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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
¿Quién educa a quién?
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
23 de enero de 2020
alcalorpolitico.com
Desgraciadamente tienen que ocurrir tragedias como la acontecida en Coahuila para que pongamos la mente a razonar cuáles son las causas por las que un niño o un adolescente es capaz de encañonar con una pistola a sus maestros y a sus compañeros de escuela, y termine (o no, según sea el caso), con apuntar el arma contra sí mismo y acabe con su vida.
 
Los comentarios han proliferado y cada uno encuentra al o a los responsables de tales conductas. Así, se enlistan: primero, desde luego, a los padres del asesino y suicida. Si no los hay, de todos modos siguen siendo culpables por no haberlos, sea por las causas que sean. De ahí, siguen los demás familiares: abuelos, tíos, hermanos, etc. Luego siguen en la lista de los acusados los juegos electrónicos que desde hace ya varios años cargan con el paquete. Hay quienes los incriminan como responsables directos, por cuanto abundan los que están diseñados con base en la violencia, sea del tipo que sea.
 
En cierto sentido es verdad que si un niño juega a los «carros chocones», luego tenga cierta propensión a hacer lo mismo con el auto de verdad. Y, como los monigotes que matan o son matados ni matan ni son muertos de verdad, sino «de a mentiritas», no cabe duda que se puede generar en las mentes infantiles la idea de que matar y ser muerto no son asuntos tan serios como para que una persona desparezca «de a deveras». Tan es así que al otro día, los personajes (muertos y matones) vuelve a aparecer vivitos, como si nada hubiera pasado: ni los matones van a la cárcel (o al extranjero) ni los muertos al cementerio (o a la fosa común). Pero, por otra parte, también es indudable que algunos o muchos de esos juegos desarrollan habilidades que no se logran con otros más «inocentes» o, al menos, más inocuos. Vamos, que jugar al balero no te induce a matar, ni tampoco jugar canicas, ni trompo, ni «quemados». Pero tampoco desarrollan mucho que digamos otras habilidades, sobre todo de estrategias, de enfrentar peligros, de resolver problemas, de idear alternativas, etc.
 

También aparece como culpable, indiscutible según muchos, el sistema educativo, las escuelas, los maestros. Por ahí hay mucha tela que cortar, es cierto. Desde luego que el sistema educativo, con sus prejuicios, sus omisiones, su tendencia a eliminar lo que educa en aras de lo que adoctrina y con sus planes, materias y programas de estudio parece que lo que menos le importan son las consecuencias de su visión parcial, miope, tendenciosa, utilitarista, convenenciera.
 
Más preocupados muchos de los responsables de la educación por adiestrar a los niños y jóvenes para ser útiles al sistema, a los intereses de grupos políticos o económicos o doctrinales, que por lograr para ellos una formación integral (académica, ética, social, etc.), dejan que caiga sobre otros la responsabilidad de las consecuencias de su omisión y de su visión mercantilista o ideologizante.
 
Más allá, también se han encontrado como culpables a los medios de comunicación. En particular, a la televisión, por la vacuidad o la franca desorientación de muchos de sus programas y por la omisión también de contenidos educativos, y esto con el pretexto de que su función es, primordialmente, divertir, aunque esto sea a costa de lo que sea.
 

En la lista de los acusados está el mismo sistema político y económico del país, fruto de la orientación que le imprimen sus dirigentes en ambos rubros. Unos, por la sesgada tendencia con que ejercen sus cargos, mintiendo, ocultando o manoseando la verdad, los hechos, y otros por su ambición y endiosamiento al poder del dinero, del éxito económico pasando sobre todo lo restante, creyendo unos y otros que el país, que la sociedad entera les pertenece, está a su servicio, al servicio de sus muy particulares intereses y ambiciones.
 
Y podemos hacer muchas preguntas: ¿no induce a la violencia contra otros o contra sí mismo la indiscriminada tolerancia con que la familia «educa» a los hijos? ¿No fomenta la irresponsabilidad el funcionario, el político, el empresario que engaña, miente, defrauda? ¿No es partícipe de la culpa la escuela en donde un directivo, un maestro, con su ejemplo enseña a engañar, a actuar sin ética, a obtener títulos sin estudiar, pagando por la tesis y por los trabajos académicos que le dan una acreditación? ¿No fomenta el odio el patrón que explota al trabajador? ¿No corrompe la mente de un hijo el médico que actúa mercenariamente, el abogado que estafa a su cliente, el maestro que acosa, que chantajea abusando de su autoridad?
 
En suma, en esta y en cualquier sociedad, ¿no es la comunidad entera la que educa o pervierte a sus hijos?
 

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