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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
La herencia del libertador
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
19 de diciembre de 2019
alcalorpolitico.com
Aquel amanecer del domingo 15 de diciembre, «Una zona de baja presión atmosférica atrajo vientos cargados de humedad del Atlántico y el mar Caribe, que chocaron con las cadenas montañosas del litoral y se elevaron a continuación para descargar después precipitaciones de efectos catastróficos. Esa agrupación de nubes permanece estacionada sobre el norte venezolano, de punta a punta, y sus incesantes lluvias reblandecieron cerros y quebradas y rebasaron cauces. A velocidades de vértigo formaron torrenteras de lodo, desechos vegetales y rocas, que sepultaron las barriadas más precarias de Caracas». Dos presas se rompieron y «cientos de corrientes de lodo y desechos vegetales sobrepasaron sus cauces naturales, cortaron autopistas y puentes, cerraron aeropuertos y transformaron Caracas en un depósito de fango y desolación». El puerto de La Guaira, el principal del país que concentra el 33% del movimiento de mercancías, fue barrido por la avalancha de agua, tierra, lodo y rocas. 70 kilómetros de la carretera costera quedaron inservibles. Los contenedores flotaban como barcos a la deriva en las aguas del mar, mientras centenares de ladronzuelos trataban de saquear lo que podían. Así relató el diario El País una de las peores tragedias que han vivido los venezolanos. https://elpais.com/diario/1999/12/18/internacional/945471611_850215.html?rel=mas
 
Nunca se supo el número exacto de muertos, pero se calculan en más de 30 mil, muchos de los cuales quedaron sepultados en las barrancas que, ante la imposibilidad de extraerlos, fueron consideradas como cementerios. Damnificados, sin casa ni comida ni luz ni agua, unos 100 mil.
 
Ese nefasto domingo no sería aquella la única tragedia que caería sobre Venezuela.
 

El entonces presidente de la república, Hugo Chávez, fue advertido con antelación del estado de emergencia en que se encontraba el país, especialmente la amenaza que se cernía sobre aquella zona. Chávez desechó las advertencias. Estaba previsto para ese domingo celebrar el referéndum en que se votaría por su reelección. Advertido, con su singular cinismo y prepotencia rememoró, fuera de contexto, la frase que Simón Bolívar dicen que pronunció cuando el terremoto de 1812 que asoló Caracas y luego de saber que la iglesia lo atribuía a la voluntad divina como muestra de oposición al establecimiento de la primera república venezolana: «Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca».
 
Chávez se mostró inflexible: ordenó que no se brindara ayuda a los damnificados hasta cerrarse la votación. El referéndum se realizó y su reelección por dos períodos más fue aprobada por una fracción del pueblo (el 71% con el 54 % de abstencionismo) que, entonces, creía ingenuamente que aquel gobernante era el mesías prometido. Poco tiempo hizo falta para que se descubriera la verdad y que el mesías prometido resultara gigante con pies de barro.
 
Y mientras los 22 millones de venezolanos se estremecían por la desgracia y miles y miles lloraban la terrible catástrofe, en medio de un diluvio, esa noche dominical, Chávez, después de invocar a Dios mirando al cielo («Padre Santo, que deje de llover»), con un discurso tipo los de Fidel Castro, agradeció a su pueblo su apoyo y celebró su pírrica victoria. Cuatro días después, luego de haber rechazado la imperialista ayuda norteamericana, dio órdenes de acudir en ayuda de los damnificados y aceptó la ayuda internacional, incluida la que ofreció España a través de su presidente, el reaccionario José María Aznar…
 

Han pasado 189 años de que Simón Bolívar, después de sobrevivir a un atentado contra su vida, después de enfrentar enemigos propios y extraños, de huir una y otra vez, cansado, enfermo, renuncia a la presidencia y viaja a la costa. Según el relato de Gabriel García Márquez (El general en su laberinto), aún piensa y porfía en salvar su obra, la razón de su vida: la libertad de sus pueblos. La muerte, que siendo parte de la naturaleza, se opuso a ello, le cortó su última esperanza.
 
A 189 años de la muerte de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco, brevemente Simón Bolívar, y a 20 años de una de las tragedias más grandes que ha padecido Venezuela, este pueblo se encuentra en una encrucijada histórica.
 
Posiblemente, al coincidir estas dos fechas señeras (la muerte de Bolívar fue un 17 de diciembre de 1830 y la catástrofe natural ocurrió en Caracas el domingo 15 de diciembre de 1999), marquen un parteaguas y sea próximo el retorno de ese país a la democracia, a la libertad, a la paz, al bienestar y al progreso por los que vivió y luchó toda su vida el prócer Simón Bolívar.
 

Venezuela, puede ser, puede ser, puede ser que el 5 de enero, en que se elija por el Parlamento su Consejo Electoral Nacional, encuentre el camino a aquello por lo que Simón Bolívar luchó sin cansancio y sin recelo: la democracia y la libertad.
 
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