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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Tiempos recios
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
12 de marzo de 2020
alcalorpolitico.com
Todavía bajo los efectos alucinantes de su lectura, escribo sobre la última novela de Mario Vargas Llosa: Tiempos recios: un libro aterrador, fascinante, escabroso, exigente con el lector, que narra la insólita concurrencia de dos ambiciones en contubernio: la de los dueños de la United Fruit, la famosa empresa bananera que tanto daño provocó en Guatemala y demás países centroamericanos, y la de los fanáticos anticomunistas norteamericanos (gobierno y CIA) que, unidos en pavoroso amasiato, ocasionaron todo el daño posible a la pequeña nación de Guatemala.
 
La United Fruit, fundada por el judío Sam Zemurray y gracias a su espíritu emprendedor y a la habilidad de otro paisano suyo, Edward L. Bernays, mago de la publicidad, llegó a ser tan poderosa que logró, no solo apropiarse de la riqueza productiva de estos países (tierras y hombres), sino de la voluntad de los gobernantes norteamericanos (Eisenhower, en particular) para lograr, en feroz simbiosis, el derrocamiento del presidente Jacobo Árbenz, democráticamente elegido, argumentando que las reformas que su gobierno emprendió estaban inspiradas y financiadas por el comunismo internacional. Bernays, en su libro Propaganda (1928), escribió proféticamente: «La consciente e inteligente manipulación de los hábitos organizados y las opiniones de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Quienes manipulan este desconocido mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder en nuestro país… La inteligente minoría necesita hacer uso continuo y sistemático de la propaganda». Los hechos comprueban lo dicho.
 
Jacobo Árbenz, en 1951, sucedió a Juan José Arévalo. Ambos encabezaron la Revolución de Octubre, que logró derrocar la dictadura de Jorge Ubico Castañeda (1931-1944) y establecer la democracia en Guatemala. Árbenz, hombre recto, idealista, soñó ingenuamente con un país que, sobre las bases de la democracia, podía establecer la justicia y hacer una nación libre en donde los campesinos fueran dueños o, al menos, administradores de sus tierras y no simples jornaleros malpagados y explotados por la empresa bananera. Para ello expidió la Ley Agraria de 1952 (Decreto 900), por la que se entregaba a los agricultores las tierras ociosas de los latifundios, especialmente, de las grandísimas extensiones de las que la United Fruit se había apoderado. Además, emitió una ley que permitía a obreros y campesinos integrarse en sindicatos, algo que la empresa bananera les tenía absolutamente prohibido.
 

Esta fue la justificación para que la empresa bananera, por intermedio del hábil publicista Edward L. Bernays, desatara una histórica (e histérica) campaña publicitaria mediante la cual logró, milagrosamente, convencer al público gringo, a la prensa (grande y pequeña), al gobierno y a su mano negra (la CIA) de que el presidente Árbenz estaba estableciendo en Guatemala una cabeza de playa por la que el comunismo se apropiaría, no solo de ese país, sino de toda Centro y Sudamérica. Y no solo lo logró con los norteamericanos, sino que involucró sagazmente a otros dictadores como Anastasio Somoza, Rafael Leonides Trujillo (el Chivo) y a los gobernantes de El Salvador, Panamá y Honduras para que cerraran filas en su acometida.
 
Desde dentro de Guatemala, el complot invasor contó con el apoyo de militares (obviamente) que tenían sus propias ambiciones. Y así, teniendo a un esbirro llamado Carlos Castillo Armas (el Cara de Hacha) como cabeza autóctona de la llamada Operación PBSuccess, y siempre bajo la dirección del intrigante embajador gringo John Emil Peurifoy, con el apoyo militar, de armas y dinero de EEUU, se inició desde Honduras la acometida contra el gobierno de Árbenz.
 
Sonsacado el mismo ejército guatemalteco por el embajador gringo, finalmente, el 18 de junio de 1954 se inició la invasión y el 27, a las nueve de la noche, a instancias del Estado Mayor del ejército presentó su renuncia. Inmediatamente fue sustituido por una Junta militar y, con la intervención del embajador gringo, se instaló en el poder Carlos Catillo Armas, quien inmediatamente emprendió una persecución contra todos los simpatizantes de los dos presidentes anteriores y sumió a Guatemala en un baño de sangre al desalojar a los campesinos y restituir a la United Fruit las tierras expropiadas.
 

La suerte de este hombre quedó sellada cuando el tirano dominicano (el Chivo), según la novela, urdió su asesinato en 1957, previa una bien armada intriga contra quien le había sido, finalmente, también «infiel».
 
Desde luego, en medio de la historia, deben aparecer, de acuerdo al estilo de Vargas Llosa, otras historias y otras aventuras. En especial, la de Martita Borrero Parra (la «Señorita Guatemala») y sus incontables amantes, entre los cuales destaca el propio Castillo Armas. Asimismo, la del intrigante y ambicioso John Abbes García (el Dominicano), quien aparece en la novela como el asesino de Carlos Castillo Armas, y el innombrable torturador Enrique Trinidad Oliva, encargado de los trabajos sucios del mismo presidente.
 
La historia de esta terrible tragedia está armada por Vargas Llosa mediante una hábil trama que involucra a un medio centenar de personajes, a quienes hay que ir enlistando desde un principio para no perderse en el laberinto.
 

Al final, Vargas Llosa redacta una entrevista con quien es la mujer central de la historia, Martita Borrero, quien le dice sin ambages: «No se moleste en mandarme su libro cuando salga, don Mario. En ningún caso lo leeré. Pero, se lo advierto, lo leerán mis abogados».
 
El libro, finalmente salió. No sabemos si lo leyeron los abogados de Martita, pero ciertamente es una novela (con su intrínseca mezcla de realidad y ficción) indispensable para entender y no olvidar que los intereses creados de los poderosos no se deben tocar…
 
(Mario Vargas Llosa, Tiempos recios. Alfaguara, 353 pp.)
 

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