos con permiso. Sean cuantos sean, ahí va a dar lo que tiramos, que no es poco: seis mil toneladas diarias.
 
La basura es una vaina que hemos hecho complicada entre todos. Unos cuantos han tenido la responsabilidad oficial de cuidar el espacio en que vivimos, pero uno se queda con la impresión de que ninguno hizo nada en ninguno de los dos gobiernos anteriores (y al parecer ninguno ha hecho mucho en el de ahora). De la gente –usted, yo, nosotros– ni se diga.
 
Pero los tiraderos siguen contaminando el aire con polvos y pudriciones, y la gente se enferma (se les joden los ojos, la piel, el pelo, la vida misma, entre alergias e infecciones) y no pasa nada. Y los líquidos nocivos que se filtran al suelo y de ahí a las corrientes de agua siguen envenenando ríos y arroyos y lagunas, y a lo que vive en ellos. Y no pasa nada. Nada. Los afectados viven en colonias populares, como se les dice ahora a los barrios pobres.
 

Cerrar basureros no ha funcionado, porque el problema no son los basureros sino qué hacer con la basura. Uno se pregunta cuál es la política estatal en materia de residuos sólidos, y busca el sitio de internet de la Secretaría del Medio Ambiente y no halla nada: hay algunos escudos presidiendo la página y un espacio en blanco, triste metáfora (http://www.veracruz.gob.mx/medioambiente/residuos-solidos/).
 
Pensar pequeño
 
Tal vez sea hora de resolver las cosas no a lo grande sino a lo pequeño. Por ejemplo, en Veracruz hay veintiún institutos tecnológicos, tres universidades tecnológicas y una universidad politécnica, y quién sabe cuántas universidades de las otras, y muchos profesionales y no profesionales interesados en cuidar el ambiente.
 

Si en el colmo de la esperanza uno busca en cada institución un proyecto para tratar desperdicios (o un grupo de estudiantes dispuestos a encontrar una solución para este problema), encontraría algunas docenas de ideas que podrían ponerse a prueba con la Sedema o sin ella. Al mismo tiempo se establecería una red de especialistas sin paralelo en nuestro país.
 
Dinero hay, aunque no tengan los gobiernos federal ni estatal. Hace apenas dos años Veolia (sí: la misma que maneja en Xalapa y en la ciudad de Veracruz basureros tóxicos) recibió un contrato por más de seiscientos millones de dólares para establecer una planta de tratamiento de desechos sólidos en la Ciudad de México.
 
El caso es usar lo que tenemos. Y darse cuenta de que la basura es una cosa seria, cuyo aliento pone en peligro a la gente, y hacer algo lo más pronto posible. Es muy arriesgado dejar el cuidado del ambiente a los gobiernos. Uno puede hacer las cosas en vez de esperar a que alguien más haga algo...
 

Las abuelas de las webcams
 
En ese tiempo (el primer año del nuevo siglo) agosto era un mes de descanso y lectura y reflexión y gin tonic en Londres. A las cinco de la tarde pasaba el Concorde que venía de Nueva York y uno lo veía volar sobre el patio y cruzar el jardín desde la altura, refrescaba el trago y se acomodaba en el sillón hamaca.
 
Sin que nos diéramos cuenta, a finales de ese agosto lejano una mano anónima apagó la primera cámara que transmitió en tiempo real por internet. Uno podía ver la cafetera del Salón Troyano en el viejo laboratorio de computación en la Universidad de Cambridge, y nada más. Pero nadie había hecho algo parecido antes. Estuvo encendida durante diez años.
 

II
 
La que quedó era una cámara que mostraba –también por internet y en tiempo real– las condiciones del tiempo en el campus de la Universidad de California en San Francisco. La ponían en un lugar y luego en otro y luego en otro más, y uno iba viendo que hacía sol, que llovía, que soplaba el viento, que era un día gris, cosas de esas.
 
En ese tiempo uno ya tenía un puesto en el gobierno federal y era feliz a ratos e infeliz a ratos más largos. El mundo todavía se comunicaba por teléfono y por correo, aunque ya había modos electrónicos y modems que conectaban una computadora con otra entre chirridos. No había redes sociales.
 

La cámara de San Francisco lleva veinticinco años, y cuando termine agosto alguien apagará para siempre esa cámara, dinosaurio de nuestro siglo. Y se cuenta aquí para que no se olvide.