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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Murió un maestro
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
28 de febrero de 2020
alcalorpolitico.com
No sabemos medir la velocidad de la ciencia, pero lo que sí sabemos es que los recortes a los gastos científicos equivalen a recortes del cerebro y benefician solo a los políticos que medran con la ignorancia (Mario Bunge).
 
Este 24 de febrero, recién cumplidos los cien años, con un bagaje cultural de medio millar de artículos, un centenar de libros y más de 20 doctorados honoris causa, murió el filósofo argentino Mario Bunge, admirado y querido profesor. Radicó desde 1966 en Canadá, como maestro de Lógica y Metafísica en la Universidad McGill.
 
No fui su alumno en un aula. Lo fui en sus hermosos libros La investigación científica (1996) y La ciencia, su método y su filosofía (1960). Este inconmensurable librito de apenas 100 páginas, que contiene cuatro ensayos tomados de su libro Metascientific Queries, es la quintaesencia de lo que, precisamente, enuncia su título: el método y la filosofía de la ciencia.
 

Mario Bunge fue un incansable pensador, filósofo, matemático, físico nuclear y severo crítico de los filósofos posmodernos que «ignoran la ciencia o incluso la atacan», de políticos y políticas («La política internacional me parece un desastre y los populismos de derecha son alarmantes»), de los pseudocientíficos sociales «como los economistas que asesoran a gobiernos que pretenden resolver problemas económicos tomando préstamos que van a pesar sobre varias generaciones, o los asesores que aconsejan austeridad, cuando lo que hay que hacer es gastar en productos útiles»; de los pseudomédicos «y los que dan malos consejos y dejan que la enfermedad se desarrolle mientras dan agüitas de colores, son un peligro».
 
Mucho le preocupaba el desempeño de los filósofos actuales: «La filosofía está pasando por un mal trance, porque no hay pensamiento original, casi todos los profesores de filosofía lo que hacen es comentar a los filósofos del pasado, no abordan problemas nuevos, como el de los problemas inversos, que ni son deductivos ni inductivos porque va del efecto a la causa... Es un tipo de problema muy descuidado por los filósofos. Porque no hay reglas, no hay algoritmos para resolver un problema inverso. Cuando no hay algoritmos se necesita inteligencia, se necesita imaginación y proceder por tanteo, ensayo y error» (https://elpais.com/elpais/2019/09/18).
 
Y, para reafirmar esta censura tanto a los filósofos que ignoran la ciencia como a los científicos que menosprecian la filosofía, en su enorme producción intelectual, reitera: «La filosofía y la ciencia no pueden pelear entre sí. La ciencia y la filosofía, de hecho, están unidas. La investigación científica tiene supuestos filosóficos y consecuencias filosóficas... Otro componente filosófico de la ciencia es el respeto por la verdad, por ejemplo, que es un mandamiento moral o ético para los científicos (aunque) hemos llegado a un punto en el que la verdad no importa y solo importa el éxito».
 

Bunge fue humanista e investigador riguroso, con la rigurosidad de las matemáticas, de las ciencias llamadas exactas y, por supuesto, de la lógica, de la filosofía. Su humanismo se centró en su preocupación por la vida del hombre, por su estancia en la tierra, por los regímenes políticos que poco y nada velan por quienes los eligieron o por quienes los padecen (como él tuvo que soportar y luego huir del peronismo), por las guerras que diezman, que destruyen la esperanza. Fue muy susceptible a las injusticias y un claro ejemplo fue «cuando se culpabilizó a sí mismo, públicamente, por creer que había sido poco solidario con la doctora Justine Sergent, una competente, laboriosa, bien parecida y posiblemente envidiada, neuropsicóloga del famoso Instituto Neurológico de Montreal, que acabó suicidándose a los 42 años, al igual que su marido, al no ser capaz de resistir la humillación y la presión social que tuvo que afrontar tras ser acusada de haber violado el código deontológico de su profesión» (Patricia Fernández de Lis: https://elpais.com/elpais/2020/02/25).
 
Su pensamiento lógico y su amor a la filosofía y a la ciencia lo llevaron a soñar en que el riguroso método científico fuera aplicado a la vida ordinaria. Porque la estructuración del pensamiento en que se basan permitiría un mundo mejor, dado que, como decía el suizo Jean Piaget, «la lógica es la ética del pensamiento»: «La actitud científica daría más vida al amor a la verdad, a la disposición a reconocer el propio error, a buscar la perfección y a comprender la imperfección inevitable; nos daría una visión del mundo eternamente joven, basada en teorías contrastadas, en vez de estarlo en la tradición, que rehúye tenazmente todo contraste con los hechos».
 
Realista, sin embargo, consideró que esta aplicación del método científico a las cosas cotidianas está aún en pañales. Y así lo ejemplifica: «Pídasele a un político que pruebe sus afirmaciones, no recurriendo a citas y discursos, sino confrontándolas con hechos certificables... Si es honesto, cosa que puede suceder, o bien a) admitirá que no entiende la pregunta, o b) concederá que todas sus creencias son, en el mejor de los casos, enunciados probables, ya que solo pueden ser probados imperfectamente, o c) llegará a la conclusión de que muchas de sus hipótesis favoritas (principios, máximas, consignas) tienen necesidad urgente de reparación» (La ciencia... pág. 66).
 

Como bien se puede ver, el pensamiento de Mario Bunge, ilustre maestro, está vigente, poderosamente vigente.
 
Y este pequeño libro (La ciencia, su método y su filosofía), claro y diáfano como un día de primavera, debe ser de lectura obligada de todo estudiante, de todo profesionista, de todo mundo...
 
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