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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Escuela y familia
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
4 de junio de 2020
alcalorpolitico.com
En la novela Walden Dos, Frederic Skinner hace un juicio crítico muy profundo acerca del sistema educativo imperante aún en las sociedades actuales. El psicólogo, al proponer que sea el Estado el que asuma integralmente la educación de los ciudadanos dado que para ello se puede contar con personal técnicamente calificado, se pregunta si esto no es mejor que dejarlo en manos de la familia, especialmente de padres y madres que no están capacitados para ese reto ni cuentan con el tiempo para hacerlo.
 
El cuestionamiento no es gratuito. En nuestras sociedades, aun las ampliamente desarrolladas, sigue presentándose con increíble frecuencia el hecho de padres de familia a quienes son ajenos los conocimientos necesarios para, digamos, el nivel elemental, primario, y en quienes existe un desconocimiento de los procesos básicos de la psicología y, ni se diga, de la pedagogía. Y sin contar las familias disfuncionales o con violencia doméstica.
 
Así es muy difícil que los padres de familia, en general, puedan ser considerados aptos para suplir a los maestros y lograr transmitir los conocimientos que forman, al menos, el currículo del nivel primario.
 

Desde luego, hay padres de familia que, desconfiados del trabajo que se hace en la escuela, prefieren abrigarse en la permisión de un sistema educativo de llevar un currículo abierto y ser ellos y solo ellos quienes instruyan y eduquen a sus hijos. De esta manera, argumentan o, por lo menos, piensan para sí, que logran evitar los perjuicios que les acarrea la escuela a sus hijos. Y ahí, en esa especie de «castillo de la pureza», salvaguardan a sus vástagos de la malicia que engendra la vida en comunidad, como predicaba Rousseau.
 
No son infundados los resquemores y desconfianzas de estos padres de familia sobre el desempeño de algunos maestros y directivos escolares. En una ocasión, frente a los alumnos-maestros de una Universidad Pedagógica, mientras se analizaban los problemas que surgen en la escuela, pregunté al grupo a quién de los presentes le encomendarían a sus queridos hijos. Mientras unos y otros se volteaban a ver, la reacción fue inmediata e insólita: un estruendoso silencio.
 
Esta desconfianza en la escuela, desde los funcionarios que la “dirigen” hasta los profesores de banquillo, pasando por inspectores, jefes de enseñanza, directivos y demás, a veces se generaliza hasta el extremo de simplemente descartar al sistema escolar como apto para confiarle la educación de los ciudadanos.
 

En este tenor se dio, en los años setenta del siglo pasado, la severísima y demoledora crítica de Ivan Illich contra la escuela como institución (Un mundo sin escuelas, Alternativas). Crítica acerba que fue calificada por el mismo Erich Fromm como Radicalismo humanista. Basten estos textos para ejemplificar: «En América Latina la escuela acentúa la polarización social, concentra sus servicios –de tipo educacional y no educacional– en una élite, y está facilitando el camino a una estructura de tipo fascista. Por el solo hecho de existir, tiende a fomentar un clima de violencia... Aquí proponemos... el rechazo de la ideología que exige la reclusión de los niños en la escuela... Los sistemas escolares y ferroviarios son ahora reliquias inofensivas de un pasado victoriano... Latinoamérica debe dejar que se desmorone el bloque del sistema educacional imperante, en vez de gastar energías en apuntalarlo... La escuela se ha vuelto intocable por ser vital para el mantenimiento del status quo. Sirve para mitigar el potencial subversivo que debería poseer la educación en una sociedad alienada, ya que al quedar confinada a sus aulas, sólo confiere sus más altos certificados a quienes se han sometido a su iniciación y adiestramiento», etc., etc.
 
La escuela, el sistema educativo, escolarizado o «abierto», son instituciones que cumplen una doble función social: por una parte, indiscutiblemente y a pesar de la facilidad, universalidad y relativa gratuidad que han aportado las tecnologías de la comunicación, proporciona los medios y recursos para lograr un acervo cultural y científico indispensable para sobrevivir. Por otra parte, permite la socialización del individuo y la adquisición de ciertos hábitos que le ayuden a ser personas útiles a su comunidad.
 
Nadie puede negar que en la escuela suelen hacerse los mejores amigos, y encerrar a los niños en los hogares, por muy instruidos y doctos que sean los padres de familia, no puede suplir la apertura hacia otras relaciones y el disfrute de las mejores amistades. Esto, obviamente, sin menoscabo de la importancia que el seno familiar tiene para la formación fundamental de los niños, especialmente en lo relativo a la adquisición de la confianza, de la seguridad en sí mismos y en la cimentación de los valores humanos más elevados: la leche materna humaniza.
 

La sociedad debe estar alerta a lo que se quiere hacer con la educación.
 
«Lo que a nadie engañaba, me engaña aun a mí; pero lo que engañaba a todos, ya no me engaña más a mí» (Pestalozzi).
 
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