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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
El caudillo cambia de domicilio
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
31 de octubre de 2019
alcalorpolitico.com
Termino de leer el libro Inés y la alegría, uno más de la serie Episodios de una guerra interminable, de Almudena Grandes, justo el 24 de octubre, día en que son exhumados los restos de Francisco Franco de su cripta en la basílica de la Santa Cruz, en la monumental construcción conocida como El Valle de los Caídos. El lugar, mandado construir por Franco en sus días de gloria terrena (que de la celestial solo Dios sabe si la está gozando), por decisión propia y amarrando todos los cabos de su posible futuro, estuvo destinado a guardar sus restos terrenales.
 
Desde su fallecimiento, allá por 1975, Franco pasó a ocupar el sitio de honor en ese santuario construido durante 18 años por presos republicanos, destinado a albergar los restos de los caídos en aquella guerra que se inició en 1936 y que costó la vida de millones de españoles, además de una escisión muy dolorosa para los habitantes de aquella que alguna vez se llamó la «madre patria» de México.
 
Tan bien intentó amarrar Franco su destino mortuorio que un fiel franquista, el jovencito Santiago Cantera y Ramón Tejero, hijo del protagonista del 23-F (fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981), fue consagrado como monje benedictino y comisionado, casi de por vida, como prior de la abadía del Valle de los Caídos. Él encabezó la lucha (inútil, al fin y al cabo) para impedir que los restos de aquel hombre fueran exhumados del templo de Cuelgamuros y llevados en un helicóptero a un cementerio menos ostentoso, El Pardo-Mingorrubio, en donde finalmente reposa, o mejor, simplemente yace desde hace una semana en la misma cripta de su esposa. Allí quedará, resguardado con una reja, una puerta blindada y sensores de movimiento y asegurado con tres llaves en manos de la delegación del Gobierno, el cementerio y Patrimonio Nacional, propietario del cementerio. Todo el espectáculo costó a los contribuyentes españoles la suma de 63,000 euros…
 

El prior, fiel a su fallida encomienda, se adhirió a la oposición de la familia franquista que bregó hasta el final para evitar la exhumación. La lucha terminó con la resolución del gobierno que venció todos los obstáculos durante 16 meses, y la losa de tonelada y media se retiró ante la presencia de unos cuantos familiares de Franco, con un forense de testigo y con una dotación de integrantes de la guardia nacional vigilando que todo fuera «en orden» y no hubiera ni siquiera alguna cámara subrepticia que captara tan singular acontecimiento. No faltaron, aun así, los franquistas que, por ahí, exhibieron tímidas pancartas y lanzaron un destemplado «viva Franco» en memoria de su caudillo.
Con todo y eso, el ataúd de madera fue izado y se comprobó que estaba «en buenas condiciones» y resguardaba impecable la caja de zinc con los restos mortuorios. Solo pocas personas pudieron presenciar el tránsito del féretro que recorrió los 260 metros hasta la salida, dejando a su paso el polvo de 33,800 víctimas de aquella guerra y del general José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange…
 
Una vez que Franco, o lo que queda de él, ha salido de la cripta, el gobierno español pretende convertir el Valle de los Caídos en un monumento, ya no a la memoria y honra de aquel hombre que partió España en dos, sino en un museo sobre el horror y el drama de aquella dictadura de casi 40 años. Desde 1982 se debatió este proyecto y ni el gobierno de Felipe González ni el de Rodríguez Zapatero pudieron hacerlo realidad y, de esta manera, se consumó aquella «perversa pretensión» de exhumar al caudillo, como fue calificada por el hijo del golpista excoronel José Ignacio San Martín López.
 
En su nuevo domicilio, Franco no quedará muy lejos de los restos de otros famosos: Rafael Leónidas Trujillo (el Chivo), dictador de República Dominicana; Marcos Pérez Jiménez, émulo de Venezuela y Fulgencio Batista, el similar de Cuba. Otros miembros de la camarilla están esparcidos por varios rincones olvidados del ancho mundo. El caudillo quedará ahora más cerca de Madrid, la capital española.

 
Francisco Franco quedó sepultado, según parece, ya para siempre. Pero, como escribió Sergio Ramírez, premio Cervantes de literatura, «Lo que aún no hemos podido enterrar es el pasado».
 
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