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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
La terrible cizaña
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
6 de mayo de 2021
alcalorpolitico.com
Dicen que los dos peores defectos de los humanos son los celos y la envidia, pues ambos dañan por igual al que los tiene y a quienes los sufren, que son muchos en ambos casos.
 
Hay un ejemplar relato de la terrible plaga de la envidia y su compañera, la discordia, la intriga, la cizaña.
 
Cuenta la historia (pues la mitología es tan historia como la historia, mitología), que por allá, en los inicios de los tiempos, la diosa Gea, la Madre Tierra, estaba tan cansada de soportar a los humanos (ya desde entonces) que le pidió al padre Zeus-Júpiter, presidente de los Olímpicos, que la librara de ellos. Entonces Zeus trazó su plan: disfrazado de cisne, sedujo a Leda y engendró a Helena, la mujer más bella del mundo, y casó a Peleo con la ninfa Tetis, esposa de Poseidón. Fue la boda del siglo y a ella fueron convocados todos los dioses, semidioses, héroes y unos cuantos insignes humanos.
 

La fiesta fue un éxito total. Se libó con ambrosía, el néctar divino, y entre copa y copa los dioses e invitados empezaron a perder la cordura y la prudencia. Al ver tanto borrachín, las tres diosas más grandes del Olimpo salieron del palacio imperial y se asomaron al zócalo. Se trataba de Hera-Juno, esposa de Zeus, Atenea-Minerva, patrona de Atenas, y la recién nacida pero ya bien desarrollada Afrodita-Venus, diosa de la hermosura. Esta era producto de la castración y desafuero que sufrió Urano a manos de Cronos. Los restos mutilados cayeron en el seno de Tetis y de las espumas sanguinolentas surgió la diosa de diosas: Venus. Estaba el zócalo tan saturado de fanáticos y curiosos que las diosas prefirieron buscar un lugar más apacible para chimiscolear un rato. Se encaminaron al jardín de las Hespérides, huerto que producía manzanas de oro.
 
Estaban tan entretenidas en el cotilleo que no se percataron que por ahí se acercó subrepticiamente una semidiosa que no había sido invitada a la gran fiesta; la odiada, temida y seductora Eris, la Discordia. Al ver a las tres diosas tan felices y contentas, en plena armonía, Eris tomó una de las manzanas y la arrojó al tiempo que les decía: «para la más hermosa».
 
Obvio: las tres diosas empezaron a discutir y pelear por la manzana. Como aquello no tenía fin, convocaron a Zeus como árbitro, pero este, muy prudentemente, prefirió que otro fuera el juez... Recurrieron a un desconocido pastor que andaba apacentando sus ovejas y que nadie sabía que era el hijo de Hécuba y Príamo, rey de Troya: el intrépido Paris-Alejandro. Este, ante la imposibilidad de elegir entre las tres diosas que le mostraron desnudas sus encantos, escuchó sus propuestas. Hera, como mujer de Zeus, le ofreció el poder; Atenea, la sabiduría y la victoria, y Afrodita... por supuesto, conseguirle a la mujer más hermosa de la tierra: Helena, Paris no dudó un instante y le dio la manzana dorada. Y ahí fue Troya... Terrible guerra que duró diez años. Hera y Atenea apoyaron a los aqueos-dánaos-argivos, y Afrodita a los troyanos, con el desenlace que ya sabemos. Eris, por supuesto, se frotó las manos y festejó aquel episodio con su esposo, Ares, dios de la guerra, y sus hijos: Sufrimiento, Hambre, Pena y Olvido. Allí tenemos, pues, a la diosa causante de esa enfermedad mortal: la Envidia, la Cizaña y sus terribles efectos.
 

Y hablando de esta, recordamos a otro par de «historiadores»: Goscinny y Uderzo, creadores de las geniales aventuras de dos héroes de verdad: Asterix y Obelix. Ambos eran invencibles galos que, allá por el año 50 a.C. impidieron que los romanos de Julio César pudieran sentirse dueños de toda Francia, pues la poción mágica que les preparaba el druida Panoramix los hacía (y hace) invencibles. Desesperado el César por ser permanentemente vencido por aquel aguerrido pueblo, convoca a sus amigos a una finca allá por el sureste del país y les pide consejo. Uno de sus amigotes le revela el secreto de los opositores: «su fuerza les viene del hecho de estar unidos. Si logramos sembrar la cizaña, la discordia en el pueblecito, entonces se dispersarían y la poción ya no tendría ningún interés» (La Cizaña, 6). Dados a buscar este remedio, pronto dan con él: Perfectus Detritus, hombrecillo que se salvó de ser devorado por los leones, pues estos pelearon y se destruyeron entre sí cuando lo echaron al circo. El hombrecillo «es un ser inmundo pero muy eficaz. El horripilante y verdoso rostro de la discordia surge a su paso, es algo prodigioso...» (7).
 
Por supuesto que Detritus logra lo que sabe hacer: dividir al pueblo, y solo un acto de reflexión y autocrítica logra salvar a aquellos irreductibles luchadores de caer en las garras de la tiranía.
 
La terrible cizaña...
 

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