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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Un Pinocho de verdad
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
13 de agosto de 2020
alcalorpolitico.com
...El titiritero Tragafuego se compadeció a tal grado de Pinocho que le regaló cinco monedas de oro.
 
Pinocho corría para llevarle las monedas a Geppetto cuando, en el camino, se encontró con dos hábiles simuladores: el zorro fingía ser cojo y el gato, ciego de ambos ojos. Al ver tan feliz a Pinocho con su regalito a cuestas, lo interrogaron. El ingenuo les confió su secreto y ambos marrulleros, después de esquilmarle una moneda haciendo que pagara una suculenta cena, lo convencieron de que sembrara las cuatro restantes en el Campo de los milagros. Al hacerlo, le dijeron, brotará un arbolito cargado de monedas de oro, y serán tantas que después tendrás para sembrar miles, millones que producirán más y más riqueza que podrás repartir entre los millones de pobres de tu país.
 
Pinocho se creyó la historia y, al buscar a sus «amigos» para ir a hacer la siembra milagrosa, se encontró que estos habían huido. Entusiasmado con su proyecto, se encaminó al Campo de los milagros. Por ahí se le apareció el espectro del molesto grillo, a ese que algunos llamaban «conciencia» y otros «periodista». Este le advirtió a Pinocho: «No te fíes demasiado, muchacho, de los que te prometen la riqueza de hoy a mañana. Generalmente, o están locos o son unos pillos. Hazme caso y vuelve a tu casa». Por supuesto, Pinocho no aceptó la advertencia y continuó su camino. Pero los amigos marrulleros lo esperaban y a la sombra de la noche pretendieron asaltarlo. Pinocho escondió hábilmente las monedas bajo su lengua (que tenía muy larga y muy activa). Al no poderle robar el tesoro, sus «amigos» lo colgaron de la Ceiba Grande.
 

Como era hombre (más bien, muñeco) con suerte, apareció el Hada azul y, casi moribundo, lo llevó a su casa donde le preparó un mágico remedio: Toma esto y en pocos días estarás curado. ¿Qué es esto?, preguntó el muñeco. ¿Es dulce o amargo? Es amargo, le contestó el Hada, pero lo tomas y te aliviarás de tu ingenuidad. Pinocho, no obstante estar a las puertas de la muerte, se negó a tomarlo, hasta que los empleados de la funeraria La Oposición entraron con un ataúd. Pinocho ingirió la pócima, recobró el aliento y, a preguntas del Hada azul sobre lo acontecido, le espetó tres redomadas mentiras.
 
Como era de esperarse, pues aquel muñeco, como ya está dicho, se llamaba Pinocho, y a este ejemplar le define su habilidad para mentir con el consecuente efecto a contar, la nariz le creció tan rápida y fatalmente que no pudo ni siquiera salir de la casa donde estaba, que era un verdadero y auténtico palacio.
 
Al ver la desesperación de Pinocho por estar en cuarentena forzada, producto de su manía aranera, el Hada azul no pudo contener la risa. ¿Por qué te ríes?, preguntó el infeliz títere. Porque has mentido, dijo el Hada. ¿Y cómo sabes que he mentido?, inquirió Pinocho. «Las mentiras, hijo mío, se conocen enseguida porque hay de dos clases: las de piernas cortas y las de nariz larga».
 

Entonces Pinocho lloró amargamente. El Hada, compadecida, palmeó y en el acto entraron por la ventana cientos, miles de pájaros que llaman «carpinteros» o «fans» y raudos y veloces picotearon el prominente apéndice. En un santiamén la enorme narigota quedó reducida al tamaño normal... Y Pinocho se creyó veraz.
 
El muñeco pudo salir del palacio y se encaminó a ver a su olvidado progenitor allá en las selvas tarascas. Pero nuevamente aparecieron los marrulleros amigos, que lo encaminaron a la ciudad llamada «Atrapabobos». Y aquí dejo al primer cronista de esta historia, el escritor C. Collodi: «Apenas entraron en la ciudad, Pinocho observó todas las calles pobladas de perros despellejados que bostezaban de hambre, de ovejas esquiladas que temblaban de frío, de gallinas sin cresta y sin barba que pedían limosna de un grano de maíz, de mariposas que no podían ya volar por haber vendido sus hermosas alas de colores, de pavos rabones que tenían vergüenza de que los viesen, y de faisanes que trotaban todos mohínos, llorando sus perdidos plumajes de oro y plata. Entre esta muchedumbre de mendigos y pobres vergonzantes, pasaban de cuando en cuando unas carrozas señoriales llevando un zorro, una urraca ladrona o un pajarraco de rapiña».
 
Dejemos a Collodi y digamos que, finalmente, Pinocho, acompañado de sus fieles y marrulleros amigos, llegó por allá, por el sureste, al Campo de los milagros. Allí sembró sus arbolitos de monedas y prometió un regalo a sus buenos cuates. Estos, muy comedidos, le respondieron: «No aceptamos regalos. Nos basta el haberte enseñado la manera de enriquecer sin trabajo y estamos más contentos que unas Pascuas». Y así diciendo, saludaron a Pinocho y le desearon una buena cosecha el año próximo. Luego se fueron por sus negocios...
 

Al otro día, el títere se encontró al papagayo (que salía de trabajar en un diario), quien se carcajeaba de él. ¿Por qué te ríes?, le preguntó el muñeco: «Me río de los tontuelos que creen todas las boberías y se dejan trampear por quien es más vivo que ellos... ¿Hablas por mí?, preguntó el ingenuo. Claro que sí, Pinocho, que tienes tan poca sal en los sesos que crees que el dinero puede sembrarse y cosecharse en los campos como se siembran alubias y calabazas»...
 
Pinocho pensó: «¡Cuántas desgracias me han tocado... ¡Y me las merezco! Porque soy un muñeco testarudo y caprichoso... ¡Y quiero hacer las cosas a mi manera, sin hacer caso a los que tienen mil veces más juicio que yo!».
 
Al menos este Pinocho aprendió...
 

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