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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
La cosa no podía estar más clara
Miguel Molina
13 de agosto de 2020
alcalorpolitico.com
Viajé a Europa por primera vez cuando terminaba la década de los sesenta, y fui de maravilla en maravilla de París a Roma y a Venecia, y de Barcelona a Madrid, y en cada lugar me sorprendía que un refresco costara más que una copa de vino, que bebí tan secreta y frecuentemente como pude.
 
Eso fue entonces. Medio siglo después mi relación con el vino sigue siendo frecuente aunque ya no sea secreta. En Europa el vino es, en general, tan o más barato que los refrescos, y eso explica que no se consuman tantas bebidas azucaradas como, digamos, en México, donde los refrescos y las botanas industriales se han convertido en parte de la dieta diaria.
 
Todo esto viene al caso porque uno se entera de que Oaxaca prohibió la semana pasada – con una gramática pedregosa pero contundente – "la distribución, donación, regalo, venta y suministro a menores de edad de bebidas azucaradas y alimentos envasados de alto contenido calórico".
 

Con razón, porque treinta y cinco de cada cien niños mexicanos padecen sobrepeso u obesidad, y treinta por ciento de estos menores son prediabéticos, debido a la comida chatarra y a los refrescos. La diabetes tipo II, que se encontraba en personas de cuarenta años o más, ha comenzado a afectar a niños de ocho y de diez años.
 
En las regiones pobres de México la dieta es igualmente pobre. En estados como Chiapas, hay quienes se beben dos litros de refresco al día. Pero en todas partes se toman bebidas industrializadas: el promedio nacional es de ciento cincuenta litros por persona al año.
 
Nada de esto les importa a las refresqueras ni a los productores de papitas y tortillitas con saborizantes artificiales y dulces con sebo de vaca en vez de chocolate, que usan azúcar, grasas saturadas, y grasas trans (aceite líquido convertido en grasa sólida), y sodio en proporciones que rebasan los niveles recomendados por autoridades médicas internacionales.
 

El mensaje es claro: que se jodan los niños, que se gaste en medicinas y tratamiento médico pero que no se pierda dinero.
 
Lo primero que hicieron fue poner el grito en el cielo y publicar comunicados que firmaron la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación, la Asociación Nacional de Pequeños Negocios, la Confederación Patronal de la República Mexicana, la Cámara Nacional de la Industria Restaurantera y Alimentos Condimentados (sic), y el Consejo Mexicano de la Industria de Productos de Consumo.
 
"Se van a perder cien millones de pesos diarios", advirtieron unos. "Se va a afectar la cadena de la industria agroalimentaria", dijeron otros. "Cuarenta de cada cien tienditas van a sufrir por esta medida", aseguraron otros más. "La prohibición no representa una solución para la problemática de salud (sic)", sentenciaron algunos.
 

"La nueva disposición es una falacia que no va a dar resultados porque el consumo de estos productos no puede regularse desde las leyes, pues es un aspecto cultural de la alimentación de los mexicanos (...) Esa ley nace muerta", declaró Cuauhtémoc Rivera, presidente de la Asociación Nacional de Pequeños Comerciantes, aunque reconoció que es necesario que los mexicanos y los oaxaqueños tomen y consuman menos comida chatarra.
 
Y en eso estamos. O se toman medidas urgentes para rescatar a generaciones de niños obesos que pronto serán diabéticos, y se ayuda a quienes ya lo son, o se sigue favoreciendo a una industria que produce cosas que se comen pero dañan a quienes las consumen. La cosa no podía estar más clara.
 
Ninguna Corte
 

Lo que tiene ante sí la Suprema Corte de Justicia de la Nación no es cualquier vaina. Si uno cuenta, hay una decena de controversias por leyes nuevas que buscan cambiar los sistemas penal y de seguridad, modificar la manera en que se ejerce el presupuesto federal, y reestructurar al gobierno de acuerdo con las disposiciones del Poder Ejecutivo.
 
Lo que se nota es la animosidad que hay entre quienes buscan sentar las bases para lo que ha terminado por llamarse cuarta transformación, y quienes se oponen a los cambios – todavía por verse – y han recurrido al más alto tribunal del país para impedirlos.
 
Y uno recuerda las palabras que dijo hace setenta y tantos años el prominente abogado estadounidense Learned Hand:
 

Ninguna corte puede salvar a una sociedad tan dividida que ha perdido el espíritu de moderación; ninguna corte necesita salvar a una sociedad donde ese espíritu florece, y ese espíritu perecerá en una sociedad que evade su responsabilidad dejando ese espíritu en manos de los tribunales.
 
¿En qué consiste el espíritu de moderación? Es el ánimo que no busca una ventaja partidista pase lo que pase, que puede entender y respetar a la otra parte, que siente una unidad entre todos los ciudadanos – una unidad real y no el producto ficticio de la propaganda –, que reconoce su destino común y sus aspiraciones comunes. En una palabra, que tiene fe en la condición del individuo.
 
Si me preguntan cómo se puede crear y alentar esa fe y ese ánimo, no sabría responder. Son las últimas flores de la civilización, delicadas y fácilmente infestadas por las yerbas de nuestra pecadora naturaleza humana.
 

Pero las personas deben llevar ese ánimo y esa fe con ellas a los campos, a los mercados, a las fábricas, a los cuerpos de gobierno y a sus casas. No pueden imponerse, deben vivirse.