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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Y si se equivoca...
Miguel Molina
3 de junio de 2021
alcalorpolitico.com
No voy a votar porque desde acá no se puede. La única vez que pude fue hace tres años, con un voto limitado a la elección presidencial. Ese día puse el correo en una bolsa y me fui al bar local – Fox's –, le pedí a Lily una cerveza y me senté a abrir sobres. Saqué la boleta, la extendí con cuidado sobre la mesa, y disfruté mi trago sin prisa y marqué el recuadro de mi preferencia, como decía la instrucción. Ese mismo día mandé la boleta con mi voto de regreso a México.
 
Lo único que puedo hacer ahora es mirar desde lejos. Toda esa violencia, esas muertes, las mentiras que se dicen de unos y otros, las pocas propuestas que producen personas realmente interesadas en hacer algo, el dinero y las balas, los ultrajes de la autoridad, la pobreza del discurso político, el uso de gentíos en tiempos del virus, el uso de famosos y despensas para llenar mítines y tal vez ganar votos, el uso de lo que sea para ganar votos, el insulto, la intransigencia, los memes de Facebook.
 
En esta elección hay partidos que nunca lo fueron, hay partidos que no han podido ser, y hay partidos y candidatos que prefirieron olvidar sus principios y su historia para buscar el poder. Uno sabe quiénes son aunque no los conozca. Si fuera a votar, tendría que detenerse un momento para ver por qué vota y por quién, aunque en una democracia el pueblo no se equivoca. Y si se equivoca vuelve a votar.
 

El voto
 
El voto cambia a las personas comunes y corrientes. Uno lo ha visto: el elegido tiene autoridad, poderes y recursos que el resto de la gente no tiene, y por ese hecho es diferente. El uso de esa autoridad, el disfrute de ese poder y el acceso a esos recursos transforma de tal manera lo que toca que hay quienes terminan usando su posición para saciar rencores y cumplir venganzas, como advierte el politólogo José F. Fernández Santillán en su ensayo sobre la democracia como forma de gobierno.
 
Hay quienes ya saben quién va a ganar dónde y con cuántos votos. Hay quienes auguran el fin de la cuarta transformación, y hay quienes profetizan la destrucción total de quienes no apoyan al gobierno. Hay quienes vaticinan el fin de la república, y hay quienes anuncian tiempos mejores. Y hay quienes quisieran que todo se fuera al carajo, y quienes creen que un día todo será mejor.
 

Lo que no se ha visto mucho son las ideas que permitan tener un país en que las opiniones no sean causa de odio, y se puedan discutir las cosas que uno quiere para el país, para el estado, para la ciudad, para el pueblo y hasta para la cena. El problema es que no queremos el país que tenemos pero no nos hemos podido poner de acuerdo sobre cómo hacer el país que queremos. Kafka nos recuerda que hay una meta pero no hay un camino. Lo que llamamos camino es la duda. El domingo alzaré un vaso de cerveza para brindar por lo que viene.
 
Desde el balcón
 
Casi al aire libre, haciendo apuntes para contar historias, a salvo de la brisa y del sol, uno mira pasar a los niños – todavía alborotados por el canto insistente de las ranas – que van al parque a ver a los borregos que pastan sin saber que los ven. Como ya pasa de mediodía, uno se sirve un trago aperitivo y termina por evocar la mañana ya borrosa de la primera vez que vio de cerca una campaña política.
 

El mundo era niño. Había dos partidos y grupos sueltos de izquierda y de derecha, cuando una cosa era una cosa y otra cosa era otra. Uno revive el mediodía fervoroso de esa vez, el momento en que el alto cielo azul sobre el parque del pueblo se llenó de pronto con el ruido de una avioneta, y luego llovieron papelitos con la foto del candidato y el escudo del partido, y el aparato ganó altura y se fue hasta las elecciones siguientes. Uno jugó en el parque, que comenzaba a llenarse con fragancias de limonario, y al poco tiempo fue domingo. El candidato ganó. Y un día uno dejó de ser niño.