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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Experimento masivo de aprendizaje
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
21 de mayo de 2020
alcalorpolitico.com
Escribir que esta estresante experiencia que han tenido millones de niños, maestros y padres de familia con este invento de «la escuela en tu casa» ha puesto a temblar a más de uno, temiendo que lo que fue una salida de emergencia ante el peligro del virus se convierta en una mala costumbre, de ninguna manera implica estigmatizar las tecnologías y el uso de estos recursos de la comunicación vía internet.
 
Muy pocos prejuiciosos pueden satanizar estos modernos instrumentos de comunicación, almacenaje y distribución de datos e información. Por esto, no es tiempo de echar más copal al sahumerio y desgranar la interminable mazorca de beneficios que estas tecnologías han traído a nuestras vidas.
 
Hace unos años, cuando se hicieron más visibles las computadoras, con aquellos enigmáticos lenguajes cibernéticos Fortran, Logo, Basic, etc., y con aquellas simpáticas tarjetitas con perforaciones como rollos de pianola o cilindrero, algunos pensaron que llegarían a su jubilación sin necesidad de aprender esos endemoniados comandos, códigos y garabatos para poder tener acceso a esas máquinas. Pero el futuro llegó y de pronto todo se fue haciendo al mismo tiempo menos y más complicado. Con el sistema de Windows, aquellas máquinas se fueron haciendo accesibles y los nuevos analfabetas tuvieron que ir aprendiendo la manipulación de las ventanitas y así alcanzar a los jóvenes y niños, estos especialmente, dotados ya de unos chips adecuados a las nuevas tecnologías.
 

Y con las ventajas que las computadoras trajeron a la vida económica, lúdica y demás, aparecieron los enormes beneficios para la educación. Y ahora pocos son los que pueden negar que tener un celular es tener el mundo en las manos y que en ese minúsculo aparato quepan diccionarios, enciclopedias, bibliotecas completas, museos, mapas, traductores, juegos, música y un sinnúmero de productos de la cultura universal.
 
Sin embargo, aquí es donde entran las preocupaciones. Aquello que parecía haber llegado a la mayor simplificación y al más útil y sencillo de los recursos trae consigo un nuevo temor. Nuevo porque el anterior (que algunos todavía sufren) es que sus «inocentes» hijos tengan acceso a información que antes se tenía, si acaso, cuando la mamá aleccionaba a la hija casadera con el dibujito de la abejita y la flor... y algo más...
 
El «sin embargo» de ahora es, sin duda, justificable. La ciencia y la tecnología son, en sí y por sí mismas, ajenas a la ética. Es el uso (y por ello, el usuario) el que carga con esa responsabilidad. Y si bien nadie pone en duda que es mejor (más económico) cargar un celular que un diccionario de tres mil páginas, también es cierto que se tienen que aprender y cumplir nuevas reglas para evitar los vicios que corren al parejo de los beneficios. Así, los estudiantes deben aprender que información no es saber, que no es ético plagiar el conocimiento que a otros ha costado sangre, sudor y lágrimas y que un médico no puede ser un buen cirujano si para operar tiene que seguir el tutorial de Google porque no sabe ni qué es ni dónde está el píloro.
 

Pero, aparte de esto, también a muchos pone a pensar en lo que estas tecnologías pueden servir a intereses aviesos, perversos. Intereses de dominio, de explotación, de deshumanización, de violación a la vida privada, etc.
 
Hace apenas unos días, el gobernador de Nueva York convocó a una reunión de «expertos» para, entre otras lindezas, idear la manera de «Reformar de raíz el sistema educativo mediante el uso de las tecnologías». Estos expertos están encabezados por quien fuera un alto ejecutivo de Google, que precisamente renunció a ese cargo para encabezar la nueva encomienda. Y justo un día antes, el mismo político neoyorquino había anunciado una asociación similar con la Fundación Bill y Melinda Gates para desarrollar «un sistema educativo más inteligente». Al llamar a Gates un «visionario», dijo que la pandemia ha creado «un momento en la historia en el que podemos incorporar y avanzar en las ideas [de Gates]. Todos estos edificios, todas estas aulas físicas, ¿para qué, con toda la tecnología que se tiene?» se preguntó el gobernador de Nueva York”, según lo reporteó la periodista canadiense Naomi Klein (https://spanishrevolution.org/distopia-de-alta-tecnologia).
 
¿Qué se pretende hacer con nuestros niños y jóvenes? He aquí algo de lo que señaló el ex funcionario de Google y ahora asesor del Departamento de Defensa sobre el mayor uso de la inteligencia artificial en el ejército, y presidente de la poderosa Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial del Congreso norteamericano: «Deberíamos acelerar la tendencia hacia el aprendizaje remoto, que se está probando hoy como nunca antes. On line no existe un requisito de proximidad, lo que permite a los estudiantes obtener instrucción de los mejores maestros, sin importar en qué distrito escolar residan». Y: «Si queremos construir una economía futura y un sistema educativo basado en tele-todo, necesitamos una población totalmente conectada y una infraestructura ultrarrápida». Para esto, dijo, «aprovechamos la programación ad hoc de educación en el hogar como “un experimento masivo en el aprendizaje”, cuyo objetivo era tratar de descubrir cómo aprenden los niños de forma remota. Y con esos datos deberíamos ser capaces de construir mejores herramientas de aprendizaje a distancia que, cuando se combinen con el maestro... ayudarán a los niños a aprender mejor».
 

Sin embargo, las reacciones fueron inmediatas. Si los humanos somos, como dicen ellos, «seres biopeligrosos» y, como lo comenta la periodista canadiense, «si las aulas superpobladas presentan un riesgo para la salud, al menos hasta que tengamos una vacuna, ¿no se podría contratar el doble de maestros y reducir el tamaño de los cursos a la mitad? ¿Qué tal asegurarse de que cada escuela tenga una enfermera? Si los edificios están demasiado llenos, ¿qué tal dividir el día en turnos y tener más educación al aire libre, aprovechando la abundante investigación que muestra que el tiempo en la naturaleza mejora la capacidad de los niños para aprender? Introducir ese tipo de cambios sería difícil, sin duda. Pero no son tan arriesgados como renunciar a la tecnología probada y verdadera de humanos entrenados (léase “maestros”) que enseñan a los humanos más jóvenes cara a cara, en grupos donde aprenden a socializar entre ellos».
 
Y la periodista añade: «Además de los obvios sesgos de clase y raza contra los niños que carecen de acceso a Internet y computadoras en el hogar (problema que las compañías tecnológicas están ansiosas por cobrar, mediante grandes ventas tecnológicas), hay grandes preguntas sobre si la enseñanza remota puede servir a muchos niños con discapacidades, como lo exige la ley. Y no existe una solución tecnológica para el problema de aprender en un entorno hogareño superpoblado y/o abusivo. El problema no es si las escuelas deben cambiar ante un virus altamente contagioso para el cual no tenemos cura ni vacuna. Al igual que todas las instituciones donde los humanos actúan en grupos, las escuelas cambiarán. El problema, como siempre en estos momentos de conmoción colectiva, es la ausencia de debate público sobre cómo deberían ser esos cambios y a quién deberían beneficiar, si a las empresas tecnológicas privadas o a los estudiantes».
 
Y remata: «La tecnología nos proporciona herramientas poderosas, pero no todas las soluciones son tecnológicas». Y menos en educación.
 

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