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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Al rescate de un país
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
28 de enero de 2021
alcalorpolitico.com
Al fin, lo que se esperaba y se temía no sucediera: que un país, a través de sus electores, lograra revertir una tendencia que se había ido instalando a través de largos años: una ideología convertida en tirana imposición, intolerancia, despotismo, defraudación de la inteligencia a través de la manipulación de la verdad-mentira, y asalto a la razón y al buen juicio por medio de la falsificación de la realidad, de los sucesos reales, a través del embaucamiento ejercido desde el ámbito del poder.
 
El cambio de la estafeta presidencial en el vecino país de norte trae una renovada esperanza, sin olvidar que es una potencia que suele, independientemente del color del partido gobernante, imponer su voluntad a diestra y siniestra. Es una nueva esperanza, en primer lugar, por ser una antítesis de lo anterior, tanto en el modo de ejercer el poder como en la base axiológica en que se sustentó: dinero, poder y más dinero. En segundo lugar, porque los ofrecimientos que se han anunciado desde la más alta tribuna apuntan a la reconstrucción de un país embarrado en el pantano de la mentira y azotado por un tsunami de incitaciones al odio, la violencia, el enfrentamiento, la discriminación, cuya consecuencia ha sido un pandemonio de insensatez y arbitrariedad.
 
No creemos en utopías simplonas y en oportunismos baratos. La construcción de una sociedad basada en principios de igualdad, democracia, respeto, trabajo, honradez y verdad no se construye tan fácilmente, y menos fácilmente se reconstruye. Así como decía aquel insigne pedagogo ucraniano Antón Makarenko en su Poema pedagógico que educar es difícil pero reeducar lo es aún más, y que «Solo con una experiencia social verdadera se aprenden a apreciar los valores de la sociabilidad y se puede producir una regeneración interior», así exactamente sucede con un pueblo que va a necesitar de un trabajo arduo y lento para su reconstrucción social.
 

La paz, el progreso, el respeto, la tolerancia, la justicia, la equidad, la democracia son tan fáciles de perder como el crédito y la fama. Un lapso, un desliz puede llevar a una institución, empresa, escuela, profesionista, maestro, médico, abogado, etc., a ver de pronto destruido lo que con tanto esfuerzo y trabajo se logró a través de los años. Destruir es fácil y rápido, construir es difícil y lento, reconstruir, todavía más difícil y más lento.
 
El nuevo presidente de EEUU señaló, en su discurso inicial, este riesgo: «Hemos aprendido de nuevo que la democracia es preciosa. La democracia es frágil». Preciosa y frágil, porque por ella se puede elegir a un buen líder que logre dirigir a su pueblo hacía valores que lo elevan en su respeto y dignidad, pero también frágil porque en un breve lapso se puede venir abajo. Breve en función de dos factores: el poder de quien gobierne y la desunión que exista entre sus habitantes.
 
Por ello, el principio de un gobierno antidemocrático es su esfuerzo en desunir, romper, enfrentar, enemistar a los vecinos, a los integrantes de una familia, a los grupos que forman el conglomerado social; despreciar, denigrar, insultar a los que piensan diferente, a los intelectuales de conciencia libre que tienen por principio el idear las mejores rutas para un pueblo, a los científicos e investigadores que en todos sus frentes ponen los puntales de la salud, la educación, el bienestar de la comunidad, y a los periodistas que día a día describen, analizan y prevén las consecuencias del ejercicio del poder.
 

Va por un camino correcto, ese que nuestros abuelos decían que está lleno de espinas, quien tiene que luchar contra la desunión, contra los enemigos comunes: ira, resentimiento, odio, extremismo, anarquía, violencia, enfermedad, desempleo y desesperanza. «No podemos vernos, señaló el nuevo presidente norteamericano, como adversarios, sino como vecinos. Podemos tratarnos unos a otros con dignidad y respeto. Podemos unir fuerzas, detener los gritos y bajar la temperatura. Porque sin unidad no hay paz, sólo amargura y furia. Sin progreso, sólo indignación agotadora».
 
Sin esperar utopías que solo pueden llevar a una peor desilusión, puede tenerse confianza en que tan prometedoras palabras induzcan y lleven a pensar y repensar lo que un pueblo debe elegir como lo verdaderamente mejor para todos, a través de un ejercicio electoral honesto, libre y valiente.
 
«La política no tiene por qué ser un fuego furioso, destruyendo todo a su paso. Cada desacuerdo no tiene por qué ser motivo de guerra total. Y debemos rechazar la cultura en la que los hechos mismos son manipulados e incluso fabricados».
 

Sin unidad no hay paz, solo amargura y furia. Sin progreso, solo hay indignación agotadora... Y destructiva.
 
Estas son, en sí, buenas palabras, buenos deseos, buen principio, buen ejemplo.
 
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