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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
La decepción del líder
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
25 de febrero de 2021
alcalorpolitico.com
En una asamblea de su partido, el expresidente de Bolivia, Evo Morales, aquel que estuvo cobijado por el gobierno mexicano cuando fue expulsado de su país, recibió un golpe con una silla que le propinó en la cabeza uno de sus propios correligionarios. El video publicado muestra que no fue el único agredido. En una batahola, que más bien parece una guarida de rufianes, quienes presidían la reunión recibieron de todo: gritos, abucheos, agresiones, golpes, etc. El denigrante espectáculo no es raro. Lo hemos visto muchas veces en las asambleas de las cámaras de legisladores mexicanos. Ajenos a la razón y a la mesura, enfurecidos por sentir que forman parte de un circo, los asistentes dan muestra y ejemplo al mundo entero de su decepción por el comportamiento de quienes lideran esas reuniones.
 
Pero, por otra parte, estas manifestaciones violentas obedecen a una razón: están hartos de la indecencia y falta de respeto de sus líderes políticos. En el caso de Bolivia, nada menos que de aquel que en su momento parecía ser un buen dirigente y un hombre cabal en sus pensamientos y en sus actos.
 
Esto, por lo que ha sucedido, se ve que se ha ido al traste. Desde el momento en que el hombre sintió que era tan poderoso que podía poner a sus pies, debajo de sus pies, la democracia, la voluntad y la dignidad de sus conciudadanos (quienes fueron precisamente, quienes le confirieron el poder), aquella figura de líder se fue convirtiendo en símbolo y hechura de un tiranuelo más de los que todavía andan por ahí, como especímenes de la prehistoria.
 

«Por supuesto que la decencia está en peligro. Es muy triste ver cómo instituciones en todo el mundo, que en otro tiempo tenían una reputación intachable... se vuelven terriblemente politizadas, y pierden el respeto que una vez tuvieron. Es una pauta muy significativa que el autoritarismo a menudo funcione a base de corromper las instituciones». Estas palabras del historiador estadounidense Timothy Snyder, expresadas en una entrevista concedida a El País (https://elpais.com/cultura/2020-04-26), pone el dedo en la llaga purulenta.
 
Es el eterno problema de los líderes que son encumbrados en un momento que les fue propicio porque, ante los pueblos, parecen ser los idóneos para enderezar lo que otros dejaron chueco.
 
El expresidente Evo fue, en un momento, ese tipo de líder. Hastiados de quienes lo antecedieron en el gobierno de su país, los bolivianos, especialmente los más desfavorecidos y olvidados, decidieron que él era el indicado para lograr su reivindicación. Y lo fue en el inicio. Pero el canto de los corifeos le endulzó el oído. Y pronto, gracias a la adulación de quienes lo rodeaban y, a su vez, manipulaban la fe y credibilidad popular, sintió que podía pasar por encima de las leyes, de las instituciones y de la democracia y encumbrarse en el poder y aferrarse a él. Así, violentó los procesos legales y democráticos y se reeligió, como lo hacen o intentan otros, particularmente en esta América Latina tan pobre y desanimada.
 

Tarde o temprano, quien así piensa y actúa pasa a formar de los gobernantes desahuciados, rechazados y vilipendiados. Nunca creyeron que no hay pueblo que puede ser engañado siempre. Si fueron útiles en un momento no quiere decir que lo serán siempre. Siempre no referido al tiempo sino a su voluntad: siempre que ellos así lo quieran. Entonces la realidad se les viene encima y, pertinaces, insisten y tiene que llegar el momento en que a sillazos, silbidos y abucheos sean rechazados y relegados al baúl de lo inservible políticamente hablando. Dirigentes que han creído que la engañosa popularidad que las encuestas y la mercadotecnia publicitaria les venden no es la aquiescencia, el consentimiento sin más a sus afanes reeleccionistas. No es la creencia en ellos ni en sus desplantes populacheros: es producto y manifestación del hartazgo de lo que hicieron sus antecesores.
 
A esa lista negra de la historia patria en donde están los defraudadores del pueblo se añaden quienes han pretendido convertirse en indispensables y violentan la legalidad, la misma democracia, las instituciones que salvaguardan la decencia, y deciden que su palabra y su voluntad (y si acaso, las de muchos) son la verdad y la voluntad de todos. Olvidan que, como dice el historiador norteamericano, «no podemos prescindir de las instituciones. Precisamente porque los autoritarismos las corrompen, tenemos que hacer lo posible para defenderlas... Tenemos que rescatar las instituciones que aún tenemos, y después nos tocará pensar creativamente para construir nuevas instituciones».
 
Y el pueblo, ese pueblo que juguetonamente les dio su apoyo en un momento, se hartará y buscará nuevos rumbos en su destino. Otro rumbo que no sea el de ser engañado otra y otra vez.
 

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