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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
De mentiras y otras curiosidades
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
3 de septiembre de 2020
alcalorpolitico.com
Según cifras de #SPIN, el presidente mencionó 101 afirmaciones no verdaderas, contando 23 promesas, 9 falsas y 69 no comprobables, en los 45 minutos de un mensaje, de acuerdo a un tuit atribuido a un expresidente. Es decir, un poco más de dos por minuto.
 
Primero: las promesas, si se emiten, son verdaderas. Si se cumplen o no, serán los hechos los que confirmen la veracidad o falsedad de lo prometido. Es decir, puede ser verdadero o falso que se haya hecho la promesa, pero va a ser su contenido el que se compruebe si es verdadero o falso mediante su cumplimiento o incumplimiento en la realidad. Desde luego, hay promesas que desde que se emiten denotan su intención engañosa. Por ejemplo, prometer acabar con la corrupción y la inseguridad en un periodo denota, desde el enunciado, su falacia.
 
Segundo: hay algunas afirmaciones o negaciones que no requieren comprobación por varias razones: o porque son evidentes (por ejemplo, que en este momento es de día o que el movimiento existe), o porque exceden los límites de nuestra percepción actual (por ejemplo: afirmar que sí existe vida racional, humana, en otros planetas pero que están ¡muy, muy lejos!), o afirmar o negar que aquel árbol tiene ahorita 245 768 hojas, pues no hay modo de contarlas). También algo puede ser incomprobable porque haya contradicción en los términos o sea un absurdo. Por ejemplo: afirmar que nunca podemos conocer la verdad.
 

Ahora bien, lo que sí se puede comprobar se puede hacer de dos maneras, dependiendo del contenido a probar. Si se trata de asuntos de matemáticas o de lógica, la comprobación se hace mediante demostración, y no implica recurrir a los hechos. Se puede demostrar que 2 + 2 son cuatro, pero usar manzanitas no prueba nada. Las verdades matemáticas y lógicas siempre dependen del modelo matemático o lógico que se emplee. Si se trata de hechos, la comprobación se hace por verificación. Son los hechos mismos las piedras de toque, y para estos se requieren dos procedimientos: la observación y la experimentación. Si lo que se afirma o niega tiene que ver con hechos, habrá que aguzar los sentidos y la inteligencia y recurrir a la «realidad-real» (no a la «virtual», valga la aclaración para los post-posmodernos). Ella hará caer al falsario.
 
Respecto a las afirmaciones o negaciones abiertamente falsas, entramos de lleno en todo aquello que se opone a la verdad, es decir, a aquello que se puede demostrar contrario a ella porque no cuadra con el modelo matemático o lógico, o verificar que es desmentido por los hechos.
 
Se trata de incumplir con la verdad, y esta puede ser lógica o ética. La verdad lógica se entiende de dos maneras según su contenido: a) como la coherencia entre unos principios, postulados, axiomas o modelos, como es el caso de las matemáticas. Así, es verdad que 1+1 son 2, en leguaje aritmético, o que 1+1 es 1, en lenguaje booleano. b) como la correspondencia entre lo afirmado o negado y la realidad misma, los hechos en sí. Lo contrario es la falsedad.
 

La verdad moral es la coherencia entre lo que se piensa y lo que se afirma, y lo contrario es el engaño. Aquí ya estamos en terrenos de la ética y esta no es vecina que entre en el palacete de la política. Aquí solo suele pasearse, a veces, la entenada de la legalidad. O, por lo menos, así debiera ser por elemental decencia.
 
Todo esto sin meternos a dilucidar las diferentes teorías epistemológicas, pues no falta entre estas quienes declaran soberanamente que ni siquiera existen la verdad, la mentira y todas estas cosas, porque son simples juegos verbales, o que somos tan, pero tan insólitos que ni siquiera tenemos la capacidad de acceder a eso que llamamos verdad, o que la verdad se puede convertir en falsedad y viceversa por una ley que está sobre todo lo habido y por haber, o que una mentira repetida miles de veces se convierte en verdad y viceversa, o que existen tantas verdades como cerebros hay en el universo y allá se las haya cada quien con el suyo. Lo expuesto solo es para recordar que, «para el que cree, mil objeciones no generan una duda, y para el que no cree, mil pruebas con constituyen una certeza». Y en política (y otras cosas ácidas) o se cree o no se cree, y todo depende de a quién se le cree.
 
Pero lo que sí parece ser muy cierto es que un pueblo ignorante o crédulo se zampa la sopa hirviendo y no le escuece la lengua y un pueblo instruido no se come las hojas en lugar de los rábanos ni persigue zanahorias colgadas al extremo de la garrocha...
 

grdgg @live.com.mx