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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Saber para creer... y a quién creer
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
30 de abril de 2020
alcalorpolitico.com
«Personalmente no tengo miedo. Lo que me preocupa de verdad es el miedo político. Me preocupa que una catástrofe, que puede ser incluso propiciada por un Gobierno, se pueda utilizar para ayudar a consolidar el poder en ese mismo Gobierno. Me preocupo por la política del miedo. La política del miedo es muy importante en mi país porque, cuando enfermamos, realmente no tenemos adónde ir. No sabemos cómo hablar de la enfermedad. Tenemos un sistema sanitario muy pobre. El problema no es solo que la gente se esté muriendo. El problema es que además la gente tiene miedo a morir, y no sabe cómo resolver este problema» (https://elpais.com/cultura/2020-04-26).
 
Timothy Snyder, historiador estadounidense, autor de Sobre la tiranía (Galaxia Gutenberg), hace esta reflexión en torno a lo que ocurre a nuestro atemorizado y sufriente mundo. Y tratando de abrirnos los ojos y con bisturí desmenuzar esta experiencia común, añade: «Lo cierto es que somos animales y como tales estamos expuestos a contraer enfermedades. Si nos olvidamos de esto, nos sentiremos vulnerables. Las pandemias ocurren, son una parte importante de la historia de la humanidad, eso lo sabemos. Tienen un aspecto alarmante, porque son invisibles, pero la verdad es que ahora estamos mejor preparados que nunca en la historia para entender una pandemia. El problema no es nuestro entendimiento objetivo de la situación, es que algunos países tienen gobernantes que deliberadamente lo malinterpretan y dificulta que otras personas lo entiendan bien».
 
Y al no saber cómo resolver el miedo a morir, la consecuencia más inmediata es el sufrimiento. Porque este sufrimiento surge del mismo interior del hombre. No es provocado por factores externos. No hay un verdugo, un torturador que desde fuera venga a imponerlo. Surge de la interioridad humana ante el miedo que, ese sí, se alimenta de un enemigo externo, de una causa ajena, de hechos. El problema mayor es la manipulación de los hechos, de las cosas que suceden allí, independientemente de mi propio conocimiento y de la forma en que malintencionados gobernantes los mistifiquen, los encubran, los deformen y, así, los manipulen en nuestro daño y en su provecho.
 

Refiriéndose a su propio país y, por extensión, a otros cuyos gobernantes proceden emulándolo, advierte con toda claridad: «Trump es un ejemplo de alguien que es capaz de lanzar al aire desinformación en un momento en que lo que necesitábamos eran simples datos... Esto es muy similar a los comportamientos autoritarios alrededor del mundo. Los rusos hicieron algo muy parecido: dices que no lo tienes, pero resulta que sí lo tienes, y entonces echas la culpa a otros. Como no te enfrentaste a los hechos, ahora tienes un gran problema, y utilizas ese problema para culpar a otros».
 
Y así, vivimos en un mundo de ficción, de mentira, un mundo al revés, patas arriba. Pero, desgraciadamente, ante este seudomundo, creado a la medida de quienes por ello se ven beneficiados, ya que les permite dosificar el miedo y alentar el sufrimiento, ambos paralizantes, se halla una sociedad que gusta de esa farsa, de esa seudorrealidad. Vulgus vult decipi, decipiamur, dice un refrán latino: «El vulgo quiere ser engañado, engañémoslo».
 
«A los humanos, añade el historiador norteamericano, se nos da muy bien eso de creernos las ficciones durante un tiempo muy largo, y a veces, cuando sufres a causa de una ficción, te convences aún más de que esa ficción es verdadera. Por tanto, lo importante es parar el sufrimiento, porque los peores líderes autoritarios encuentran maneras de hacer que ese sufrimiento opere en su favor. Si no afrontas los hechos, si te dedicas a contar mentiras, consumes el tiempo que necesitas para salvar vidas. En Estados Unidos están muriendo decenas de miles de personas que no tenían por qué haber muerto. Tuvimos tiempo de sobra para prepararnos. Podíamos habernos fijado en lo que se estaba haciendo en otros países, pero no lo hicimos, porque tenemos un líder que cree en la brujería y no en la ciencia. Nos hablaba de milagros, nos contaba que esto se iría por arte de magia, por su propio pie. La realidad se acaba imponiendo, pero ellos jamás lo reconocen. Nosotros, como ciudadanos particulares, tenemos que ser capaces de recordar: “No, lo que dijiste antes fue esto y estabas equivocado, y eso tuvo un coste”. Una de las maneras en que funciona el autoritarismo es que la gente se habitúa a que les mientan, hasta el punto de que les resulta atractivo y esperan que les mientan, quieren que les mientan, y una vez que caes en esa situación olvídate de que te devuelvan tu democracia».
 

Y concluye con una sana advertencia: «Esta enfermedad nos va a llevar a nuevas coaliciones, va a propiciar nuevas relaciones que antes no existían, y cuando pase, o cuando la tengamos controlada, algunas de estas coaliciones y relaciones nos ayudarán a crear nuevas instituciones, nuevas formas de sociedad civil. La razón por la que las instituciones nos conectan con la decencia es que nos permiten estar juntos, nos permiten crear reglas, nos permiten crear pautas de comportamiento a lo largo del tiempo. Eso sigue siendo igual de importante que siempre. Tenemos que rescatar las instituciones que aún tenemos, y después nos tocará pensar creativamente para construir nuevas instituciones».
 
Saber para creer.
 
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