icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Si de democracia se trata
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
3 de junio de 2021
alcalorpolitico.com
A los atenienses nunca les simpatizó la concepción que Platón tenía del estado y de su gobierno. Imbuido de un moralismo puritano en el que todos reparten besos y abrazos, propuso un totalitarismo que implicaba la censura de la prensa, el control absoluto del Estado sobre el matrimonio, los hijos, la educación y los bienes materiales, y la disciplina como más importante que la verdad. Los atenienses, aun con sus altibajos y las deficiencias propias de su historia y circunstancias, vivieron de y para la democracia.
 
Atenas había llegado a esta forma de gobierno después de un largo proceso, en el que cabe reconocer la figura señera de Solón, uno de los siete sabios de Grecia. Solón, que en su juventud fue desordenado y libertino, llegó a «sentar cabeza» y reordenar su vida al grado de que los atenienses decidieron, en votación verdaderamente libre, elegirlo como uno de los nueve «arcontes», especie de presidentes. Su reforma la inició reorganizando toda la población en tres «partidos», pero todos eran ciudadanos (excepto los metecos), todos libres, todos sujetos a las mismas leyes, hasta los arcontes, entre los cuales hubo quienes fueron sometidos a juicio popular ¡y sancionados!
 
Su reforma social estuvo inspirada en un decisivo sentido de la justicia. Fue reelecto por años, pero cuando los atenienses le ofrecieron el cargo de por vida, declinó prudentemente diciendo: «La dictadura es uno de esos sillones de los que no se logra bajar vivo». Al preguntarle cómo había logrado ese orden en Atenas, dijo sencilla y sabiamente: «El orden se basa en que el pueblo obedezca a sus gobernantes y que los gobernantes obedezcan las leyes». Ahí queda el ejemplo...
 

Desgraciadamente, la misma democracia engendra, a veces, su propio enemigo y su tumba. Al regresar Solón de un viaje y ya anciano, se encontró que un primo suyo, Pisístrato, había soliviantado tanto a los aristócratas como a los proletarios de dos de los partidos y se había establecido como un auténtico tirano. Desmoralizado, se encerró en su casa y en la puerta colgó sus armas y su escudo en señal de su retiro de la política.
 
Pisístrato, sin embargo, logró ganarse la voluntad popular, hacía lo que se le antojaba pero convenciendo a todos de que eso era precisamente lo que ellos querían; era persuasivo y con gracejadas respondía a las críticas, «conocía el arte de aliñar los discursos sobre las materias más diversas con anécdotas divertidas» y logró, relegando la Constitución de Solón, dar a Atenas «paz y progreso» en su dictadura. Empero evadió la tentación del poder absoluto, salvo en heredarlo a sus hijos Hipias e Hiparco. «El amor paternal impidiole ver con su habitual claridad que los totalitarismos no tienen herederos». Y fue Hipias, precisamente, quien años después le sugirió al rey persa Darío que invadiera no solo Atenas, sino toda Grecia... Hipias, como hacen todos los dictadores, sabía que «es bajo la amenaza del exterior cuando los pueblos se unen». Y, si no la hay, la inventan. Así traicionó a su pueblo. Y Solón tuvo que reconocer que no siempre las buenas intenciones se convierten decisiones acertadas, y que «las revoluciones triunfan, no por la fuerza de sus ideas, sino cuando logran constituir una clase dirigente mejor que la anterior» (Indro Montanelli).
 
Tras la dictadura de Hipias, fue elegido Clístenes quien emprendió una complicada reorganización social, en la que todos los atenienses fueron reubicados en 10 «tribus» en cada una de las cuales se mezclaban ciudadanos de todos los niveles sociales, de todos los centros urbanos y del campo, de todas las regiones, etc.,. En su gobierno instauró el ostracismo, mediante el cual el pueblo podía defender sus instituciones democráticas. Este consistía en que cada ciudadano podía escribir el nombre de quien consideraba una amenaza para el estado y si la denuncia era avalada por tres mil personas, el acusado podía ser depuesto y enviado al destierro. Lo más interesante es que, tiempo después, el nombre que apareció en las «boletas» fue el de su propio inventor y Clístenes fue enviado al exilio, castigo que aceptó humilde y sabiamente. ¡Democracia y congruencia!
 

Digamos, finalmente, que tras la tremenda guerra contra los persas, Atenas pudo reencontrar el camino de la democracia en la persona de Pericles, un hombre culto que, por su prudencia y buen gobierno, fue elegido, no rey ni emperador ni presidente, solo Strategos autokrator, arconte militar, cargo por el que fue reelecto durante 40 años. Garantizó las conquistas ciudadanas dentro del orden, sin vulgaridad ni demagogia y llevó a Atenas al culmen de la gloria, la Edad de Oro conocida como El Siglo de Pericles. Finalmente, decepcionado y resentido por las calumnias que le endilgaron a raíz de su relación con su amante Aspasia, se retiró de la vida política tres años antes de morir.
 
[email protected]