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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Conciencia contra violencia (Castellio contra Calvino)
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
29 de abril de 2021
alcalorpolitico.com
Durísima e inquietante obra de Stefan Zweig, Castellio contra Calvino narra la tiranía que Calvino impuso en Ginebra, Suiza, a mediados del siglo XVI, para apoderarse de la autoridad religiosa y civil y así imponer a sangre y fuego su "renovada" fe cristiano-protestante.
 
Calvino (autoproclamado Siervo de Dios) se hizo con el poder, primero religioso y luego político, en una ciudad que había sido modelo de gente libre y pensante. Logró allí un poder omnímodo, basado en la violencia y el acoso a todo librepensador, hasta desbarrar en una cruenta tiranía. Plasmó su reformismo en su Institución de la religión cristiana, en el que impone severísimas normas de comportamiento religioso, moral y cívico que secaron, literalmente, los cerebros y los corazones ginebrinos hasta llevarlos a la ignominia y sumisión. «Calvino reunía en sí los atributos y defectos del iluminado, el fanático, el conductor de hombres, el tirano. Encarnaba al fundador de una dictadura dogmática, al tirano asceta, “el tipo más peligroso de déspota”». (Publicado por Rodrigo/https://www.hislibris.com).
 
En un principio, Calvino encuentra la serena oposición a su despotismo en un erudito hombre de letras, de conciencia libre, humilde y pobre maestro de escuela, Sebastian Castellío, quien, para evitar el enfrentamiento directo y la ira del doctrinario, y después de serle arrebatado su trabajo, huye de Ginebra y se refugia en Basilea. Allí será acosado sin piedad por Calvino y sus esbirros hasta su muerte.
 

Pero, en franco y abierto desafío a la tiranía doctrinaria de Calvino, surge un médico y teólogo y, aunque sabio, bastante imprudente e impulsivo, Miguel Servet, quien predica la «herejía» de que el Cantar de los cantares no es un texto religioso sino una obra profana, que trata simplemente de amores carnales y humanos, pone en entredicho el dogma cristiano de la Trinidad y otras tesis que publica en su libro Reinstitución del cristianismo. Fundamentado en estas «herejías», Calvino persigue y logra que Servet sea sacrificado con dolorosísimo tormento en hoguera pública.
 
Este asesinato enardece a Castellio («Matar a un hombre no es defender una doctrina; es matar a un hombre»: Contra el Libelo de Calvino). Abandona su prudente silencio y arriesga su trabajo en la universidad de Basilea y su propia vida. Con impresionante valentía, sabia sencillez y espíritu conciliador, exhorta a Calvino a deponer su dogmatismo, contrario a la esencia humana y al protestantismo luterano que había salido victorioso con el principio de la libre interpretación de la Biblia. Publica su impresionante y desgarrador documento Sobre los herejes, si éstos deben ser perseguidos, en el que expone con claridad sin igual el principio de que nadie, y menos un gobernante, puede erigirse en supremo juez para dictaminar criterios morales y religiosos («¡Soportemos los unos a los otros y no juzguemos la fe de los demás!»). Si alguien califica a otro de hereje, es natural que este juzgue igual al primero.
 
Asumir el papel de juez origina que el jerarca o el gobernante se sientan dueños de mentes y conciencias, se erijan en dictadores de la conducta humana y siembren el terror y el divisionismo. Como consecuencia, el doctrinario, convertido en déspota y verdugo, aborrecerá a todo aquel que piense con libertad, que no sea su servil, ciego y abyecto lacayo. Es el modelo del tirano que odia a quien piensa diferente, teme lo que es diverso y aborrece el talento. En sus dominios no cabe la divergencia ni la libertad de pensamiento, sino solo su personal interpretación de la historia y de los acontecimientos. «Cuando los ideales de una generación han perdido su fuego, sus colores, un hombre con poder de sugestión no necesita más que alzarse y declarar perentoriamente que él y solo él ha descubierto la nueva fórmula, para que hacia el supuesto redentor del pueblo o del mundo fluya la confianza de miles y miles de personas […] Millones y millones, como si fueran víctimas de un hechizo, están dispuestos a dejarse arrastrar, fecundar e incluso violentar. Y cuanto más exija de ellos el heraldo de la promesa en turno, tanto más se entregarán a él. Por complacerle, solo para dejarse guiar sin oponer resistencia, renuncian a aquello que hasta ayer aún constituía su mayor alegría: su libertad» (p.6s).
 

Con admirable valentía y conmovedora humildad y dolor, Castellio le pide a Calvino que abandone su sectarismo y practique la tolerancia, virtud excelsa que implica el respeto a las ideas, a todas las filosofías, a todas las opiniones, a todas las creencias. No se trata de un sincretismo o de un burdo utilitarismo, sino del respeto a la libertad de pensamiento y palabra, máximas expresiones de la dignidad humana.
 
Por incomprensible designio del azar, antes de que las sanguinarias garras de Calvino lo atrapen, Castellio muere a los 46 años, dejando un incuestionable testimonio de humanismo, honestidad, entereza, valentía y férreo sentido de la justicia y la libertad frente a cualquier forma de imposición.
 
Stefan Zweig sabía muy bien lo que escribía en este libro, indispensable para reflexionar sobre la violencia ideológica, religiosa y política, y la urgencia de practicar la tolerancia como ejercicio del respeto a la dignidad humana. Él mismo tuvo que huir de la dictadura hitleriana. Y, ante esta y ante todos sus émulos, sentencia: «Fatalmente, estos idealistas y utopistas, justo después de su victoria, se revelan como los peores traidores al espíritu, pues el poder desemboca en la omnipotencia, y la victoria, en el abuso de la misma. Y, en lugar de conformarse con haber convencido de su delirio personal a tantos hombres, hasta el punto de estar alegremente dispuestos a vivir e incluso morir por él, todos estos conquistadores caen en la tentación de transformar la mayoría en totalidad y de querer obligar incluso a aquellos que no forman parte de ningún partido a compartir sus dogmas. No tienen suficiente con sus adeptos, con sus secuaces, con sus esclavos del alma, con los eternos colaboradores de cualquier movimiento. No. También quieren que los que son libres, los pocos independientes, les glorifiquen y sean sus vasallos y, para imponer el suyo como dogma único, por orden del gobierno estigmatizan cualquier diferencia de opinión, calificándola de delito» (p.7).
 

Libro impresionante, provocador, absorbente, insustituible, escrito con fuerza y dolor: es un reclamo a la indiferencia, a la humillación voluntaria frente al doctrinario, al silencio frente al abuso, al servilismo ante cualquier forma de tiranía del espíritu. Ante la razón no cabe el fanatismo.
 
(Stefan Zweig, Castelio contra Calvino. Edición Kindle)
 
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