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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Como las nubes, como las sombras...
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
25 de junio de 2020
alcalorpolitico.com
Muchas cosas vamos o podemos ir aprendiendo en la vida. Por ejemplo, que el valor de una persona no depende de sus posesiones sino de sus posiciones: ante la misma vida, ante sus semejantes, ante sus adversarios, ante los que piensan como él y ante los que no, ante la naturaleza, los animales y los vegetales, ante la salud y ante la enfermedad, ante lo que se consigue y lo que no.
 
Esto forma parte de uno mismo y lo va conformando o deformando. Pero más allá de esas conformaciones o deformaciones personales, está el valor que de una persona exige la comunidad, la sociedad entera, cuando esa persona llega, por sí o por otros, a ocupar un cargo que implica responsabilidad social. O lo que llaman un líder, político, religioso, empresarial, de opinión, etc.
 
Y cuando, como ahora, las circunstancias se tornan más difíciles, más complicadas, más retadoras, es cuando estos líderes se exhiben en toda su grandeza o en toda su mediocridad o nulidad. En estos casos, aquellos que se ubican en la primera categoría demuestran la razón de su eficacia: son creativos, sensibles, veraces, respetuosos, tienen claras, muy especialmente, las metas de la comunidad, el futuro que la sociedad quiere forjar, el futuro en que quiere vivir y, por contraparte, el mundo, el país, la ciudad, el trabajo, la empresa en que no quiere hacerlo.
 

El refrán de que todo tiempo pasado fue mejor no es absoluto, como sucede con todos los dichos populares. Tiene su justificación, pero también tiene sus limitaciones. Que un líder, haya llegado a serlo por sus valores o por lo que sea, quiera reproducir los modelos del pasado, está destinado al fracaso. Porque el líder, el dirigente, tiene que vivir y saber vivir en el presente y con la vista puesta en el futuro. Querer simplemente reproducir las acciones de quienes en su momento fueron, quizá, buenos dirigentes, implica el riesgo de errar, de no ser razonable y realista y no tener visión de futuro.
 
Con esta pandemia, se han exhibido a escala mundial los dirigentes que entienden que las cosas son y deben ser diferentes, y que refugiarse en pretextos y actitudes retrógradas, insensibles, prepotentes, lo único que ha originado es su descalificación social.
 
Hemos conocido la capacidad transformadora de algunos gobernantes, su sentido claro y preciso de las acciones que se deben emprender para defender, para proteger a la comunidad que dirigen, de salvaguardar al costo que sea su vida, su presente, su futuro, su bienestar, su salud, su tranquilidad. Han demostrado que su compromiso no es con una ideología o un partido político, sino con los ideales del grupo que les ha encomendado el cargo. Son empáticos no porque presenten una imagen maquillada, creada artificiosamente, sino porque manifiestan su autenticidad, su honestidad, su congruencia entre lo que prometieron y lo que cumplen, lo que dicen y lo que hacen, lo que pregonan y en lo que se comprometen. De esta manera pueden lograr trascender en la vida y no terminar en el desván de los indeseables, de los que pasaron por su mandato obsesionados por su propia imagen, por ambicionar pasar a la historia como héroes, por creer los halagos que les rindan los aduladores, porque les erijan estatuas de barro que mañana serán derribadas por ese pueblo que sabe reconocer lo positivo pero también sabe cobrar las afrentas.
 

El crisol en que está siendo probado el mundo entero nos está revelando que un líder, un buen dirigente está perfectamente consciente de sus alcances y sus limitaciones, que camina por las calles con la frente limpia y no resguardado en camionetas blindadas, que está rodeado de gente pensante, honesta, sin ambiciones de enriquecimiento, sin pretensiones de gloria personal y sin obsesiones de triunfos sectarios.
 
Los desafíos del mundo actual exigen otro tipo de liderazgo que el de aquellos héroes del pasado que, si lo fueron, no fue porque así se lo propusieran, sino porque su mismo pueblo se lo exigió y ellos actuaron con probidad y honestidad y cumplieron su compromiso social, buscando la paz y la concordia. Como decía Cicerón, «se ofrecieron ante sus conciudadanos como un espejo».
 
Ya no está el horno para experimentos. Los márgenes de acción son cada vez más estrechos, los pueblos y los grupos sociales son cada vez más exigentes y pocos son los que todavía soportan a quienes se sienten predestinados a recibir gloria efímera y vana. Estos pasarán, como decía el poeta Virgilio, «como las nubes, como las sombras», rumbo a la ignominia, a la nada.
 

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