icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Todos nosotros
Miguel Molina
25 de septiembre de 2020
alcalorpolitico.com
Si uno se atiene a los hechos, esto es lo que ha pasado: seiscientos cincuenta (o menos, si se descuentan las firmas de quienes no firmaron y ausencias notables como la de Carmen Aristegui, por poner un ejemplo) intelectuales y artistas publicaron un documento en el que afirman que la libertad de expresión peligra en México.
 
Según los abajo firmantes (achichincles, alcahuetes, aprendices de carterista, arrogantes, blanquitos, calumniadores, camajanes, canallines, chachalacas, cínicos, conservadores, corruptos y corruptazos, deshonestos, desvergonzados, espurios, farsantes, fichitas, fifíes, fracasos, fresas, gacetilleros vendidos, hablantines, hampones, hipócritas) el presidente Andrés Manuel López Obrador "utiliza un discurso permanente de estigmatización y difamación contra los que él llama sus adversarios".
 
Los huachicoleros, los ingratos y los intolerantes, los ladrones, los lambiscones, los machuchones, los mafiosillos y los maiceados, los majaderos, los malandrines y los malandros, los maleantes, los malhechores, los mañosos, la mapachada de angora, los matraqueros, los me dan risa, los megacorruptos, los mentirosillos, la minoría rapaz, las mironas profesionales, los monarcas de moronga azul, advierten que el discurso público del presidente "agravia a la sociedad, degrada el lenguaje público y rebaja la tribuna presidencial de la que debería emanar un discurso tolerante... Esto tiene que parar". Eso dijeron.
 

Según Jesús Ramírez Cuevas, vocero de la Presidencia, no es tanto que el Presidente trate a la prensa (gente mugre, ñoños, obnubilados, oportunistas, paleros, pandilla de rufianes, parte del bandidaje, payasos de las cachetadas, peleles, pequeños faraones acomplejados, perversos, pillos, piltrafas morales, pirrurris, politiqueros demagogos, ponzoñosos, rateros) como su adversario, sino que a veces hay medios de comunicación que actúan como adversarios, hay medios que editorializan como si fueran de la oposición ... en lugar de ser analistas ... pero están en su derecho".
 
No es censurable que los medios y quienes trabajan en ellos (reaccionarios de abolengo, represores, reverendos ladrones, riquines, risa postiza, salinistas, señoritingos, sepulcros blanqueados, simuladores, siniestros, tapaderas, tecnócratas neoporfiristas, ternuritas, títeres, traficantes de influencias, traidorzuelos, vulgares, zopilotes), expresen su opinión, declaró Ramírez Cuevas. "Lo que sucede es que no estábamos acostumbrados a que hubiera un libre debate sobre lo que se decía", dijo sin aclarar quiénes no estaban acostumbrados al libre debate: si el gobierno, los medios o los mexicanos todos.
 
Y de un día para otro, más de veintiocho mil personas firmaron una carta en la que argumentan que "ningún informador u opinador ha sido hostigado... por consigna de la Presidencia, y el debate público está más vivo y vibrante que nunca en la historia moderna del país".
 

Les falló: no hay debate. Y la vaina es que no hay debate porque lo que se dice tiene más de opinión que de hechos. Lo que hay es otra cosa que se parece cada vez más a los dimes y diretes.
 
Ser neoliberal no es delito
 
Pero sigamos con los hechos. En un país de libertades, uno puede opinar como le dé su real gana, y eso se ve en lo que publican y transmiten los medios que no están de acuerdo con las acciones del gobierno de México. Hasta donde se sabe, ser neoliberal o conservador no es delito. El disenso no es delito, y cualquiera tiene el soberano derecho de decir lo que piensa aunque no piense lo que dice.
 

La cosa cambia cuando en vez de ideas y argumentos se usan adjetivos y se descalifica al otro no por lo que piensa ni por lo que dice sino por lo que es. Y en este desencuentro de la prensa y el presidente ha habido mucho de todo eso.
 
Todos perdemos mucho y podemos perder todavía más. El presidente de todos los mexicanos, quien tendría que tender puentes a quienes no piensan como él, califica a los medios con todos los adjetivos que aparecen en estas notas sin ofrecer mayor claridad en lo que quiere decir, pero al mismo tiempo permite ver lo que piensa de la prensa.
 
Lo que se necesita es repensar la relación de los medios con el gobierno, aunque no muchos quieran caminar por ese terreno pedregoso. Cómo funciona, para qué sirve, en qué términos tendría que establecerse, y sobre todo si es necesario que el gobierno pague espacios en los medios.


Para no hacer muchas cuentas ni contar muchos cuentos, baste con decir que el gasto publicitario del gobierno federal el año pasado fue de un poco más de tres mil millones de pesos, como explica Rogelio Hernández López.
 
Ese gasto es setenta por ciento menos de lo que pagó el gobierno de Enrique Peña Nieto a los medios en el último año de su presidencia, "lo que puso en jaque a la mayoría de medios, especialmente los que dependen de la venta de espacios al sector público".
 
Lo escandaloso es que haya medios que dependen más de los convenios de publicidad con el gobierno que de sus propias ventas y de anuncios comerciales, y que reciban millones y paguen sueldos de miseria quienes trabajan para esos medios.
 

Fallamos
 
Lo más escandaloso es que hasta ahora ninguno de los actores parece haber pensado en las consecuencias de sus dichos, que son también sus actos. Nadie parece haberse preguntado qué país queremos porque su idea está fija en lo que ellos no quieren.
 
¿Qué pasaría si López Obrador renuncia ­– aunque la ley impide la renuncia al cargo – y decide irse a su rancho? ¿Quién ocuparía la Presidencia? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Qué efecto tendría en la vida económica del país? ¿Qué peso político tienen cien tiendas de campañas vacías y estandartes de la virgen de Guadalupe en la vida de México?
 

¿Qué pasaría si de pronto todos pensaran como el presidente? ¿Qué pasaría si de pronto nadie pensara como él?
 
¿Qué pasaría si en vez de adjetivos se usaran ideas y argumentos para un debate verdaderamente público en busca del bien común y no para ventilar las diferencias entre bandos? ¿Qué pasaría si los medios dejaran de prestarse al escándalo, a la ofensa, al infundio? ¿Son todos o son solamente unos cuantos?
 
A fin de cuentas, lo que la prensa muestra todos los días es la imagen del país. Nuestro oficio es contar la historia de lo inmediato, y fallamos cuando nos volvemos parte de la historia que estamos contando. O fallamos cuando descalificamos a quienes piensa diferente y quiere otras cosas, o hacer la cosas de otra manera.
 

A fin de cuentas, cuando eso pasa fallamos. Todos nosotros.