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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Los cacerolazos: 'Nuestro despertar'
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
12 de diciembre de 2019
alcalorpolitico.com
El día 6 de diciembre se cumplieron 30 años de uno de los eventos más terribles en la vida de Colombia. Ese día de 1989, a las 7:30 de la mañana, Pablo Escobar, el amo de las drogas en ese país, tratando de frenar el proceso de extradición a EEUU, hizo estallar un autobús con media tonelada de TNT en el edificio del Departamento Administrativo de Seguridad, en pleno corazón de Bogotá. El resultado: 63 muertos, 800 heridos y daños en al menos 10 cuadras a la redonda, con 300 compañías afectadas. Entretanto, 215 juzgados, 70 fiscalías y 15 bancos fueron arrasados en Paloquemao. Días antes, Escobar había fallado otro intento contra el edificio de la DAS: tres toneladas de dinamita fueron descubiertas a tiempo… (https://www.infobae.com/america/colombia/2019/12/05)
 
Aparte de la crisis social que ha provocado el narcotráfico, Colombia ha debido padecer la guerrilla de las FARC que, oficialmente, concluyó sus actividades en un tratado de paz firmado en 2016, y en el que participó con reticencia Álvaro Uribe, expresidente y protector del actual mandatario. Este tratado convirtió a la guerrilla en un partido político, pero fue a partir de ese momento en que, menguado el distractor que silenciaba el descontento social, este se empezó a manifestar de manera permanente.
 
Los colombianos, tantos años atenazados por la guerra contra el narcotráfico y las campañas contra los guerrilleros, sintieron que ahora era el momento de manifestar su repudio a gobiernos que los han mantenido sumidos en el miedo, en el pavor a manifestarse, a expresar su descontento por las medidas antipopulares y violatorias de sus derechos al bienestar, la paz, la libertad y la democracia. Y, no obstante que el crecimiento económico del país anda arriba del 3.3 % anual y espera llegar al 3.9 el año próximo (México «crece» al 0.0 %), las desigualdades sociales y las políticas de represión, de sometimiento y de abuso contra el pueblo llevaron finalmente a la explosión del hartazgo social.
 

De nueva cuenta, miles de manifestantes, con sus ya tradicionales golpes de cacerolas, salieron a la calle este domingo para mostrar su repudio al gobierno. Cuando las agencias oficiales daban casi por agónico el movimiento popular, que se inició fuerte y decidido en la última semana de noviembre, este pasado domingo volvió a mostrar su músculo con una concentración y marcha que aglutinó a colombianos de una variedad de estratos: desde luego, el núcleo fuerte ha sido y sigue siendo el de los estudiantes. A ellos se han unido maestros, obreros, campesinos, feministas, LGBTI, comunidades afro, la oposición y, últimamente, los indígenas y los músicos, estos, mediante la organización de un mega concierto popular ejecutado en las calles de Bogotá bajo el lema «Un canto x Colombia».
 
Las demandas muestran una amplia gama que habla de un conflicto general: los estudiantes exigen más recursos para sus universidades y que se frene la intentona de privatizar la educación; los obreros protestan por los bajos salarios, por un proyecto de pensiones que los deja inermes y una reforma tributaria persecutoria y terrorista que ahorca más y más a los contribuyentes; los indígenas, por medio de cánticos autóctonos, banderas y bastones, exigen que se detenga la matanza que ha costado el sacrificio de, al menos, 130 miembros de sus comunidades… «Hoy amanecí con ganas de llorar de la impotencia de ver cómo el Estado se burla de nosotros», se quejó un dirigente indígena, resumiendo el sentir popular.
 
Todos protestan por la cerrazón del gobierno, todos están cansados de las promesas incumplidas, de los acosos a todos los estratos de la población, de la represión orquestada, del toque de queda, del asesinato de activistas de derechos humanos y líderes sociales, de la utilización de vándalos para desacreditar el movimiento, de la altanería de los gobernantes… Las represiones han costado ya cuatro muertos y 500 heridos, y esto porque los dirigentes han insistido en que las manifestaciones sean pacíficas y se eviten las intervenciones vandálicas orquestadas para desacreditarlas. El presidente ha convocado a un «diálogo social», pero se ha reunido con políticos y no con los representantes del Comité Nacional del Paro.
 

Colombia ha sufrido como pocos en los últimos tiempos. Desde el imperio de Pablo Escobar y la guerra de las drogas (que aún continúa), que cimbró las estructuras económicas y políticas del país, y pasando por las guerrillas de las Farc (que siguen ahora desperdigadas en grupos armados de disidentes enfrentados entre sí) hasta los últimos gobernantes que actúan de espaldas al pueblo, obedeciendo consignas que agobian a los ciudadanos mientras ellos tejen sus perversas redes, creyendo que la tolerancia del pueblo es infinita.
 
Colombia ha sufrido y sigue sufriendo, y ahora con miles y miles de desplazados y emigrantes que no saben a dónde dirigir sus pasos y su desgracia...
 
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