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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Los de siempre
Miguel Molina
18 de junio de 2020
alcalorpolitico.com
Esto fue lo que leí. "Los fumigadores vienen contaminando. Estuvieron fumigando en la noche. Estaban rociando líquido para matar a la gente", dijo un campesino de Villa Las Rosas al sorprendido corresponsal de la agencia de noticias AFP que fue a ver qué había pasado.
 
Lo que encontró en ese poblado chiapaneco de veintitantas mil almas fueron los restos humeantes de la ambulancia, y la alcaldía y el hospital vandalizados, porque quienes viven ahí no creen en el coronavirus pero están convencidos de que autoridades y médicos envenenan a la gente y la dejan morir.
 
"Llegan con un pequeño dolor de cabeza y ya lo sacan muerto en diez o en veinte minutos", aseguró el campesino.
 

No muy lejos de ahí, en Venustiano Carranza (a noventa kilómetros de Tuxtla Gutiérrez), un grupo de personas vandalizó hace tres semanas el Ayuntamiento y unidades móviles del Seguro Social, saqueó una tienda Elektra y quemó las casas de los padres y los suegros del alcalde y de la madre del gobernador Rutilio Escandón para oponerse a que las autoridades fumigaran la población "con productos químicos tóxicos".
 
Las autoridades dicen que los pobladores respondieron a una convocatoria en las redes sociales: "Trataron de engañar a la gente con el problema de Covid-19 diciéndoles que no existe, que es (una enfermedad) creada, inventada por el Estado para afectar a la gente humilde", según el gobernador.
 
Los pobladores aseguran que trataban de impedir que se desinfectara la cabecera municipal, y la Organización Campesina Emiliano Zapata (OCEZ) declaró que las autoridades violaron un acuerdo de no fumigar los ocho barrios de Venustiano Carranza, donde no se ha observado la sana distancia y se siguen celebrando actos masivos porque la gente tampoco cree que el coronavirus puede matar.
 

Esta misma semana, dos funcionarios del programa de pensiones para personas con discapacidad fueron detenidos en el municipio de Chenalhó por un grupo de personas que los acusaba de envenenar el agua con coronavirus. Cuando se aclaró su situación los funcionarios regresaron a San Cristóbal de las Casas, a unos cincuenta kilómetros de ahí.
 
Pero cuando pasaban por la comunidad San José Majomut otro grupo de indígenas los interceptó y los acusó de envenenar el agua de los ríos y los arroyos con coronavirus. Pedían ciento cincuenta mil pesos para no lincharlos, pero terminaron por dejarlos libres. No se sabe si alguien pagó el rescate.
 
Lo que sí se sabe es que en los municipios de San Cristóbal de las Casas, Teopisca, San Fernando, Bochil – entre otros – hay grupos de personas dispuestas a detener y hasta linchar a quienes pretendan fumigar para combatir al mosquito transmisor del dengue, el zika y la chikungunya.
 

Los de siempre
 
Lejos de Chiapas, en Ayahualulco (en los límites de Veracruz con Puebla), también hay quien no cree que el coronavirus sea cosa seria, aunque desde mediados de mayo – cuando muchas personas que trabajaban en la Ciudad de México decidieron regresar por la pandemia – se comenzaron a registrar fallecimientos más o menos súbitos e inexplicables. Pero la misma gente impidió que el personal de salud entrara a desinfectar.
 
Tampoco dejaron pasar a los policías locales ni a los empleados del ayuntamiento que iban a colaborar en las fumigaciones, ni aceptaron los tapabocas ni los geles que les daban porque piensan que el gobierno está tratando de matarlos. Mucha gente fue a los velorios y a los entierros. Luego hubo más enfermos.
 

"Es un pueblo y hay tradiciones", explicó un alteño. "Cuando se muere alguien casi todos van a dar el pésame. Pedimos que se sanitice, pero la Agente Municipal no quiere, porque dice que por eso se está muriendo la gente (...) entre la ignorancia y la cerrazón".
 
Eso fue lo que leí en estos días de cuarentena ilimitada. Es triste. Pero uno se da cuenta de que hay algo en común: el uso de las redes sociales (sean las redes sociales propiamente dichas o programas de comunicación como Whatsapp) para difundir mentiras, para atemorizar a la gente, para abusar de su ignorancia y para exacerbar su cerrazón.
 
No sé quién puede hacer esas cosas y para qué y por qué. Y no sé – todavía – con ayuda o con permiso de quién. Tampoco sé muy bien quién gana, aunque sé muy bien quiénes pierden: los de siempre.