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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Desde la cuarentena (III)
Miguel Molina
3 de abril de 2020
alcalorpolitico.com
El hombre – un señor bajito y robusto, de pelo entrecano y abdomen de cervecero – dejó escapar un suspiro de fuerza mayor y le dio un trago a su cerveza. Había otros tres con él, todos con cervezas en las manos y una sana distancia en una esquina de por aquí.
 
Hacía sol y hacía frío. No andaban muchos en las calles ni había colas en los supermercados. El hombre miró al cielo – lo juro – y declaró en portugués que la vida es triste.
 
En ese momento pensé en India, donde tanto aprendí y tanto enseñé. Vi las imágenes y he leído las historias de los millones que tienen que volver al pueblo del que vinieron, angustiados y tristes, sin nada, a pie, y sin futuro cuando lleguen a donde van, si es que llegan. Tienen que irse para no quedarse encerrados por la cuarentena, sin techo ni trabajo ni comida ni dinero guardado ni ninguna otra cosa, y no saben cuándo van a volver a comer ni cuánto, y la posibilidad de que les den servicios de salud es ínfima.
 

Cuando iba de regreso a la casa (cincuenta escalones que son mi ejercicio varias veces al día) pensé en México. Miles, decenas de miles, tal vez cientos de miles a los que ya les iba más mal que bien se van a quedar sin qué para comer, sin qué para comprar esto y aquello, y sin dónde ir o sin dónde guardarse para escapar al mal que nos acosa, o dónde recibir tratamiento en caso de necesidad. Quienes viven al día también van a sufrir al día, todos los días hasta que esto pase. Muchos han muerto y morirán solos, aquí y en todas partes.
 
Números
 
Miraba la calle vacía desde la ventana. La señora que salta la cuerda en su balcón estaba sentada leyendo. A veces pasaba alguien con un perro o dos y la vista pegada al teléfono, o gente que venía de la tienda, algo así, pero había largos ratos en que no había nadie en ninguna parte. Era una tarde soleada llena de brisa fría.
 

A las tres y media de la tarde del jueves (siete y media de la mañana de México), en Suiza había casi dieciocho mil casos de Covid-19 y cerca de quinientos muertos. En el Reino Unido el número se acercaba a los treinta mil enfermos y a los dos mil cuatrocientos muertos.
 
A esa hora, en México había unos mil cuatrocientos infectados y alrededor de cuarenta muertos, y en India habían fallecido unas sesenta personas y dos mil treinta y dos estaban enfermas con el virus grande. En el mundo había poco menos de un millón de personas afectadas y pronto habría cincuenta mil muertos. No es cuestión de estadísticas. El coronavirus mata.
 
Es cosa de cada uno
 

Es la hora de la solidaridad, por más que suene como frase de campaña. Uno no puede ni debe pasarse la vida esperando que otros – instituciones o personas – hagan algo. Lo que nos va a salvar de esta mala hora es la voluntad de hacer por otros y con otros lo que siempre deberíamos haber hecho.
 
Ya es cosa de cada uno, porque las instituciones mexicanas y quienes las representan no han ofrecido un buen ejemplo.
 
El gobierno federal, que prohibió reuniones de más de cincuenta personas para evitar el contagio, sigue citando a los ancianos para entregarles pagos del programa para el bienestar de los adultos mayores sin preocuparse mucho por la sana distancia ni por el riesgo de hacer que salgan a la calle cuando un virus está matando gente en todo el mundo. Si alguien se enferma, si alguien muere, los que organizan estos actos políticos serán responsables.
 

Otros, en otras partes de México, son intolerantes. Se sabe de comunidades que han amenazado con incendiar hospitales si se atiende en ellos a enfermos por el coronavirus, y de personas que han agredido e insultado a trabajadores del sector salud a quienes consideran portadores de la enfermedad. Ojalá nunca se enfermen.
 
Tiene razón el señor de la cerveza: es triste la vida. Y más si uno descubre que la casa que uno tiene no es un lugar en el que pueda vivir más de unas horas...