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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Las calles también son suyas
Miguel Molina
4 de marzo de 2021
alcalorpolitico.com
Entonces vino don Jorge Arturo Matus Olvera – expresidente del Colegio de Arquitectos de Xalapa y de la Asociación de Constructores del Estado de Veracruz, A.C. – y al amparo de su título dijo lo que dijo:
 
"Los ciclistas no caben en la ciudad ya que esta está muy ahorcada por sus vialidades, situación que no es de ahora, sino de siempre y así fue creciendo la capital, sin atender este rubro por las autoridades en turno, agravándose el problema con la gran cantidad de vehículos automotores".
 
Si uno lee con cuidado la declaración del arquitecto, se dará cuenta de que los ciclistas sí caben en la ciudad: los que ya no caben son los vehículos motorizados. De nada sirve decir que las autoridades – otras, porque la culpa es siempre de otros – no atendieron el problema, porque eso no cambia el hecho de que Xalapa sufre. Tampoco contribuye a solucionarlo.
 

Según el arquitecto – quien al parecer no es experto en transporte urbano – la postura intransigente de la autoridad municipal "es señalar que sólo son unos cuantos los que se quejan de la obra, sin ver el fondo de este asunto y de los problemas que en materia de vialidad generará en el futuro, toda vez que esa avenida es de gran afluencia vehicular, aunque se diga lo contrario".
 
Otra vez, si uno lee con cuidado lo que dijo el ex presidente del Colegio de Arquitectos – organismo al que ya no representa don Jorge Arturo – coincidirá con él y con las autoridades municipales en que sólo son unos cuantos los que se quejan de la obra: no son cien mil, ni diez mil, ni mil, y tal vez no lleguen a quinientos inconformes en una ciudad de medio millón de habitantes.
 
Pero hasta donde vamos, ninguno de los expertos – legítimos o de ocasión – ha ofrecido algo mejor que esa remodelación urbana para aliviar embotellamientos y limpiar el aire. Hágase la ciclovía en las calles de otros.
 

Se queda uno con la idea de que hay quienes se oponen a los carriles para bicicletas porque es un proyecto del ayuntamiento (véalo aquí), y hay que condenarlo en principio. Es verdad que el asunto merecía una mejor difusión y todas las explicaciones posibles, pero no es malo nada más porque lo está haciendo un ayuntamiento del Movimiento Regeneración Nacional. Es lo que hay. Habrá que ver primero si funciona y juzgar después.
 
Claramente no es cosa de números sino de sentido común: la ciclovía puede beneficiar a miles de personas que – sobre todo en tiempos de pandemia – preferirían usar la bicicleta como medio transporte para ir a donde vayan. Las calles también son suyas, y un carril seguro significa para los ciclistas lo que la acera significa para los peatones.
 
Desde hace tiempo es claro que la solución para despejar las calles es desalentar el uso de carros y carrotes, camionetas y camionetotas, no de adaptar a la ciudad a los vehículos que contaminan y estorban el movimiento. La ciudad, cualquier ciudad, tiene que ser un lugar para todos.
 

Desde el balcón
 
Hubo dos días de primavera. Uno salía al balcón en camiseta, y se entregaba al dulce arte de no hacer nada, y después de reposar regresaba a seguir haciendo lo que fuera. Pero flores tan bellas nunca suelen durar.
 
Daban vueltas en la cabeza las treinta y tres palabras que dijo el presidente sobre quienes representan a empresas extranjeras afectadas por la reforma energética reciente:
 

Una vergüenza que abogados mexicanos estén de empleados de empresas extranjeras que quieren seguir saqueando a México; claro que son libres, pero ojalá y vayan internalizando que eso es traición a la patria.
 
Es una acusación seria. La traición a la patria es el primer delito que menciona la Constitución cuando habla sobre seguridad nacional, aunque no dice nada sobre los abogados que busquen la manera de ayudar a sus clientes según la ley, sean de donde sean, ni sobre los jueces, cuya perpetua y constante voluntad es dar a cada quien lo que le corresponde según su derecho, no según la opinión presidencial.
 
De ahí pasa uno a pensar qué parte de la Patria es la Patria, y dónde está, y con quién hay que hablar para que le desenreden la vaina. Y después se distrae con el crepúsculo y pierde la onda y termina por sentarse a leer en la sala, a salvo de casi todo.