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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Censura y persecución
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
6 de febrero de 2020
alcalorpolitico.com
El caso del periodista e investigador Sergio Aguayo, a quien una acusación del ex gobernador de Coahuila y ex presidente nacional del PRI por «daño moral» tuvo en jaque durante varios años, ha revivido o, mejor, ha recrudecido el recelo de artistas, escritores, periodistas, intelectuales, etc., sobre nuevos intentos de algunos políticos de limitar la libertad de expresión, creación, investigación y actividades afines.
 
El columnista Al-Dabi Olvera ha publicado en La Jornada un artículo acerca de las relaciones entre los escritores y los detentadores del poder, tomando como punto de partida y referencia el caso histórico de sor Juana Inés de la Cruz. Esta valiente mujer, y más valiente por ser monja, se rebeló contra la censura que le fue impuesta por la iglesia por intermedio de su confesor, que llegó el grado de obligarla a deshacerse de su nutrida biblioteca, de sus aparatos científicos y hasta de su actividad literaria.
 
Aunque sor Juana, aun vetada, censurada, acosada y perseguida, tuvo la osadía de conservar dos o tres volúmenes y redactar aquella «Autodefensa espiritual», la censura la llevó a un solipsismo que le desquebrajó el espíritu y la condenó a una soledad inmerecida.
 

El artículo de marras lo recibí de un entrañable amigo, a quien confesé que no lo había leído en virtud de que dejé de leer La Jornada desde que este diario viró su línea a partir del encumbramiento del actual presidente. Debo constatar con pena que el articulista Al-Dabi (¿es seudónimo?) tiene alguna razón al señalar que «La literatura nunca es sólo la literatura. Y en este continente el oficio letrado constituyó un poder en sí mismo que convive, se sirve y sirve al poder político». Y digo alguna porque no es lo mismo Chana que Juana.
 
Es cierto que el oficio de letrado (debe referirse seguramente a periodistas, escritores, poetas, artistas, investigadores y afines) ha sido y es ejercido por algunos, (pocos o muchos, sepa Dios) que efectivamente conviven, se sirven y sirven al poder político y, añadimos, a los demás poderes «legales»: religiosos y económicos, y también a los fácticos. Pero generalizar resulta falaz.
 
El caso de sor Juana es paradigmático, pero no excepcional. Es ejemplar por varias razones, pero creo que las principales son: tratarse de una mujer, ser intelectual y enfrentarse al poder de la época. Excepto lo primero, los que tienen las otras dos características tienen, tarde o temprano, que vérselas con la persecución y la censura.
 

Casos semejantes son los de Sergio Aguayo y de otros escritores y científicos y, en general, de la gente pensante. El poder siempre siente recelo de ellos. De un modo (suavecito, con halagos, dádivas, subsidios) u otro (con cachiporrazos, acoso, persecución) trata de tenerlos de su lado o sacarlos de escena.
 
Y el remedio es general: «El proceso de persecución, señala Al-Dabi, no sólo ocurre en las dictaduras ni bajo controles inquisitoriales. Y va desde los procesos del Santo Oficio hasta el ostracismo, la prohibición de libros y de publicar. Sucede en épocas de apertura también como en la Europa de la ilustración y el romanticismo. Y hoy mismo parece reactivarse con controles en apariencia invisibles en la época de las democracias modernas capitalistas», o mejor, de cualquier cuño ideológico totalitario.
 
Para el poder, los medios para someter a los pensantes son infinitos y absolutamente efectivos: porque, o estás de este lado o estás fuera del planeta. Y no necesita mandarles al confesor a que los obligue al silencio...
 

Sergio Aguayo, en entrevista a El País, lo dice muy duramente: «Desgraciadamente, en nuestro país los periodistas hemos tenido que acostumbrarnos a convivir con el acoso del poder, de políticos, empresarios o del crimen organizado. Y este hostigamiento tiene diferentes métodos y estrategias para tratar de silenciarnos, una de ellas es la judicial» (https://elpais.com/internacional/2019/03/31).
 
Hace años, ante la carencia de un centro de estudios superiores o, al menos, de una facultad, en la región centro del estado de Veracruz, surgió la iniciativa de que la Universidad Veracruzana estableciera una escuela de Agricultura. Eran los tiempos revueltos (tan revueltos como ahora) en que los jóvenes luchaban por la democracia, la libertad y esas bellezas. Estaban recientes las masacres de Tlatelolco y del Jueves de Corpus. Se les temía su espíritu de rebeldía. Entonces escribí un artículo a favor de que la zona, eminentemente agrícola, tuviera una facultad. Al día siguiente de aparecida la nota, recibí el recorte con un insulto y una amenaza rotulados con plumón rojo. Los poderes locales lo que menos querían era un «centro de agitación»...
 
Un escritor español, del que no recuerdo su nombre, al ser cuestionado sobre la censura franquista, dijo muy sabiamente que les estaba muy agradecido a los censores pues lo habían obligado a seguir escribiendo, pero, eso sí, ahora con más inteligencia y astucia.
 

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