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Columnas y artículos de opinión
Daños colaterales
Helí Herrera Hernández
24 de agosto de 2020
alcalorpolitico.com
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twitter: HELÍHERRERA.es
 
Les guste o no a los militantes de la cuarta transformación, Andrés Manuel ha sido generosamente amnésico, hasta el momento, con muchos de los hombres que ha denunciado Emilio Lozoya Austin en su denuncia presentada el 11 de agosto a la Fiscalía General de la República; primordialmente con Enrique Peña Nieto, y de paso con Carlos Salinas de Gortari, el mero jefe de la mafia del poder.
 
Ha preferido centrar sus baterías, en las mañaneras, contra el que le robó el triunfo en las elecciones de 2006, que con el exgobernador del Estado de México, porque nunca le perdonó a Felipe Calderón Hinojosa la campaña sucia que le orquestó en los medios de comunicación (radio y televisión), preferentemente, que lo hizo derrumbar la enorme ventaja que llevaba hasta un mes antes del día de la elección, y que complementado con el fraude >paró, a la mala<, su arribo a palacio nacional hace 14 años.

 
El atraco transformó profundamente al político religioso, humanista e idealista que pregonaba la república amorosa, en un hombre que ya en el poder se ha vuelto rijoso, excluyente, terco y vengativo contra todos los que de forma voluntaria o involuntaria le generaron algún daño, pero también benevolente y perdonavidas con los cleptócratas del sexenio pasado, que le permitieron en 2018 llegar a la presidencia de la república, y se niega a cumplir con lo que la ley de leyes lo obliga hacer: facilitar la aplicación del estado de derecho contra todos ellos, en lugar de refugiarse en >consultas o encuestas<, para preguntarle a los mexicanos si se procede contra esos pillos o no, pero además, dejando que corra el tiempo para que prescriban sus delitos.
 
Empero las circunstancias en el país han cambiado dramáticamente. Los señalamientos directos que Lozoya hace de corrupción contra tres expresidentes son imposibles ya de evadir, y los acuerdos que realizó con Peña (que le quitó de encima a Ricardo Anaya con una denuncia penal y una persecución mediática que lo liquidó y sacó de la carrera presidencial), de no tocarlo, son francamente imposibles de cumplir, y más hoy, que la conciencia pública despertó y exige castigo para el causante, en gran medida, del político responsable de la inseguridad nacional, y de la quiebra de la industria petrolera que salvó a México por más de 50 años, al cubrir con sus ingresos gran parte del gasto social y corriente.
 
Ya no hay para dónde hacerse. O asume Andrés Manuel su papel de Ejecutivo Federal, y le da visto bueno al Fiscal General de la República para que proceda contra los tres expresidentes y demás gentes que hayan traficado influencia o tomado dinero sucio, o el desprestigio lo empezará a envolver, poniendo en peligro su gobierno mismo, el cual se sustentaba en el combate a la corrupción, viniera de donde viniera.

 
Tendrá que ser él, el que exija la aplicación de la ley contra todos estos presuntos delincuentes. Sólo eso podrá salvarlo del hundimiento de su averiado gobierno y partido, que con los videos de su hermano Pio, haciendo lo que AMLO ha criticado toda su vida, vino a darle el tiro de gracia a lo que quedaba de >viva< la 4ta T.
 
La bandera de la corrupción está a punto de ser arriada sin honores, de manera inesperada, por el propio Ejecutivo federal. Está dejando de ser su emblema porque en política los símbolos te marcan. A Carlos Salinas lo tatuaron las colectas que hacía su hermano Raúl; hoy a AMLO le salió el tiro por donde menos se lo esperaba y podría significar su cadalso, si no actúa con rigor frente a los delitos cometidos por los expresidentes Peña y Salinas, empujando a la Fiscalía para que los lleve a la cárcel.
 
Solo haciéndolo podrá evitar que los videos de Pio se traduzcan en su Waterloo.