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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Cabañuelas
Miguel Molina
9 de enero de 2020
alcalorpolitico.com
Para todo hay señales. Hay quienes ven cómo viene el año por la temperatura de los primeros días, por la dirección y la fuerza del viento, por la niebla y el rocío, por los arcoiris y las formas de las nubes, por las luces del Sol y de la Luna, por las voces del agua en los lagos y los rumores de los ríos y de las olas.
 
Hay quienes vigilan la forma en que las mulas mueven las orejas, quienes están pendientes del momento en que aparecen las hormigas aladas, quienes buscan gatos lavándose la cara o corriendo y saltando, y quienes aguzan el oído por si canta un gallo de día para saber si hará frío o calor, si vendrán las lluvias o será tiempo de seca.
 
Otros se atienen al dolor en los huesos o en las cicatrices viejas, al olor de los desagües, a la humedad en los pisos o al crujido de los muebles para anticipar cambios en el estado del tiempo, porque la curiosidad de saber qué pasará es solamente humana y no se limita al estado atmosférico. Todos queremos saber.
 

Resulta lógico que quienes analizamos –bien que mal– el quehacer político de nuestro tiempo, busquemos en los hechos recientes algo que nos permita presentir lo que viene. Y este año comienza con la posibilidad de otra guerra en Medio Oriente.
 
Como hace casi diecisiete años, se prepara un conflicto que puede incendiar al mundo. Los idiotas de la internet, que no han visto ni vivido una guerra, hacen chistes en las redes sociales como si la muerte y la destrucción fueran cosa de risa solamente porque pasan lejos de aquí.
 
Pero el conflicto en el otro lado del planeta puede tener consecuencias serias en todas partes, porque la violencia atiza el odio y la intolerancia dondequiera, sobre todo en los países que ya se ven afectados por la xenofobia, la discriminación racial, el nacionalismo extremo y la corrupción.
 

En América Latina ­–como en Europa– hay gobiernos (Bolivia, Brasil, Chile, Venezuela, Ecuador, entre otros) que han usado la fuerza contra sus pueblos, y hay pueblos profundamente divididos por la política. México no parece preparado para ofrecer un liderazgo regional que contribuya a la paz, y ha perdido –no este año sino desde mucho antes– el prestigio internacional que tenía.
 
La cercanía con Estados Unidos seguirá siendo un factor importante en la política nacional. Quienes consideran que la postura pragmática del gobierno mexicano significa entregarse a las manipulaciones de la Casa Blanca, parecen haber olvidado que cuando Trump visitó el país, el presidente priista Enrique Peña Nieto no tuvo el valor de parar en seco el discurso falaz del estadunidense.
 
Pero no sólo la guerra lejana afectará a México. Casos como el proceso a Genaro García Luna también tendrán consecuencias domésticas, sobre todo porque muchos no pueden o no quieren distinguir entre los dichos y los hechos: hay quienes piensan que lo que se dice en una corte estadunidense es necesariamente cierto. No es así, y esa visión de la justicia contribuirá a complicar la ya de por sí confusa situación de las leyes mexicanas, enfrentadas al juicio sumario de la opinión pública, que encuentra culpables donde la ley presupone el principio de inocencia, y que acepta se aplique la ley en los bueyes de sus compadres...
 

Más allá de la guerra, de la política interna de Estados Unidos y de los escándalos de ahora y de más tarde, es claro que la brecha política entre el Movimiento Renovación Nacional y los partidos que ahora son oposición no se va a cerrar fácilmente. Quienes exigen que se construya un nuevo país en dos años son quienes guardaron silencio durante sexenios y prefieren ignorar el tamaño de la corrupción que hubo en otros gobiernos.
 
La economía nacional –que no depende del presidente sino de una multitud de factores internos y externos– no va a crecer aunque mejore la situación económica de muchos. La salud pública seguirá sufriendo desabasto de medicinas. El medio ambiente se va a seguir deteriorando. Y la desconfianza seguirá mientras continúe la impunidad. Quién sabe qué pasará con la violencia.
 
En Veracruz pasará algo parecido. Nadie pagará la enorme deuda que dejaron los gobiernos priistas y la breve administración panista, y lo más probable es que nunca se sepa oficialmente cuánto se perdió ni quién se lo llevó.
 

Tal vez tampoco se liquiden –cuando menos este año– los adeudos a constructoras y proveedores. El faltante del Instituto de Pensiones no se va a recuperar, y no se van a aclarar los fraudes que se cometieron en casi todos los rincones del gobierno duartista. Lo único que va a crecer es la deuda pública. La impunidad seguirá igual.
 
El medio ambiente de Veracruz seguirá siendo rehén de la fortuna. La salud de los veracruzanos, afectada por la falta de oficio de las autoridades sanitarias y las presiones de las farmacéuticas, también seguirá dependiendo de acciones aisladas y descoyuntadas, aunque quizá este año se prohiba la venta de alimentos chatarra en todas las escuelas...
 
El gobierno del estado en general seguirá desconcertado y sin rumbo porque lo que natura non da los votos non prestan. Y uno –todos: ustedes que la sufren cerca y nosotros que la lloramos lejos– seguirá esperando que las cosas cambien.
 

Y pondremos atención a las orejas de las mulas, a los arcoiris y a las formas de las nubes, a las luces del Sol y de la Luna, y a las voces del agua en los lagos y los rumores de los ríos y de las olas...