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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
El malestar del éxito
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
21 de noviembre de 2019
alcalorpolitico.com
Esto parece lo que los gramáticos llaman un oxímoron, es decir, una aparente contradicción entre dos conceptos. Por ejemplo, decir la triste alegría o el suave ventarrón o el estruendoso silencio. Porque nunca se podría pensar en que el éxito, sea cual sea, pueda ser molesto o causar malestar. Sin embargo, es la expresión que el actual presidente de Chile, Sebastián Piñera, utiliza para sintetizar, en esas dos palabras, lo que está sucediendo en su país, al que gobierna por tercera vez (2010, 2014 y a partir de 2018).
 
Chile, antes de los 30 últimos días, nos daba la impresión de ser in país ejemplar. Ejemplar en varios aspectos: un crecimiento y desarrollo económico envidiables, una reducción de la pobreza del 60 al 7 %, que ya quisieran muchos otros países (especialmente, México), la multiplicación por cinco del ingreso per capita, y una democracia bastante limpia que daba la impresión de ser ejemplar y tener al país convertido casi en un modelo. Y, sin embargo, ¡paf!, en unos cuantos días se producen manifestaciones multitudinarias, aparentemente por la elevación del precio del transporte público, y hasta pidiendo la renuncia del presidente. De 136 estaciones del transporte subterráneo, 80 fueron quemadas, vandalizadas o destruidas, con pérdidas valoradas en 376 millones de dólares; vandalizaron más de 2 800 autobuses, quemaron cientos de supermercados, establecimientos comerciales, pequeños negocios.
 
No es Chile un caso semejante al de Nicaragua, Venezuela, Bolivia y otros por ahí. No se trata de un régimen que haya conculcado, por sistema, los derechos humanos, ni que su presidente haya desatado una persecución política contra sus adversarios, ni que haya tratado de arrasar con el Estado de Derecho y apropiarse de los poderes judicial y legislativo, o que haya destruido las instituciones y los organismos que la sociedad ha logrado para vigilar y limitar el poder del Ejecutivo o cuya delincuencia, organizada o no, haya sumido al país en la barbarie o que la corrupción la haya destruido desde sus cimientos. No se trata de un gobierno demagógico o corrupto o prepotente y absolutista. ¿Entonces?
 

El presidente chileno lo explica así: «No supimos entender que había un clamor subterráneo de la ciudadanía por lograr una sociedad más justa, más igualitaria, con más movilidad social, más igualdad de oportunidades, menos abusos. En estas semanas hemos visto estallar ese clamor, y también hemos visto una ola de violencia, de destrucción, provocada por grupos criminales organizados... a lo cual se suman la delincuencia tradicional, el narcotráfico, los anarquistas y muchos más. Demostraron voluntad de destruirlo todo, sin respetar a nada ni a nadie… He recibido mucha información, alguna de ella de origen externo, que afirma que aquí hubo intervención de gobiernos extranjeros… (Pero también) hubo la manifestación pacífica muy fuerte de los ciudadanos de Chile para exigir un país más justo, más igualitario, con menos privilegios»… (https://elpais.com/internacional/2019/11/09).
 
Un cóctel suficiente para crear una situación que puede llevar a un país a una confrontación inútil, estéril, autodestructiva. Y la responsabilidad de un gobierno es entonces enorme.
 
 
El mismo presidente chileno lo identifica así: «Uno de los riesgos cuando se dan estas situaciones es que los gobiernos se transformen en demagogos, populistas e irresponsables y tiren la casa por la ventana. Con eso lo único que hacen es comprometer el futuro del país. Por eso tenemos que ser muy responsables y no destruir las bases de la economía. En estos tiempos de emergencia, el Gobierno tiene que tener muy claro el norte para no caer en la tentación de la demagogia y el populismo».

 
Afortunadamente, tras estos lamentables sucesos, la voz de la razón ha encontrado un sitio, pues tal es la calidad de un pueblo educado, crítico y auténticamente democrático, y de un gobierno sensato. Así, todas las fuerzas políticas han llegado a un acuerdo para elaborar una nueva Constitución, proyecto que será validado mediante un plebiscito que se efectuará en abril del 2020. La actual proviene de Pinochet (1980) y, aunque ha sufrido muchas modificaciones durante la alianza de centroizquierda, sigue teniendo el pecado original que la descalifica. Asimismo, acordaron el control de las ganancias de las empresas, salario mínimo de 460 dólares (unos nueve mil pesos mensuales), limitar la reelección de los congresistas, disminuir los costos de medicinas, luz y el peaje en las carreteras y aumento a las pensiones.
 
Una lección para todos: «Cuando la política se aísla y deslegitima, genera monstruos. Hay líderes autoritarios y demagogos que están esperando la posibilidad de prometernos cambios milagrosos en los márgenes de la democracia. Es por ello que urge reconstruir la comunidad política perdida, donde ningún ciudadano ni bando sienta que no es atendido… El grito es “El pueblo está en la calle pidiendo dignidad”» (Patricio Fernández, The New York Times Sindicate).
 
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